Venían a buscarme (2): Secreto de familia

Venían a buscarme es un documental dirigido por Álvaro de la Barra que se encasilla dentro del subgénero autobiográfico, en que el propio director relata su historia de vida en el exilio durante la dictadura en Chile. Desde el presente, basado en testimonios de sus familiares y mediante su voz que va guiando la narración, hace un recorrido por los recuerdos de una época pasada y los viajes de un continente a otro, en una vuelta por sus propios pasos. Esta búsqueda tiene como necesidad la reconstrucción identitaria en torno a su niñez, marcado por un secreto de familia producto de su exilio y por el asesinato de sus padres, militantes del MIR, en manos de la DINA. En 1974 pasaría de llamarse Álvaro de la Barra Puga a Alejandro Feres Feres, para -con tan solo un año de edad- ser enviado clandestinamente a Francia, donde vivirá parte de su infancia y juventud junto a unos tíos.

El momento de vida que el director elige para realizar el documental pareciera ser simultáneamente imprescindible, tanto como punto de vista autoral como en su búsqueda personal. Una de las primeras escenas muestra una celebración familiar en la que Álvaro recibe un certificado con el que es reconocido por el Estado chileno con su nombre legítimo. Con este hito da inicio a la reconstrucción de su pasado. La historia se hilvana a través de sus viajes desde el presente. Su primera parada es en Francia. Ahí, Silvia es quien lo recoge y quien tiene más recuerdos de su llegada el año 74: en una cuna y con una nota de instrucciones de cómo había que cuidarlo. Después, en Venezuela, Álvaro recuerda otra parte de su niñez, y además surge la memoria de su tío Pablo, quien cuenta que aprensivamente le prohibía hablar de su historia por el temor que imperaba en ese contexto político. En su relato el director deja ver una distancia afectiva con Chile, su país de origen pero en el que nunca vivió. Así, la reconstrucción de este espacio viene marcada por una ausencia, que es reemplazada por hitos que lo hacen volver, como ocurre con el bautismo que da inicio a la película.

Una de las bellezas de este documental se basa, a mi parecer, en su transparencia y sinceridad, que va incluso más allá de las decisiones autorales del director frente a su trabajo. Es un documental cuyo momento de gestación probablemente sea difícil de definir, mientras que su producción llega en el momento preciso de maduración. Se aprecia, en los instantes escogidos para relatar la búsqueda personal, la marca de una suerte de sincronía o concordancia entre las necesidades del director-protagonista y lo que le va ocurriendo en su exploración por los rincones que han habitado su pasado. Por ejemplo, la importancia del jardín infantil al que asistió de niño tiene directa relación con el imaginario con que creció Álvaro, pues a sus padres los mataron en plena calle, en la esquina de aquel lugar, una tarde en que iban a buscarlo. La conmovedora coincidencia de que, a su regreso, la casona en que se encontraba el jardín esté en proceso de demolición es un "regalo", representativo de esa pregunta por el pasado, la ruptura con los simbolismos y los lugares que permearon su imaginario personal, de los que cuidadosamente busca desprenderse.

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Paralelamente, el documental presenta un sutil tratamiento del material de archivo, en tanto el cuidado fotográfico está ligado al archivo familiar. Así, la película es construida por su familia más allá de los testimonios. Se destaca la cercanía con el cine entre los parientes de Álvaro, como son la tía fotógrafa y su tío Pablo, cineasta y autor de la película Queridos compañeros, citada en el documental. Resaltan también archivos inéditos y caseros, como el registro del 11 de septiembre de 1973, con el bombardeo de La Moneda desde un ángulo distinto al comúnmente visto, junto a incidentes callejeros del mismo día. Más adelante, como desenlace, nos encontramos con la, quizás, mayor reflexión o conclusión que hace el director en torno a la figura de sus padres. Tres fotos, casi idénticas unas de otras, son las que acompañan su pensamiento. Son las únicas fotos en las que salen los tres juntos. En la primera, sale él en el centro. Luego nos indica que en la esquina inferior está el vestido de su madre, y finalmente, la sombra de quien tomó la foto, su padre. De alguna forma, esta representación es la más fiel a su relación con ellos. Fantasmagórica, incluso inexistente, más alimentada de personajes heroicos -como los de Queridos compañeros- que de la realidad.

El carácter del director confiere un temple particular a esta búsqueda de reconstrucción, y  posiciona a Venían a buscarme dentro de la nueva camada de documentales que abordan la dictadura desde los ojos de la segunda generación. En esta mirada ya no está todo teñido por la negación, por la militancia, ni el dolor a flor de piel. En este sentido, otro viaje interesante y que dota de profundidad a este secreto de familia, es el encuentro de Álvaro con su medio hermano, quien vive apartado de la sociedad en San Pedro de Atacama, practicando un estilo de vida puritano que se condice con su propia búsqueda de sanación de los tabúes que marcaron su infancia.

No obstante, hay una reflexión crítica necesaria al final de la película, manifestada por el director. No es casual que en el sitio de su jardín de infancia se instale una inmobiliaria. Su paso por Santiago está lejos de significar un acercamiento a su país natal, y el viaje resulta ser la confirmación de su condición marcada por el exilio, junto a la muerte de la utópica imagen de los ideales políticos por los que murieron sus padres.

 

Nota comentarista: 9/10

Título original: Venían a buscarme. Dirección: Álvaro de la Barra. Guión: Álvaro de la Barra. Productor ejecutivo: Álvaro de la Barra. Fotografía: Carlos Vásquez, Inti Briones. Montaje: Martín Sappia, Sebastián Sepúlveda. Sonido: Roberto Espinoza. Participan: Andrés Pascal Allende, Rene Valenzuela, Hernán Aguiló, Esther Hernández, Pablo de la Barra, Carmen Puga, Renato Puga. País: Chile. Año: 2016. Duración: 84 min.