Claudia tocada por la luna (2): Disputando el sentido común

 

A estas alturas no es una revelación precisar que vivimos un periodo histórico interesante, con todos los potenciales riesgos que aquello implica, claro está. Al menos queda a la vista con la emergencia paulatina de una serie de luchas sociales caracterizadas por demandas plurales que reivindican la aplicación y/o recuperación de derechos de la más diversa índole, como la des-mercantilización de la educación, de la salud, la eliminación de las AFP, exigencias medioambientales, derechos reproductivos y la no discriminación a la comunidad LGBT+. Esto no solamente constituye el asomo de lo que podría ser a mediano plazo la subsanación de aquella fractura (inducida, muy artificial y espuria, en definitiva, posmoderna) entre lo social y lo político, sino que ha contribuido de manera ingente ensanchado el debate al interior de la estructura institucional como también en la extra institucional, es decir, en la sociedad civil y sus múltiples espacios de reproducción.

Es en el seno de esta tensión que ha emergido un actor social que ya es insoslayable pese a las quejas de terceros y pese a ser ignorado (por decir lo menos) en distintos niveles de la estructura social, e incluso relegado de las luchas políticas anteriores, por lo menos las de antes del 2011. Me refiero a la fuerza que agrupa a las comunidades humanas definidas por sus orientaciones e identidades de género: el movimiento LGBT+, verdadero protagonista del título que nos convoca. 

Valiéndonos de todos los matices implicados en la siguiente óptica, mi postura es que el cine al contar con una virtud única de aproximarse a ser espejo de la realidad, también es capaz de ser un vehículo expresivo para avivar, registrar y/o aportar al tensionamiento de la sociedad en dónde está siendo producido. Al menos el cine gestado por cineastas que pretenden, con aciertos y desaciertos, propiciar este dialogo y conectando de los más diversos modos su quehacer con los problemas y dilemas de la coyuntura que les toca. 

En el caso de Claudia tocada por la luna, su director, Francisco Aguilar, recoge ese guante. Pues, nos topamos ante una iniciativa que encaja perfectamente con dichas puntualizaciones, y que aparece en la escena fílmica nacional en un momento clave como lo es el actual. Pues su relevancia coyuntural como obra, como pieza documental, no reposa en el paternalismo o en el fetichismo bien pensante y/o victimizante cuán “buen salvaje” (pienso, pese a ser una ficción, en grandes fraudes que pretenden fines similares como Una mujer fantástica de Sebastián Lelio). Más bien, es una obra que, a través de una persona, encarna a una porción de las múltiples fuerzas sociales que actualmente se enfrentan a los diseños del Orden actual, que redefinen términos, enriquecen los debates, amplifican las perspectivas del mundo y de la vida. En definitiva: que disputan el derecho a existir. 

claudia tocada por la luna

Fascinante es la profunda simpleza de la obra de Aguilar. No valiéndose de formas casi inalcanzables de producción o de sobre-usos de recursos formales que acaban operando como velos de insuficiencias, sino que yendo directamente hacia el testimonio vivo de Claudia Ancapán, quien no tendrá el reconocimiento de la esclerótica oligarquía hollywoodense (y si se lo dieran, tanto mejor, mas es evidente que ella requiere de cosas realmente esenciales), pero que con sus declaraciones y experiencias registradas por la cámara de Aguilar, dota a la obra de una capacidad para operar como un agente más dentro de todo el debate que la comunidad LGBT+ ha instalado en la sociedad civil, sacándonos a muchos de la ignorancia que nos arrojan desde arriba. 

Ancapán no tan solo nos da los testimonios correspondientes a su plano íntimo, integrando con mucha soltura buena parte de las alegrías que ha vivido y vive, como su relación de pareja o sus actividades en la escena queer, pese a las intolerancias que abundan en Valdivia, su ciudad natal. Sino que también las desgracias que ha sufrido: experiencias de discriminación sistémica, tales como el no hallar trabajo de matrona por ser transgénero o las agresiones físicas por parte de un grupo de neonazis. Todas muy injustas, indignantes y brutales, pero asumidas de forma correcta como un problema general que le atañe a toda una sociedad. Una contradicción social que ella asume y enfrenta activamente con mucho estoicismo cívico. Este punto fuerte, además de la reflexión, genera aquella proximidad obligatoria para crear una atmósfera íntima que nos permita sintonizar; siendo un instante clave, un ingrediente más, pero que no estanca a la película en el tedio de lo cotidiano y lo meramente personal. Recurso muy explotado en ciertos documentales, en dónde prima lo intimista dejando margenes excesivamente estrechos para poder analizar frente a tales excesos de subjetividad. Una apuesta bien de moda, bastante contemporizadora e inaprensible, pero que la obra de Aguilar evita sin descartar, sino que complementando. 

Aquello se logra exhibiendo la faceta política de Ancapán, pues sus problemas responden a un problema general y mayúsculo, cuestión que ella sabe, y la película también. Saltando de lo particular de su día a día, a lo general, en dónde los sentidos comunes se enfrentan en trincheras políticas opuestas. Allí, Claudia hace gala de su activismo, de su compromiso y sus misiones, junto a una comunidad que se arropa mutuamente en las calles y que combate en las instituciones, versus un Chile diseñado para desampararlos. 

La relevancia que da la película a esta faceta de Ancapán, dosificada con las otras dimensiones de su existencia, resultan un acierto y uno de los fuertes de la obra que prueban lo importante que sigue siendo el documental como género. Pues no es una realidad particular irrelevante y que nos fuerzan a creer que es relevante. Más bien es una realidad compleja, con miras a lo privado y a lo público, y que es objetivamente trascendente para nuestra sociedad, porque Claudia es una de las tantas extensiones de un movimiento que de a poco va logrando cambios históricos que repercuten, aunque no lo queramos (dependiendo de nuestro nivel de individualismo), en nuestra cotidianeidad. 

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Sin duda, Claudia Ancapán es una más de aquellas personas que cometen acciones que retruenan y están retruenando en la opinión pública y en buena parte de los rincones de la sociedad; para al final, retornar a su intimidad, es decir, al procedimiento quirúrgico que hará de ella la mujer que siempre ha querido ser. Hecho personal importante en la vida de Claudia, pero que gracias a la operación narrativa-discursiva realizada durante el desarrollo de la obra se torna un acontecimiento público, es decir, político. 

Si Una mujer fantástica es la prueba espuria de cómo tratar al sujeto transgénero cuán fetiche novedoso (prueba del atraso que vivimos como sociedad en cuanto a estas materias, pese a los premios, los tuiteos de avanzada, las palmadas en la espalda y el humo), carente de opiniones, de pasado, de presente y de futuro, es decir, irrelevante; y que, además, la violencia que sufre es planteada como minucias particulares y defenestradas de una generalidad discriminadora y brutal con los seres humanos, pero especialmente con la comunidad LGBT+, con Claudia tocada por la luna vemos un empeño valioso en rasgar todos los velos (sin miramiento alguno) que los cancerberos del sentido común dominante han ocupado para cubrir la verdad, pretendiendo obnubilar a una sociedad que recién ahora se polariza en pos de una modernización real y sustantiva de los sentidos comunes que habitan esta faja de democracia tutelada. 

Como obra, Claudia tocada por la luna recupera y se re-apropia de un tópico que, por suerte, porfía en seguir vigente, no sin riesgo de ser censurado de diversas formas. Y cuya finalidad nos recuerda, en clave de revisión y reposicionamiento en nuestro presente, al espíritu libertario de los títulos del Tercer Cine de los sesenta (al menos en cuanto a su objetivo, más allá de los contextos, las formas y las particularidades políticas), es decir: contribuir a la existencia plena de los despreciados por la historia y la tradición. Los mismos que hasta hace unas décadas eran una mera otredad abstracta y digna de vilipendio, y que si bien, desgraciadamente, esto último sigue perviviendo en las diatribas de varias figuras públicas (Kast, Plaza, Marinovic, Pastor Soto) y no públicas, la película que hoy reseño cuenta con el potencial de ser un testimonio infaltable para comprender estos tiempos en que nuevas exigencias han emergido, complementando otras pendientes y de más largo aliento, amén de que realmente la dignidad en este país, y en la humanidad, se vuelva una costumbre.  

 

Nota comentarista: 9/10

Título original: Claudia tocada por la luna. Dirección: Francisco Aguilar. Casa productora: Travesía producciones. Producción ejecutiva: Francisco Aguilar. Guion: Francisco Aguilar. Investigación periodística: Claudia Ancapan. Fotografía: Francisco Aguilar. Montaje: Francisco Aguilar. Sonido: Jorge Castillo. País: Chile. Año: 2018. Duración: 64 min.