Manchester junto al mar: La potencia del desinterés

Como un ejemplo más de nuestra condición de súbditos culturales, nuestra cartelera cinematográfica comercial siempre está obedeciendo a los tiempos de la metrópolis. Ahora, en temporada de premios hollywoodenses, nuestras salas se abarrotan de estrenos favoritos para las distintas estatuillas, acumulándose en lo que se podría considerar como un par de semanas de vacas gordas que luego decaen en la hambruna que se extiende por gran parte del año. En esta oportunidad nos acercamos a una película que fue estrenada a inicios de 2016 en el circuito de festivales norteamericanos, liberada comercialmente en noviembre pasado y a causa de sus múltiples nominaciones a los premios Oscar, llega ahora a nosotros con la promesa de revisitar el drama familiar estadounidense desde una mirada tan fría y distante como el invierno en Massachusetts. Manchester junto al mar es la tercera película dirigida por Kenneth Lonergan, quien tiene una extensa carrera como guionista, la que lo ha llevado a los premios de la Academia en más de una oportunidad.

Lee Chandler (Casey Affleck) trabaja de conserje en un complejo de edificios en Boston, donde se encarga de reparar las cañerías y destapar los baños de los propietarios. De entrada lo vemos como un sujeto desinteresado y neutro, sin demostrar pasión alguna por lo que hace, viviendo como en una caja de fósforos en el sótano de uno de los edificios. Todo es rutina para Lee, incluso viajar a su pueblo natal de Manchester-by-the-Sea, porque siempre su hermano mayor, Joe (Kyle Chandler), necesita hospitalizarse debido a una delicada situación cardíaca. Pero esta vez es diferente, el corazón de Joe no dio para más, causándole un infarto fatal. Como pueblo chico que es, en Manchester todo el mundo conoce a los hermanos y su situación; familia y amigos se han preparado por años para esto y ahora solamente deben ejecutar el plan dispuesto por el difunto para con sus bienes y en particular para con su hijo Patrick (Lucas Hedges). Ahí reside el núcleo del drama, cuando Lee, quien se toma la muerte de su hermano con el mismo peso emocional con el que repara una ducha en mal estado, debe lidiar con su sobrino, asumir su custodia encargada por Joe y tratar con los entuertos de la vida social de todo adolescente.

Patrick tampoco reacciona de manera demasiado evidente ante la noticia, por un lado intentando seguir su vida tal como la traía, con sus dos novias, sus prácticas de hockey y su banda de rock; y por otro, con el objetivo de acomodarse a esta nueva realidad y al hecho de que Lee solo asume su custodia con el fin de llevárselo de vuelta a Boston. El muchacho, evidentemente, no quiere irse, debido a los lazos que lo atan con Manchester, sobre todo el bote de pesca de su padre, tal vez el único elemento que contiene el pesar de la pérdida. En este horizonte de aparente indiferencia, destaca el tratamiento burocrático de la muerte, con visitas a la morgue o a la funeraria, que, al ser vistos desde una perspectiva más bien humorística, comienzan a delinear el tono del film.

El montaje hace uso reiterado del flashback, el que se vuelve interesante a la hora de revisar la relación que tenían Lee con Joe y en particular con su esposa Randi (Michelle Williams) e hijos, donde lo vemos alegre y dichoso. Más allá del rechazo inmediato que el uso de esta técnica puede generar -la que apunta al flashback como un recurso facilista, que indica la falta de pericia del guion para contar lo pasado en el presente-, se vuelve inquietante preguntarse qué sucedió para que el personaje de Lee pasara de ese color vivo a uno mucho más opaco, solo y alejado de su familia. Si bien este aspecto resulta interesante, a ratos los flashbacks se tornan un tanto reiterativos y con una edición de ida y vuelta que no siempre funciona.

Continuando con la vereda audiovisual, la cinematografía brilla con luz propia, valga la redundancia. Exprimiendo hasta la última gota de rendimiento que la imagen digital puede ofrecer, el trabajo de Jody Lee Lipes como director de fotografía hace que este pueblito nevado de la costa este de Estados Unidos se perciba frío pero no amenazante, ya en la paleta de colores, ya en el uso de la iluminación, caminando en la misma dirección que los personajes, con cierta cualidad afectiva, pero más bien desde el horizonte de lo pálido.

El elemento de la abulia es tal vez lo más interesante del armado, planteando un cine desde la contención y el silencio, sin grandes estridencias, llevando el duelo de manera particular. Muy en sintonía con la lógica de los conflictos débiles, la dirección le baja intencionalmente algunos decibeles al relato, lo que es también un arma de doble filo, pues no es difícil dejar de creerle a los personajes su a ratos extremo desinterés. Parece legítimo preguntarse por qué no reaccionan con más fuerza, y si bien el film se encarga de iluminar al menos segmentos de tales respuestas, no sería extraño encontrarse con un juicio más desconfiado, que pierda interés en una familia que vive de manera “normal” pese a perder a uno de sus miembros más queridos. Si hay un factor que al menos haga dudar de esa premisa negativa, tiene que ver con las actuaciones, las que en general están a la altura del desafío. Sabemos, es mucho más fácil hacer que los personajes digan todo lo que piensan en vez de que solo lo insinúen, y tanto Affleck como Hedges, y en menor medida Williams, entregan papeles sólidos, los tres nominados a los premios Oscar por sus interpretaciones.

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No obstante lo anterior, hay un aspecto que no termina de cuajar, y se trata de la posición de Patrick al interior de la narración. Me refiero a su lugar como secundario, preguntándome si fue la mejor decisión para la historia que se quiso contar. Al ser Lee el protagonista, y tratándose de un guion clásico en el amplio sentido de la palabra, la trama nos muestra principalmente su viaje y cómo los eventos que acontecen lo van influenciando para tomar tal o cual camino. Más allá de su sino trágico, el centro de la película se relaciona con comprender qué le pasa a esta familia cuando muere Joe. En ese sentido, resulta interesante la pregunta que se plantea el filme: qué hacemos cuando pasa algo para lo que nos venimos preparando hace mucho. Y pienso que es más potente aun cuando esa pregunta se la hace un adolescente. Al ser personaje secundario, hay mucho de Patrick que no terminamos de comprender por el simple hecho de tener menos tiempo en pantalla, y si a eso le sumamos la lógica de contención arriba mencionada, los motivos por los que reacciona de la forma en que lo hace o cómo se desenvuelve con su tío al momento de asumir como su tutor, quedan en segundo plano, cuando podrían haber sido lo más llamativo.

En definitiva, se trata de una película que explota de buena manera sus recursos, pero que tal vez víctima de sus propias delimitaciones, se queda algo corta en su desarrollo general. Es época de premios y ejemplos de este tipo nos llueven por estos días. No es la primera ni será la última vez que veamos un hogareño pueblito de las afueras de Boston como telón de fondo para un drama familiar, como si ese paraje diera paso a conflictos no resueltos y traumas interpersonales. Con las principales categorías cubiertas en los próximos premios de la Academia, Manchester junto al Mar se perfila como uno de los imperdibles veraniegos. La publicidad ya hizo lo suyo, solo nos resta a nosotros decidir si califica para los máximos honores, o no.

José Parra

Nota del comentarista: 7/10

Título Original: Manchester by the Sea. Dirección: Kenneth Lonergan. Producción: Lauren Beck, Matt Damon, Chris Moore, Kimberly Stewar, Kevin J. Walsh. Guion: Kenneth Lonergan. Música: Lesley Barber. Fotografía: Jody Lee Lipes. Montaje: Jennifer Lame. Protagonistas: Casey Affleck, Michelle Williams, Kyle Chandler, Lucas Hedges. País: Estados Unidos. Año: 2016. Duración: 135 minutos.