Blade Runner 2049 (2): Entre el original y la copia ¿qué recordaremos?

¿Qué nos recordaremos de Blade Runner 2049?

La naturaleza engañosa de los recuerdos ha sido, al menos desde Freud, un dato como para no sustentar nuestra identidad allí. Todo recuerdo es finalmente un recuerdo encubridor, la desconfianza hacia la veracidad de los recuerdos era para Freud total, especialmente sobre aquellos que sí recordábamos. Los recuerdos importantes, aquellos que determinan nuestras acciones, fantasías y sueños son los que faltan, los que han sido sustraídos por su potencial doloroso o transgresor al yo y que han caído bajo el imperio de la represión. Frente a la sospecha de la tarea rememorativa se suma el límite dado por el encuentro de la pesada compulsión a la repetición.

Los recuerdos en Blade Runner (1982) eran implantes que los ingenieros genéticos inscribían en los modelos NEXUS-6 para dotar a sus creaciones sintéticas de mayor interioridad, darles una identidad y una historia. Los humanos tenían recuerdos verdaderos, no implantados, y eso les daba alguna ventaja sobre los replicantes, pues sus experiencias daban cuenta que ellos no provenían de una fuente única sino de la vida misma. Los replicantes tenían la certeza de la existencia de un creador que conocía sus secretos; los humanos no: son el resultado de las tramas familiares donde fueron deseados. Más que por la búsqueda de un creador, los humanos son animados por un ideal de control y omnipotencia ilimitada basado en los poderes de la ciencia y la tecnología.

Luego de las diversas versiones que circularon de la Blade Runner 1982 (comercial, director's cut, final cut, etc.) un recuerdo permanecía  enigmático: el sueño del unicornio del agente Deckard. Especialmente cuando el detective Gaff, al final de la película, deja una figurita de origami en el departamento de Deckard cuando este emprende su fuga con Rachel. ¿Era Deckard también un replicante? ¿Le habían implantado recuerdos, como por ejemplo el de un unicornio? ¿O estaba diseñado para algún fin desconocido?

Blade Runner 2049 no resuelve completamente esos misterios, pero sí retoma la importancia de los recuerdos como asiento de la subjetividad: somos lo que recordamos o ahí donde recordamos somos, parece ser el suelo ontológico de la secuela. La sobrevalorada naturaleza de la memoria da la condición que separa lo humano de otras entidades materiales. Es curioso que en Arrival -el anterior filme de Villeneuve- la memoria y el pensamiento eran resultado del lenguaje, lo mismo que el tiempo. Esa idea, mucho más interesante, no sigue todo su desarrollo en esta película.

La atención está centrada en K, un oficial de la policía de Los Ángeles (Ryan Gosling), y desde el inicio se nos informa que es un replicante, pero no un modelo NEXUS-6, sino que pertenece a una nueva generación. Será el hallazgo casual de un misterio, también llamado “un milagro”, donde arranca el motor de la trama que avanza mediante el progresivo develamiento de secretos y pistas sospechosas. K se sentirá implicado durante todo el filme por sus hallazgos. Es a través de su punto de vista que se desarrolla la acción.

¿Cuáles son las ficciones que movilizan esta nueva versión y dónde está su posible expansión?

Blade Runner 2049 se mantiene en Los Ángeles, pero han pasado 30 años. Tyrell Corp. perdió su protagonismo en el diseño de replicantes, varios conflictos con los humanos finalmente los prohibieron. Una nueva Corporación, presidida por el magnate con ideas megalomaníacas Wallace (Jared Letto), es ahora el nuevo villano. Wallace ha logrado el control y el poder a través de la creación de alimentos, siempre escasos dado el suelo devastado y poco fértil en que ha quedado el planeta luego de guerras, apagones y más de alguna explosión nuclear. Paralelamente, Wallace ha desarrollado nuevos replicantes, esta vez son diseñados para obedecer a los humanos, son entidades biotecnológicas incapaces revelarse a su creador, los llama “ángeles”. Pero aún no ha logrado dotarlos de la posibilidad de la reproducción sexuada. Sin embargo, todavía quedan replicantes rebeldes, existen vestigios que pueden permitir identificarlos todavía. La policía busca a los modelos antiguos con el fin de retirar a esos replicantes por haber intentado desafiar a los seres humanos, siguen siendo peligrosos ya que tienen una vocación libertaria y subversiva.

¿Cómo se ficciona la vida en el 2049?

Quizás allí resida lo más novedoso de esta entrega. En un planeta devastado e inhóspito, a los replicantes -solos por naturaleza- se les ofrece la posibilidad de convivir con un sistema operativo de realidad virtual (siguiendo lo visto el 2013 en Her de Spike Jonze). El mercado del consumo publicita a JOI como una compañía y pareja perfecta. Asistiremos a la posibilidad de lo que sería una relación amorosa con un sistema operativo, que si bien es incorpórea, puede tomar otro cuerpo si las circunstancias lo merecen y sincronizarse. La visualidad de esa relación es novedosa y el personaje (interpretado por Ana de Armas) es quizás uno de los que más perdurarán en la memoria, seguramente porque es la mujer que no existe, un gadget ultra sofisticado, un nuevo juguete del tecno-capitalismo futurista.

ryan-gosling-ana-armas

Villeneuve apuesta, al igual que Scott en 1982, más que por un guión sofisticado en disquisiciones actuales sobre la inteligencia artificial y la biotecnología, por una visualidad apabullante, planos muy bien centrados, tránsitos lentos, atmósferas hipnóticas, panorámicas al estilo Nolan, detallismo formal, filtros amarillos y azules tipo Mad Max: Fury Road, escenarios y vestuario muy bien diseñados. Y en eso no falla, hay que admitirlo, toda esa imaginaria visual se disfruta en IMAX (lástima que en la salas se confunda un buen sonido con un volumen alto, resulta agobiante  y estridente la sonoridad saturando por completo el oído).

El filme quiere impactar por los escenarios y los encuadres y quizás ahí está su perdición o su gloria: la hipertrofia del plano perfecto. No renuncia a dialogar permanentemente con la original, intentando reescribir lo mismo pero con otra imaginería visual y de paso ampliando un poco el universo Blade Runner. Sin embargo, los momentos más interesantes son cuando el diálogo con la original se da en la pantalla, bajo las figuras de Deckard y Rachel. Lo mismo pasa con la banda sonora, no logra desprenderse de Vangelis. El sobrevalorado Hans Zimmer conserva algunos temas del original pero no logra imponer una nueva banda: inexorablemente, cuando quiere emocionar tiene que recurrir a fragmentos de los sintetizadores del músico griego. El legado musical de la original persiste invariable.

Pero Villeneuve no olvida sus obsesiones con el pasado (Incendies), con los dobles (Enemy), con la posibilidad de que cambiando una forma cambie el mundo (Arrival), o del acto que aunque criminal permita liberarse de un dolor (Sicario). Su detective no es un melancólico noir desencantado como Rick Deckard, que por a vía del amor quiere encontrar la salida. K, por el contrario, es obediente, pero amasa un recuerdo enigmático, un instante de una infancia (¿implantada o real?) en que, preso del dolor del maltrato y el desamparo, fue capaz de encontrar una solución. Susan Sontag decía que frente al dolor son posibles tres respuestas: la acción violenta, la exploración de las ideas y la trascendencia del amor súbito, arbitrario y romántico. Deckard había tomado la última con Rachel. K opta por la segunda, explora y sigue una idea hasta que se tope con el límite.

Hoy los replicantes, como el mismo detective K, no tienen una vida corta como los NEXUS-6, son obedientes, el tiempo y la vida no les es esquivo, su problema es ahora como utilizarla, qué significa la vida que viven, cuál es su contribución, añoran tener ideales o causas por defender. En cierto modo siguen siendo esclavos de los humanos y aún representan lo que aspiran ser. A través de K se transita por la pregunta sobre qué tipo de vida se quiere seguir viviendo frente a la incertidumbre por su condición de replicante. En la anterior Blade Runner los replicantes, finalmente, se revelaban más humanos que los mismos humanos: Rachel era capaz de amar y Roy tenía compasión, miedo de morir y aspiraba a la trascendencia. Hoy Wallace quiere ángeles, K quiere tener ideales y Deckard una misión por completar.

Con ambas Blade Runner el cine industrial americano parece estar siempre reafirmando políticamente que la modernidad y su futuro consolidará el triunfo del capitalismo y de la ciencia, y que incluso los avances tecnológicos, llámese robots, androides, replicantes, contienen un potencial subversivo mucho mayor que el de los humanos, ya totalmente acabados en el consumo y sin mucha esperanza. Todos los héroes de esas ficciones si algo tienen de subversivo es que por alguna misteriosa razón resultaron ser anomalías de la ciencia, excepciones a la regla de la dominación de ambos discursos; antes el amor los movilizada, hoy hay juguetes que ya no son síntomas de nada sino que conviven armoniosamente con nosotros.

Que la esperanza se encuentre dentro de una burbuja fuera del mundo, sin una relación con el otro sino confinado en la propia imaginación reverberante, no es muy alentador. Una especie de inmunidad esencial, pureza angelical, primordial y ajena a cualquier contacto revela una tendencia hacia el autismo como el destino inevitable de lo humano, en lo que quizás sea la conclusión mas dramática del 2049, un individualismo extremo rodeado de imágenes y ficciones, donde el otro es otra ficción de nosotros mismos, sin un ápice de diferencia y de autonomía. La hibridez aquí no es muy creadora: tiene algo de fallido. Todos solos fantaseando recuerdos.

 

Nota comentarista: 8/10

Título original: Blade Runner 2049. Dirección: Denis Villeneuve. Guión: Hampton Fancher, Michael Green. Fotografía: Roger Deakins. Música: Hans Zimmer. Reparto: Ryan Gosling, Harrison Ford, Ana de Armas, Jared Leto, Sylvia Hoeks, Robin Wright, Mackenzie Davis, Carla Juri, Lennie James, Dave Bautista, Barkhad Abdi, David Dastmalchian, Hiam Abbass, Edward James Olmos, Sean Young. País: Estados Unidos. Año: 2017. Duración: 163 min.