Clímax (2): Un trip hacia los infiernos de la condición humana

Las películas del realizador franco-argentino Gaspar Noé suelen llegar precedidas de cierto escándalo donde se exacerba el carácter trasgresor de sus propuestas audiovisuales. Sexo, violencia, drogas son temas recurrentes en su filmografía. Para el gran público es posible que Irreversible (2002) sea el film que la mayoría recuerda, tanto por la forma de contar la historia como por la violenta escena de violación en un pasillo del metro de París, donde en un plano fijo de larga duración vemos como una joven y bella mujer (Monica Bellucci) es ultrajada sin miramientos por un psicópata durante varios minutos. Con sus dos últimas películas la recepción del público ha sido irregular, quizás Enter the Void (2009) haya pasado más inadvertida, mientras que Love 3D (2015) ni siquiera se alcanzó a exhibir en nuestras salas.

Clímax llega a nuestra cartelera con el antecedente de haber sido premiada como la mejor película en el Festival de Sitges en octubre de 2018. Pese a este reconocimiento, Gaspar Noé es un cineasta que genera cierta ambivalencia entre los críticos, pero al mismo tiempo cuenta con un público fiel dispuesto a recibir sus trabajos con total beneplácito.

En Clímax se desarrolla un historia mínima donde sus mayores virtudes son más  bien estéticas y técnicas que narrativas. El mismo Noé ha definido su película como un musical, pero más turbio y desgarrador. La película recoge libremente un episodio real ocurrido en 1996 donde un grupo de bailarines durante una fiesta caen en una espiral de descontrol debido al consumo en grandes dosis de LSD oculto en una sangría. Esta breve anécdota sirve como un pretexto para desplegar en la pantalla impresionantes secuencias de bailes, música electrónica, violencia, sexo, diálogos (algunos triviales y otros obscenos), así como algunos mensajes escritos (como intertítulos similares a los del cine mudo) al modo de sentencias existenciales un tanto nihilistas, con la bandera de Francia en el fondo y en nombre de un Dios invocado por uno de los participantes de esta frenética celebración que sobrepasó todo lo esperado. Si además se nos dice al comienzo que todo ello está dedicado a nuestros padres, junto con proponerse como un film absolutamente francés que está orgulloso de serlo, la mezcla resulta bien provocativa, no quedando claro si tomarse tales declaraciones como una ironía o una inspiración.

La película tiene una estructura poco habitual. Hay una obertura en plano cenital, donde una mujer yace moribunda sobre la nieve que contrasta con el rojo de la sangre de alguna lesión, luego se desplegarán dos bloques, con una suerte de intermedio donde aparecen los créditos, el que marcará el inicio de una segunda parte compuesta por un tercer bloque y el desenlace.

Noé ha dicho en algunas entrevista que la primera parte había sido pensada con un largo plano secuencia, pero decisiones narrativas redujeron esa toma a menos minutos. En la segunda parte se aprecia un largo plano secuencia, así como rotaciones de la cámara y cámara subjetiva. Todos estos movimientos de cámara tienen en el espectador el efecto de sumergirlo en el plano, dificultando escapar de un ambiente de descontrol e histeria que por momentos sofocan y cansan los sentidos.

La película expone al inicio sus referencias cinéfilas: se alcanzan a notar entre varias cintas de VHS, Suspiria (1977) de Dario Argento, Possesion (1981) de Andrzej Zulawski, Saló (1975) de Pier Paolo Pasolini, que dan un contexto anticipado a lo que el espectador encontrará desarrollado de manera muy particular por Noé. La propuesta es mas formalista que temática, con una búsqueda deliberada por volverse cada vez más una experiencia sensorial que apelar a la comprensión argumental o a la búsqueda de algún misterio por resolver.

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Durante la primera parte se nos presentan a los bailarines profesionales a través de entrevistas en plano fijo para luego desplegar en pantalla una notable coreografía con un clásico tema electrónico de Cerrone de los años noventa como fondo musical. Música y baile permiten que los bailarines muestren sus impresionantes destrezas físicas en diversos estilos, desde pasos de hip hop, exigentes contorsiones físicas, pero quizás el mas predominante sea el vogueing que se popularizara mundialmente a través del video clip de la canción Vogue de Madonna, dirigido por David Fincher el año 1990. Sus reconocidas imágenes muestran al mundo un tipo de baile nacido en los sectores marginales de la cultura gay de New York en la década de los ochenta.

La coreografía de Clímax está filmada en largo planos fijos y tomas cenitales, es ciertamente quizás la mejor secuencia del film, la paleta de colores es fiel a Suspiria, destacándose los rojos intensos y los azules. Los bailarines son excepcionales, sin duda hay aquí uno de los mayores logros. La coordinación colectiva, los vestuarios y la diversidad tanto sexual como racial se proponen como una suerte de representación no sólo de los años noventa sino también de nuestra contemporaneidad.

La celebración finaliza alegremente y la cámara se dedica a profundizar en las vidas de los integrantes del cuerpo de baile. Entre las mujeres aparece el tema de la maternidad con todas sus complejidades, desde embarazos no deseados, aborto, maternidad y trabajo. Y en los hombres los temas son sobre todo el placer y la exploración sexual. Una de las chicas parece ser adicta a la cocaína, además aparece una pareja de hermanos bien particular, una joven alemana también llama la atención, poco a poco comienzan las seducciones y los líos amorosos, en definitiva nada quizás tan sorprendente para un grupo de jóvenes. Todo se complicará con la ingesta de una sangría mezclada con una droga desconocida, alguien del grupo la agregó en secreto y de pronto comienzan a sentirse algunos efectos de la droga en los cuerpos y en las conductas.

En la mitad del film irrumpen los créditos dotados de una impactante visualidad, diversas tipografías inundan la pantalla y resultan tan estimulantes como la música y el baile, allí aparecen tanto los nombres de los participantes como de la lista de músicos que componen la banda sonora, como Giorgio Moroder, Thomas Bangalter, Gary Numan, entre otros. Cabe destacar que salvo Sarah Belala y Sofía Boutella, con alguna trayectoria en films como Atomic Blonde, Kingsman y La Momia, en su mayoría se trata principalmente de bailarines sin experiencia en el cine.

La segunda parte es el descenso en el  infierno. Bajo los efectos de la droga, los integrantes ya no son dueños de sus acciones y comienzan a tomar decisiones que sólo intensifican el clima paranoide inducido por haber sido victimas de una especie de sabotaje por alguno de ellos. El grupo se fractura, algunos bailarines caen el descontrol sexual, la violencia. La histeria colectiva amplificada inunda la pantalla y la música comienza a ser interferida por gritos de desesperación, dolor, desquiciamiento que la vuelven una experiencia difícil de asimilar.

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Todo indica que la sustancia que han consumido sin quererlo es LSD y es sabido que entre sus efectos se encuentra la ruptura de las barreras que separan la percepción, el recuerdo y la imaginación, recreando imágenes similares a una alucinación que alteran muchas veces las coordenadas que enmarcan lo que llamamos realidad despertando la idea de un trip o viaje hacia otras aspectos de la realidad. Pese a esto, toda esta excitación sensorial no siempre supone necesariamente efectos adversos en el ánimo, ni descontrol, ni intensificación de conductas violentas o desinhibición sexual. La ingesta de este ácido interactúa con cada sujeto y sus efectos dependen de factores tanto subjetivos, anímicos y también ambientales. Sin embargo, para el caso de los integrantes del ballet, algunos están viviendo situaciones extremas, otros tienen claros trastornos de personalidad, y otros son adictos a las drogas (cocaína, LSD, alcohol). Ello se aprecia en las breves entrevistas que en modo casting aparecen al principio del film, donde no sólo hablan sobre lo mucho que aman la danza, sino también respecto a su relación con las drogas y sobre sus miedos mas primordiales.

Lo que vemos hacia el final de la película son largas tomas donde el espectador es obligado a divagar con algunos de los bailarines, perderse sin rumbo en los pasillos de la academia y encontrar en cada esquina lo peor de la condición humana, emociones extremas, dolor, desesperanza, soledad, pérdida afectiva. El grupo ya no existe y solo vemos deambular a sujetos drogados sin rumbo, en una errancia angustiosa donde no se vislumbra una salida posible, donde se han perdido los puntos de orientación espacio temporal. En un momento, ya casi al final, la cámara se gira y todo se ve invertido, entre los alaridos, la música y los juegos de luces nos vemos conducidos a un estado casi terminal donde los cuerpos que antes dibujaban una perfecta coordinación ahora se contorsionan con espasmos y convulsiones aterradoras, anticipando solo sangre y muerte.

La película en ese sentido adquiere un tono moralizante que eleva los prejuicios sobre el consumo de drogas sintéticas. Es cierto que al no estar adecuadamente dosificada, una dosis de LSD puede llegar a concentraciones que intoxiquen severamente a quien lo consume provocando efectos adversos. Del mismo modo, se advierte un cierto nihilismo presente como fondo existencial sobre la condición humana, donde el sentido colectivo, la amistad y la fraternidad inicial descansan sobre frágiles pilares que son fácilmente removidos por una sustancia alucinógena disfrazada en una inocente sangría, conduciendo a las personas a comportamientos xenófobos, homofóbicos, misóginos y violentos, que auguran una descomposición social irreversible bajo una aparente convivencia democrática inicial. En ese sentido los valores promovidos por la Francia republicana como libertad, fraternidad e igualdad parecen en este contexto ser sólo palabras gastadas y remplazadas por la potencia de la opresión, la violencia y la intolerancia como lo mas propio de la condición humana.

Es como si Noé con Clímax parodiara las bases sobre las que descansa la Francia actual y, por consiguiente, nuestra sociedad occidental, y como si toda la fuerza y exquisita belleza que requiere la coordinación corporal de un colectivo capaz de ejecutar una extraordinaria pieza de baile en menos de unos minutos cayera hacia la fragmentación y descomposición más oscura e infernal. Eros y Tánatos son nuevamente recreados, pero esta vez al son de la música electrónica.

 

Nota comentarista: 6/10

Título original: Climax. Director: Gaspar Noé. Guión: Gaspar Noé. Fotografía: Benoît Debie. Montaje: Denis Bedlow, Gaspar Noé. Reparto: Sofia Boutella, Kiddy Smile, Roman Guillermic, Souheila Yacoub, Claude Gajan Maull, Giselle Palmer. País: Bélgica-Francia. Año: 2018. Duración: 96 min.