Como me da la gana II (3): Cuando el cine habla del cine

Cuando Ignacio Agüero interrumpía los rodajes de sus colegas en 1985, el contexto era bastante distinto al actual. Durante la dictadura hacer cine era un acto de resistencia, de lucha. Treinta años después, el director retoma el ejercicio de cuestionar a sus colegas sobre qué es lo cinematográfico y por qué filmar hoy. Como me da la gana II, el último documental de Agüero, estrenado por el programa MIRADOC, nos invita directamente a hablar de cine desde dos vías: la política y la belleza.

El documental tiene, desde un principio, importantes toques autobiográficos. Comienza con imágenes de No olvidar (1982), película sobre los campesinos asesinados en Lonquén por agentes de la dictadura. Inmediatamente se conecta con Como me da la gana (1985) y el rodaje de Andrés Racz en plena dictadura, donde Agüero por primera vez hace la pregunta que une el largometraje “¿qué es lo cinematográfico?”. En esa época, lo cinematográfico radicaba en la necesidad del registro, de exposición y de hacer evidente la violencia de Estado ejercida por la dictadura.

De manera sumamente pensada, Agüero conecta un inicio cargado de nostalgia y política con un primer plano de Pablo Larraín en pleno rodaje de Neruda (2016). El contexto y la imagen son radicalmente distintos. Si Racz se encontraba en medio de una protesta, Larraín observa la escena desde un monitor mientras, en esa pantalla, Luis Gnecco (quien hace de Neruda) camina por una calle seguido de la cámara y decenas de miembros del equipo lo acompañan. Un escenario preparado y protegido en que los cineastas actuales se mueven con mayor libertad. Al ser preguntado por “lo cinematográfico”, Larraín apunta a lo nostálgico del cine como “artificio”, comparando su trabajo con los ilusionistas y magos que hacían shows de marionetas. Y es que si el cine chileno de los 80 era el de una urgencia política, el cine actual, aparentemente, es de una necesidad estética.

Como me da la gana II no es una película que critique las diferencias entre el cine durante la dictadura y el cine actual, sino que justamente las explora, las expone y a la vez es claro al no tratar de entenderlas, porque no existe una sola respuesta para “lo cinematográfico”. Si para Marialy Rivas es en “lo que no está contando la historia”, para Christopher Murray es lo que sucede entre “el relato y la comunidad que lo recibe”. Los intereses de los jóvenes directores pueden variar, pero lo más interesante del documental es que nadie puede dar una respuesta clara sobre qué es lo cinematográfico. Y en eso reside una cuestión política y estética del cine actual.

Cuando lo político se desplaza a otros lados fuera de la urgencia, este se sostiene en otras cosas, como las alegorías que están presentes en cada uno de los filmes “interrumpidos” por Agüero. En Rey, Niles Atallah está presente en la construcción de un personaje, no desde la historia oficial, sino desde los vacíos que hay en esta; para Marialy Rivas (Princesita) está en la conformación de la identidad femenina; o para Cristian Jiménez y Alicia Scherson (Vida de familia) en cómo los personajes y los objetos se miran entre sí, transformándose y rompiendo los equilibrios. Y frente a todo esto, Agüero en vez de responder preguntas, las abre. En el fondo, nunca ha querido responder su pregunta, sino que busca abrir múltiples puertas a una respuesta que no es única y que posiblemente tampoco la sabe, ni la sabremos.

Como me da-la-gana-Murray

El recorrido que hace Agüero en Como me da la gana II tiene dos momentos que son memorables porque justamente unen lo político con lo estético. El director retorna a su documental sobre el Taller de cine para niños de Alicia Vega, Cien niños esperando un tren (1988), para presentar no tan solo el archivo e imágenes del taller en su actualidad, sino que para reconstruir los lazos más primitivos entre el cine y las personas. Acá el contexto parece ser el mismo, la marginalidad y la exclusión siguen presentes en el Santiago de hoy y la labor del taller parece más que necesaria y vigente. Existen, lógicamente, pequeños cambios, como el obvio hecho que los niños ya no viven en dictadura sino que nacieron y crecieron en democracia. Sin embargo, lo político radica en que su entorno social ha permanecido inmutable, y si nos parecía plausible que los niños en los 80 no hubiesen ido jamás a una sala de cine, hoy nos parece inverosímil que en la gran ciudad existan niños completamente ajenos a esta vorágine neoliberal del consumo de imágenes. Y conmueve que Alicia Vega, con la misma pasión de casi treinta años atrás, logre emocionar y fascinar a los niños con el descubrimiento del cine. Tal como dice Vanja Munjin en su apreciación, el sentimiento sigue siendo el mismo.

Algo similar sucede cuando Agüero interrumpe el rodaje de El viento sabe que vuelvo a casa. Aquí, la pregunta sobre qué es lo cinematográfico en el documental de José Luis Torres Leiva recae sobre él mismo: Agüero, en tanto protagonista del filme de Torres Leiva, es parte del artificio de crear una atmósfera donde se sitúa lo cinematográfico. Ambos directores comparten este placer de hacer un cine que hable del cine, que desentrañe los lazos del cine con la realidad, desde lo documental a la ficción, que al mismo tiempo los vaya uniendo pero además vaya cuestionando los límites del relato. A Torres Leiva y a Agüero los emparenta la construcción de relatos que expongan la emocionalidad de sus personajes, construyendo un relato cinematográfico que no solo contemplativo sino que también sienta. Agüero es usado como el agente detonante de la historia ficticia dentro del documental de Torres Leiva, a la vez que por su parte, y empoderándose de tal situación, se permite explorar los límites de lo cinematográfico desde adentro. En el fondo, y mediante el uso recíproco de sus directores, ambas películas -El viento sabe… y Como me da la gana- conectan desde la construcción de un cine que hable del cine.

Como me da la gana II, tiene la intención de explorar de las dudas, los vacíos, los límites y los aciertos de hacer cine. Eso se refleja en el diálogo entre Agüero y su montajista Sophie França, donde el proceso de montaje conlleva más dudas que certezas. En este sentido, la película no es cinéfila, no habla del amor al cine por el cine, sino que es un documental que ahonda en el cine como experiencia y no como objeto. Y si el cine no es un objeto, sino una exploración, una vivencia, la pregunta de Agüero resulta tan pertinente como hace treinta años atrás, cuando sigue siendo posible cuestionarse ¿qué es lo cinematográfico?

Nota comentarista: 9/10

Título original: Como me da la gana II. Director: Ignacio Agüero. Guión: Ignacio Agüero. Montaje: Sophie França. Fotografía: David Bravo, Arnaldo Rodríguez, Gabriel Díaz, Ignacio Agüero. Casa productora: Ignacio Agüero & Asociado. Producción ejecutiva: Tehani Staiger, Viviana Erpel. Productor asociado: Amalric de Poncharra. País: Chile. Año: 2016. Duración: 86 min.