El Cristo ciego (4): Los dioses que abandonan

¿Hay esperanza sin imagen? ¿Por qué la esperanza, en general, puede hacerse imágenes de lo que espera? ¿No será este el modo de nutrirse de ella, de mantenerse como esperanza?”

Pablo Oyarzún

Mucho se ha imaginado respecto a lo catastrófico de los tiempos que vivimos. No es raro encontrar obras cinematográficas que traten sobre el fin del mundo, futuros distópicos, realidades apocalípticas y post-apocalípticas. Y esto es porque existe cierta sensación de que el mundo se acaba; un pesimismo acompaña la creencia de que las cosas no pueden mejorar por sí solas, dejándonos arrojados a un mundo devastado o completamente controlado. Lo interesante es que por más que vivamos experimentando los aspectos más desfavorables de devenir, el cine si nos entrega una respuesta, una salvación, una esperanza que puede quebrar el estado actual de las cosas. Lo paradójico de esto es que aquella respuesta viene desde un espacio ficcional, armado, escenificado y montado para hacerse imagen, por lo que plantea la posibilidad de que aquella salvación no sea más que una ficción.

El Cristo ciego, de Christopher Murray, trata acerca de Rafael (Michael Silva) quien tiene una revelación divina cuando niño. A partir de esto el protagonista se ve a sí mismo como alguien divino, un hacedor de milagros que contiene el poder de Dios en su interior. Estos pensamientos provocan burlas y rechazo dentro de la marginada comunidad en que vive. Un día emprende un viaje descalzo por medio del desierto para ayudar a un amigo de infancia que está apunto de perder su pierna por culpa de un accidente laboral en una mina. El objetivo de Rafael es llevar a cabo un milagro, lograr curar la pierna de su amigo. A media que avanza en su odisea, el protagonista conoce gente pobladora del desierto a quien escucha y ayuda.

La película abre en sí varias aristas de análisis. Desde la inclusión de personas reales para la elaboración de esta, siendo el protagonista el único actor profesional, hasta la visión de la fe y la religión en la vida de aquellos marginados que han sido abandonados a su suerte en el desierto. Lo que podemos apreciar en la cinta es una extraña conjugación de una ficción que incluye elementos documentales, pero que difícilmente puede entregar respuestas a ciertas situaciones hipotéticas. En este caso, qué pasaría si apareciera un día en Chile alguien diciendo que es Cristo y va a realizar un milagro, de seguro la reacción no sería como la que muestran las personas del filme. Por el contrario, lo que logramos percibir en la película es una alegoría que habla de un doble abandono, de dos dioses. Uno el dios cristiano, y otro el dios del progreso.

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El dios cristiano presenta su ausencia a lo largo de la película en elementos como el silencio de este frente a las plegarias de los pobladores ante la estatua del santo, la que Rafael reprocha en su convencimiento iconoclasta. También está el abandono espiritual que deviene en la poca ayuda entre personas, el secuestro de la religión por unos pocos y en el simbólico abandono del padre de un niño con sueños de ser futbolista. Por otro lado, el abandono del dios del progreso se hace presente como paisaje en toda la película. La extensión desértica en la que la narración acontece, con autos abandonados y un río que se secó luego de que su agua fuera intensamente ocupada con fines mineros, habla de una economía que vino, succionó recursos y nunca cumplió la promesa de aquel futuro mejor, lleno de abundancia. Esto resulta paradójico si se piensa que la mayor parte de la riqueza de este país se produce en esta zona minera, la que sin embargo se ve como un lugar de enfermos, drogadictos, locos y marginados a los que ni siquiera las instituciones propias de la modernidad, como hospitales, cárceles y manicomios, son capaces acogerlos.

Es quizás este desierto inhóspito que acoge la vida de la gente que se narra a sí misma en la película, aquello exótico de un país cuyo ingreso per cápita es de 20.000 dólares y que, por lo tanto, se puede vender con cierto morbo hacia festivales europeos. Y es que, después de todo, el sufrimiento de aquellos que lo padecen se pone en suspenso para relatar una promesa divina que solo puede acontecer en el espacio inventado por el cine y no fuera de él. Pero que, sin embargo, crea una imagen de esperanza.

Italo Mansilla Vignolo

Nota comentarista: 6/10

Título Original: El Cristo Ciego. Dirección: Christopher Murray. Guión: Christopher Murray. Fotografía: Inti Briones. Montaje: Andrea Chignoli. Música: Alexander Zekke. Reparto: Michael Silva, Bastián Inostroza, Ana María Henríquez, Mauricio Pinto, Pedro Godoy. País: Chile. Año: 2016. Duración: 85 min.