El otro lado de la esperanza: La internacional populista

El cine puede entenderse como una dialéctica, y una de las aristas que la componen tiene que ver con un doble motivo: el arraigo y el desarraigo, o, de otra forma, su formulación nacionalista y su opuesto -el cine como espejo- su vocación sin fronteras, internacionalista. Ya en su puesta a punto como arte de masas a principios del siglo pasado, tiempo de enfrentamiento entre naciones y de revoluciones, al ponerse en marcha las grandes maquinarias de producción -como Hollywood- tuvo que integrar mano de obra extranjera. Por esa época se erige uno de los grandes nombres, Chaplin, inglés afincado en Norteamérica, que aportó un valor humanista y dio rostro a los desposeídos. Casi cien años después, en el cine de Aki Kaurismäki, aún persisten rasgos del cine como proyecto popular e internacional.

Segunda película consecutiva que trata de la inmigración, luego de El puerto (Le havre, 2011), asentada en un puerto francés, Kaurismäki recala en Helsinki para una historia de un hombre adulto sirio -no un niño africano como el caso anterior- que literalmente es depositado en suelo y cenizas finlandesas desde donde emergerá para buscar residencia legal y cumplir un cometido: encontrar a su hermana desaparecida en algún lugar de Europa y traerla al país de adopción.

Khaled relata a oficiales de inmigración su peripecia vital: bombardeo, escape, recorrido por diversas fronteras. La burocracia estatal lo asila en un hogar de refugiados mientras se tramita su caso. Pero más que un relato individualizado sobre un emigrante en tierra nueva que se universaliza por medio del cine, los pormenores de la nueva residencia del personaje tienen su razón en el mundo cinematográfico de Kaurismäki.

Tal como el niño de El puerto, el sirio Khaled aparece en la urbe tal como la conocemos del director finlandés: personajes excéntricos y parcos, planos estáticos, decorados simples y fríos, encadenamientos de causa-efecto bressonianos, momentos dramáticos y gags de humor sin subrayados, música interpretada en escena por lacónicos rockeros finlandeses y una simpatía por los perdedores que durante un tiempo se acompañan en sus desventuras. En este sentido se hace algo morosa, en un director que ama la detención, la concreción del cruce de las líneas narrativas, porque en paralelo al relato de Khaled está el de Wikström. Un adulto mayor que deja a su esposa e intenta una nueva vida como dueño de un restorán. Es en esta sección de la película donde se despliega todo el ingenio del director en cuanto a su marcado estilo (además de su reparto de actores habituales).

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La conjunción de lo foráneo y lo local dan sentido al título El otro lado de la esperanza, lo que busca el personaje lo consigue paradojalmente, casi nunca por las buenas o por la vía legal. El mundo es injusto, negligente y violento, Kaurismäki siempre lo ha tenido claro y la justicia poética de su cine ha sido dar espacio a los que no encajan en el reparto social: de trabajadores (mujeres y hombres) a artistas (rockers o poetas) que son los perdedores del sistema. En sus películas la astucia, la buena suerte y la bondad de los extraños son el refugio, físico pero también actitudinal,  casi siempre momentáneo o precario, con que se sobrevive más allá del corto alero estatal y la sociabilidad distanciada o prejuiciosa.

Para esta película, el malentendido cultural queda claro en el momento del ataque del neonazi y su “insulto” a Khaled: lo llama “judío”. En una mezcla de horrendo patetismo, entre el dolor y el humor negro, se entiende que la violencia proviene de la ignorancia. En cambio una amable, y jocosa, contraversión se representa en los intentos por actualizar el restorán, asumiendo lugares comunes de la globalización a través de la estereotipia culinaria: sushi, con ridículos atuendos japoneses incluidos.

Si no fuera por convencionalismos históricamente dominantes en cuanto a recepción y comprensión del cine (por no hablar de sometimiento a la industria cultural) el cine de Kaurismäki idealmente sería uno popular, masivo: entretenimiento y arte, como Chaplin en su mejor momento. Ante su imagen, poblada de un espectro romántico que alienta las alienadas vidas de unos perdedores, sean de Finlandia, Siria o Francia, sean viejos burgueses, rockeros viajeros o proletarias depresivas, su otra esperanza no es la utopía que no existe ni llegará. En el cine de Kaurismäki se la encuentra cuando luego de un enfrentamiento por un malentendido se llega a un acuerdo casi de manera cómica o cuando los desposeídos dan su merecido al violento. Provengan de donde provengan, los personajes y el modo de su cine provoca un re-encuentro que carecemos en la realidad, pero del que podemos extraer una  función política: más allá de fronteras o indocumentación el cine posee un prisma internacional inclusivo, permite dar visión al descontento diseminado entre tantos, a la vez que por momentos -aunque sea ficción- el débil puede al fin optar a una oportunidad justa.

 

Nota comentarista: 7/10

Título original: Toivon Tuolla Puolen. Dirección: Aki Kaurismäki. Guión: Aki Kaurismäki. Fotografía: Timo Salminen. Reparto: Sakari Kuosmanen,  Sherwan Haji,  Kati Outinen,  Tommi Korpela,  Janne Hyytiäinen, Ilkka Koivula,  Kaija Pakarinen,  Nuppu Koivu,  Tuomari Nurmio,  Niroz Haji. País: Finlandia. Año: 2017. Duración: 98 min.