El esgrimista: Tiernas fábulas para tiempos difíciles

La historia en la que se basa Klaus Härö es real. El director finés filma un trozo en la vida de Endel Nelis, un esgrimista que llega a la ciudad de Haapsalu, Estonia, ocupada por la Unión Soviética a comienzos de los '50. Nelis ha escapado de Leningrado y se ha refugiado en una escuela como profesor de disciplinas deportivas, donde tendrá que aprender a ser docente y relacionarse con los alumnos, además de lidiar con el director del colegio, un comunista conservador y severo.

Casi sin quererlo, comenzará a armar una escuela de esgrima. De hecho, sin quererlo a secas. A regañadientes y como un favor a una niña, alumna de la escuela, a quien tuvo que pedir disculpas por haberla tratado mal o fríamente, pero como se trata de niños es fácil ofender con poco (no es la única vez que lo hará en la película). Al llegar a su primera clase se da cuenta de que la sala está llena. Por alguna razón, la convocatoria tuvo un éxito absurdo, y no le queda otra que enseñarles, al tiempo que el director del colegio sospecha del protagonista y, para más, cree que la esgrima es un deporte poco apto para enseñar en su escuela. Nuevamente: por alguna razón.  

Desde sus primeros minutos es bastante claro hacia dónde apunta el filme, y Härö no se esfuerza en cambiar el rumbo. Apenas un par de momentos de tensión forzada que, por lo demás, terminan siendo un engaño. Pero da un poco igual que esos momentos no lleven a otra cosa más que a sostener el ánimo del espectador (como ocurre también con el uso de la música), pues de haber cumplido la promesa de la tensión, habría tenido exactamente el mismo problema: su efectismo. La película se ve arruinada por esta constante, que no solo tiñe a su estética, sino que está presente en sus personajes, la posiciones que ocupan en la historia (el director malo, los niños inocentes, la mujer que arraiga), e incluso en la constitución interna del protagonista: el pasado oscuro, el presente reivindicativo, el amor y las nuevas motivaciones, además de la amenaza constante al presente luminoso. Es una historia que, en gran medida, ya hemos visto varias veces.

Härö decide seguir con la cámara a Nelis, su protagonista, y pocas veces lo deja descansar. De todas formas, cada vez que lo hace es para reafirmar la idea de que su presencia en el pueblo es conflictiva y, a la vez, necesaria. Es decir, aunque no lo muestre, nunca lo suelta. La esgrima, por alguna razón, se convierte en un tema fundamental en la escuela, pero nunca se alcanza a entender ni justificar nada de lo que ocurre salvo por el solo hecho de encontrarse bajo represión estalinista, que a su vez no explica nada. Sin embargo, Härö sabrá darle importancia a lo que no lo tiene: la canción emotiva, las miradas profundas, la discusión sentida. Ayuda a esto la impostada postura del protagonista, un tipo serio y acomplejado, y qué mejor recurso que unos cuantos inocentes niños para darle una vuelta y sacarle por fin una buena y enternecedora sonrisa.

ESGRIMISTA

Hay momentos que alcanzan a escapar de la maquinaria efectista del guión, escenas o diálogos honestos, y a veces -al menos para el contexto estético de la película- hasta crudos. Pero rápidamente vuelven a lo anterior, o a lo de siempre, los buenos que son muy buenos, tanto que en todos, incluso en los niños, hay algo de educadores. Y los malos que, por supuesto, siguen siendo malos. Bajo esos términos pareciera hablarnos la película. Además, hay muy poco espacio para la duda o la complejidad, ningún personaje que genere la más mínima sospecha, o mejor, ninguno que no sea más que la superficie misma que nos muestran sus gestitos de manual. En ese sentido, la historia es más bien una fábula, de esas como lo son, con distancias, La vida es bella (1997) o Cinema Paradiso (1988), tiernas fábulas para tiempos difíciles, una luz de esperanza allí donde, medio forzosamente, parece no haberla. Por suerte, hacia la última parte Härö prefiere concentrar la tensión en un torneo de esgrima, sin renunciar a sus recursos (es, de hecho, donde con más soltura los despliega), pero de cualquier manera sirve para alivianar, por una parte, la impostura, y por otra, para por fin darle algo de dinámica a la película, o una dinámica distinta, sin perder los toques de efectismo, que durante esta parte al menos están mejor justificados.

Entre tanta escena conmovedora, se pierde la oportunidad de hablar del contexto, del estalinismo, de Estonia y su lugar luego de la Segunda Guerra Mundial. De las familias estonias quebradas, incluso. Se alcanza a elaborar una idea que termina por justificar la importancia de Nelis en la escuela, su aparición en contraposición a la cantidad de padres presos, desaparecidos y muertos, la figura paterna concentrada en un solo hombre, etc., pero lamentablemente queda en la enunciación fácil y vuelve a perderse en la forma. Al final, en El esgrimista todo parece dispuesto en un triste escenario, como podría serlo cualquier otro, mientras sirva para desplegar una historia emotiva.

 

Nota comentarista: 3/10

Título original: Miekkailija. Dirección: Klaus Härö. Guión: Anna Heinämaa. Fotografía: Tuomo Hutri. Música: Gert Wilden Jr. Reparto: Märt Avandi, Ursula Ratasepp, Lembit Ulfsa, Kirill Käro, Carmen Mikiver, Kaie Mihkelson. País: Finlandia. Año: 2015. Duración: 93 min.