Zurita, verás no ver: Pegoteos de geografía

Si el viaje está configurado por la palabra de Zurita, y su palabra, para bien o para mal, tiene algo de oracular, de mesiánica, este carácter es materializado y, en cierto modo, potenciado por las imágenes y la música que se convocan a su alrededor.

En un mundo bello la poesía desaparecería por innecesaria. Algo así nos dice Raúl Zurita en el documental Zurita, verás no ver de Alejandra Carmona. Como poniendo a Theodor Adorno de cabeza, aquí la poesía sería posible exclusivamente dado que hay barbarie humanamente producida, que hay horror, que hay tortura, que hay Auschwitz o Pisagua. Y al mismo tiempo los detalles, los instantes, las felicidades o los sufrimientos de una vida, en suma, los materiales de la poesía son engullidos como experiencias disminuidas en la inmensidad del paisaje, de la geografía, que no sólo exceden la temporalidad de lo humano sino que vuelven a prestarse para ser el escenario del horror y el mal.

Zurita, verás no ver pareciera ser un film instalado en la tensión entre una experiencia humana que es siempre irreductible y, al mismo tiempo, insignificante en el concierto de la extensión de la naturaleza. De allí que la fragilidad del cuerpo y la desaparición de la vida sean los temas que rondan esta instantánea de un poeta chileno. Zurita está en situación: por una parte, enfrentando el hormigueo desobediente que la enfermedad de parkinson le impone a su cuerpo, pero por otra, trabajando en una obra monumental que busca la proyección de una escritura en el acantilado que da al mar de Pisagua, en una suerte de conclusión de su trayecto poético. Frases que marcarían un recorrido, nos dice: “lo que verá un ser humano en su paso sobre la tierra”.

Esta idea de un viaje marcado por la presentación de imágenes sensibles, tan dantesco como la obra de Zurita, recorre la película, que se agarra de esta obra proyectada para ir presentando los temas que recorren a este poeta en sus años finales. De ahí que el documental desarrolle una introducción biográfica a Zurita, su infancia, sus años de Universidad, su experiencia de detención y tortura los días posteriores al golpe militar, el modo de llegar a su proyecto poético, la conformación y la actividad del Colectivo Acciones de Arte (CADA), y su actualidad como profesor, artista visual, colaborador musical, etc. Pero además las intervenciones de Zurita entregan un comentario sobre su filosofía poética que pondera las posibilidades y los límites de dicha escritura.

Así, el poeta se levanta con propiedad frente a lo que relata como su propio proceso de desaparición. Las palabras son el apoyo para ir entretejiendo las imágenes y se hacen acompañar por el material de archivo de obras e intervenciones, así como el registro de presentaciones en vivo y clases, aunque el documental dependa fundamentalmente de la puesta del personaje en situación, ya sea en la intimidad de su casa escuchando música, cariñeando un perro o parado en el desierto mirando el mar.

Aun cuando esto configura un retrato interesante del poeta, la presencia omnipresente de la palabra de Zurita no tiene contrapuntos desde otras voces. Y él no solo presta su voz al relato sino también su cuerpo, su actuación, su figura encorvada en sus espacios habituales y rememorados. Allí ciertos momentos me resultaron superficiales, particularmente en ciertas figuras corporales y modos de representarlo, que parecían tratar de redoblar un sufrimiento ya detallado en el decir. Así, por ejemplo, la relación de Zurita con la música resulta una entrada escueta y no logra un desarrollo apropiado que no sea la mera adición de otra competencia al personaje.

Si bien la existencia de un contrapunto no es ninguna clase de obligación, me provocó el efecto de asistir a una suerte de autorretrato donde la voz de Zurita es tan dominante que no existen zonas de cuestionamiento o incomodidad que abrieran el espacio para un descalce del personaje respecto a su propia imagen. Si bien existen interacciones con otros, estas son tan mínimas que no agregan un tono a la película. Aquel desajuste entre vida y mundo donde se produciría el arte, tal como se dice en la película, podría haber ofrecido algo más, otras palabras, otras imágenes, otras interrogantes.

Pero quizás en este caso este descalce no podía más que producirse entre palabra e imagen. Allí la dirección y el montaje del documental encuentran una salida interesante en la medida en que no solo se ilustra lo dicho. Si el viaje está configurado por la palabra de Zurita, y su palabra -para bien o para mal- tiene algo de oracular, de mesiánica, este carácter es materializado y, en cierto modo, potenciado por las imágenes y la música que se convocan a su alrededor. Por ejemplo, el uso de planos aéreos y el juego entre texturas establece relaciones que son poéticas en sí mismas. El mismo gesto de conjunción entre paisaje y poesía que ha sido parte importante de la obra de Zurita, queda ejercido a través de la cámara y el montaje, que junta la geografía a esa palabra que le da vueltas como un buitre.

Zurita, verás no ver interpreta con habilidad, a través del uso de los territorios, en particular el desierto, el pegoteo de un amor a las rocas, al mar y a las montañas, como motivo central. Zurita de cierto modo es transformado en un cuerpo que en el paisaje ejerce un efecto de escritura sobre la tierra (un efecto bien real en el caso de su “ni pena ni miedo”). Pero también en un cuerpo que podría ser otros, aquellos que no llegan a estar por haber sido desaparecidos y que, finalmente, posibilitan la escritura de este poeta. Lo que le impone la geografía a la palabra de Zurita es su nimiedad, su inminente e irrevocable desaparición en la escala de lo terrestre, tal como su “y lloraras” vendrá algún día a disolverse en el sonido y la noche del mar.

 

Título original: Zurita, verás no ver. Dirección: Alejandra Carmona Cannobbio. Producción: Eduardo Lobos. Casa productora: Ginkofilms. Guión: Alejandra Carmona Cannobbio. Fotografía: Enrique Stindt, Pablo Valdés, Alejandra Carmona Cannobbio. Montaje: Andrés Fuentes, Valeria Valenzuela. Sonido: Boris Herrera. País: Chile. Año: 2019. Duración: 75 minutos. Distribución: Miradoc.