La casa lobo (2): Meta-alegoría

Me cuelgo de la completa crítica que realizó Héctor Oyarzún en este mismo blog hace pocos días, sólo para comentar dos o tres cosas más sobre La casa lobo, largometraje de la dupla Joaquín Cociña y Cristóbal León. Particularmente una serie de aciertos que creo vienen a movilizar algunos lugares o zonas de enunciación desde donde la discusión sobre el cine chileno se viene dando. Primero, me centraré en la hibridez que va desde la producción a sus géneros escogidos, para luego ahondar en la dimensión política, desde una perspectiva abiertamente deconstructiva y alegórica. Partamos por lo primero, la hibridez. En los más de seis años que la dupla viene trabajando en La casa lobo, han sabido combinar estratégicamente la producción desde fondos cinematográficos con la instalación artística en galerías, coordinado así un work-in-progress de su obra stop-motion que ahora ve la forma de un largometraje proyectado en salas. En paralelo a su exhibición comercial, durante estos días en el centro cultural GAM se encuentra una exposición en torno a los descartes de la película. Todo ello nos habla de una conjunción estratégica de métodos de producción establecidos para un trabajo en particular, pero que al mismo tiempo tiene consecuencias en el ámbito de nuestro campo específico, el cine. Esta metodología de “producción mixta” tiene un punto de llegada en torno a la hibridez de géneros y formatos concretados por la forma final de la película, al ser un producto que, a todas luces, tensiona un mercado que recurre demasiado a endosar modos de producción con géneros establecidos (tal como señala Héctor, por ejemplo, en lo referido al criterio “técnico” de la animación). Todo esto permite abrir una pregunta sobre regímenes discursivos del cine local, en términos de pensar inscripciones de proyectos que pueden colindar con géneros cinematográficos e instancias de producción pero moviéndose entre distintas escalas. Hablo, por ejemplo, de la animación como género, la narración de terror, el cine experimental y la comedia negra, sólo por señalar la base de un trabajo que, desde una amplia diversidad de niveles, atenta contra la estabilidad de un cine solamente centrado en un tipo de ficción argumental. La casa lobo posee un discurso deconstructivo, porque aquí no se trata de un ensamble o hibridez ingenua de partes para llegar a un todo, sino de una narrativa procesual que obliga a pensar la difícil opción de complementar todos estos niveles juntos de forma compleja, a partir de sus operaciones con los materiales de trabajo y la discontinuidad de su narrativa. Casa Lobo Al respecto, una buena pregunta a hacerse en torno a La casa lobo en términos “diegéticos” es dónde está sucediendo: ¿Al interior de la mente de su protagonista? ¿Al interior de una fábula creada por un lobo? ¿Al interior de una fábula aleccionadora de Colonia Dignidad? ¿De qué zonas de un imaginario macabro e infantil toma sus recursos fabuladores la película? Muchos de los elementos situados en ella están presentes como una estructura clásica argumental, pero los protocolos de narración son constantemente asediados por procesos formales donde los niveles de figuración se combinan. La casa lobo crea un universo material donde el relato puede aparecer dibujado en una pared, en un muñeco de masking tape de marcas visibles, en unos muñecos de trapo, o en una introducción de falso documental, sin que en ningún momento nos cuestionemos sobre la llamada “cuarta pared”, compenetrándonos con la fábula, pero a la vez -y ese es uno de sus hallazgos- no podemos dejar de prestar atención a estos niveles abiertamente expuestos en discontinuidad, fragmento y proceso. Un efecto diegético que combina 4 niveles, articulados en 2 instancias:

  1. La potencia “afectiva” de los materiales con
  2. la distancia estructural de una operación formal.
  3. Una fábula orientadora revisada en clave irónica
  4. compuesta entre dos voces en primera persona que pugnan al interior de un discurso mental.

El intento por definir tales niveles, que puede parecer un detalle, me es del todo relevante para pensar dónde instalar La casa lobo en tensión con las líneas “dominantes” de la ficción argumental, el cine documental o -incluso- la animación industrial. En las antípodas del realismo institucional y en un juego paródico con el documento y la fábula infantil, este filme nos lleva a una zona donde una imagen alegórica hace posible una corrosiva crítica a las ideas normativas de comunidad. No hay melancolía comunitaria en La casa lobo (como sí ocurre en Caiozzi, Lübbert o Justiniano), sino más bien una pregunta corrosiva por el origen mítico de lo comunitario. De ello desprendo lo siguiente: toda idea de alegoría comunitaria parte del mito de la “buena comunidad”. Poner hincapié en cómo este mito fundacional se construye es poner énfasis en su circuito de transmisión ideológica, su cadena de mando, y tensionar la alegoría “simple” de toda comunidad nacional, como mito o comunidad perdida (sigo aquí la lectura de La comunidad de los iguales). casa-lobo Fábula sobre fábula, la (meta)alegoría central de La casa lobo depende de una relectura del mito y la comunidad, ahí donde toda fábula organizadora de sentido pone en circulación el sentido de pertenencia, ahí donde el terror atávico hace posible la subyugación y, por ende, la servidumbre voluntaria. Esta relación entre terror y política, tan presente en un Leviathan de Hobbes, como en toda propaganda política (ellos/nosotros), acierta aún más lejos al instalar un imaginario nazi de una comunidad donde el desvío finalmente siempre es castigado. A ello se agrega una lectura biopolítica, donde el animal -como figura central- redunda en cerdos convertidos niños o en lobos que persiguen y protegen: poder metamorfósico de la animación experimental que transforma el poder en una forma informe. En ese sentido, La casa lobo bien puede insertarse en las narrativas “monstruosas” sobre la dictadura militar de nuestro país, en la línea de Nona Fernández (pero también Bolaño). Monstruo y terror son combinados en un juego “vampírico” de dos voces que luchan por sobreponerse una de la otra, donde un poder devorador y de subyugación tensiona plásticamente la narración (y la hace andar). Todo esto me recordó, también, a las lecturas de Kracauer y Lotte Eisner sobre el expresionismo alemán: ambos coincidían que detrás del imaginario irracional y romántico existía una alucinación colectiva que hizo posible el surgimiento del nazismo. A ello La casa lobo agrega un juego de muñecas rusas, a partir del hallazgo de una cinta para niños, perdida y restaurada, hecha en Colonia Dignidad, la que en su interior contiene otra fábula y en cuyo interior, además, se lee un cuento. Pero la  referencia siniestra a la “buena comunidad” de la Colonia no se entiende en términos de "adaptación", es decir, no hay una "historia basada en hechos", sino que se trata de una referencia interferida , compuesta por capas de textualidad, todas en diferido. Esta claridad operacional comprende en su nítida conjugación de elementos una interpenetración con códigos que se mueven entre el fantástico y el surrealismo. A lo que hay que añadir -aunque parezca extraño mencionarlo- en una vuelta de tuerca, por lo que podemos decir que la película es a la vez “estrictamente realista”, en el sentido de obedecer a la materialidad orgánica y espacial del stop-motion, como “estrictamente materialista”, al obedecer al profílmico y sus organizaciones concretas de lo registrado, y “estrictamente política”, al proceder como una deconstrucción de la fábula de la servidumbre voluntaria. Casi no tengo más que decir de La casa lobo. Se trata, para mí, de una verdadera sorpresa que, en distintas escalas, presenta desafíos para pensar las problemáticas del cine local, re-observándolas desde una saludable renovación de sistemas icónicos, procesuales y narrativos.   Nota comentarista: 9/10 Título original: La casa lobo. Dirección: Joaquín Cociña, Cristóbal León. Casa productora: Diluvio. Producción: Catalina Vergara, Niles Atallah. Guión: Joaquín Cociña, Cristóbal León, Alejandra Moffat. Fotografía: Joaquín Cociña, Cristóbal León. Sonido: Claudio Vargas. Reparto: Amalia Kassai, Rainer Krause. País: Chile. Año: 2018. Duración: 75 min.