Excéntrico fest, segunda muestra internacional de pornografías críticas (1): Un informe en tres escenas

Contra el porno mainstream o ese porno que hegemoniza los buscadores de internet y los scrolls de quienes buscan placer, el porno feminista y/o ético resulta una necesidad y una exploración que en los dos filmes de apertura de Excéntrico Fest -DIYSEX y The Sad Girls of the Mountains- se presentan a través de la pregunta explícita en torno a los lenguajes visuales que han aportado a nuestra educación sexual y sentimental, normando los límites del placer y la imaginación posible a la hora del sexo. El porno feminista es político, eso afirman ambos filmes desde dos propuestas que se encuentran en este gesto de declaración. 

El porno es cine o para excitarse se necesita de argumento y puesta en escena. Algo de esto circula en la sesión inaugural de Excéntrico Fest, que comienza con la proyección del cortometraje DIYSEX (María Lorente, Yarzo de Lamo, Juno Álvarez y Mariona Vásquez, España-2019) y uno de los cuatro largometrajes de esta edición del festival, The Sad Girls of the Mountains (Candy Flip y Theo Meow, Alemania-2019). 

Contra el porno mainstream o ese porno que hegemoniza los buscadores de internet y los scrolls de quienes buscan placer, el porno feminista y/o ético resulta una necesidad y una exploración que, en los dos filmes de apertura, se presentan a través de la pregunta explícita en torno a los lenguajes visuales que han aportado a nuestra educación sexual y sentimental, normando los límites del placer y la imaginación posible a la hora del sexo. El porno feminista es político, eso afirman ambos filmes desde dos propuestas que se encuentran en este gesto de declaración. 

DIYSEX es un corto documental filmado en España (uno de los centros de pensamiento y experimentación de aquello que conocemos como postporno o porno feminista), con entrevistas a actrices y performers, a realizadores y productoras como Amor y Lujo (aquella que trabaja con la famosa Erika Lust), y a trabajadoras sexuales. Todas activistas feministas que buscan poner de manifiesto la importancia de que la imagen porno se desligue del registro hegemónico del primer plano “National Geographic” (una suerte de plano recorte centrado en la penetración, claro, pero sobre todo demasiado descontextualizado, sin historia, sin argumento cinematográfico) y los cuerpos perfectos y depilados difíciles de hallar caminando por la calle. El documental cruza imágenes de archivo, sobrepone la vista en diferentes planos, simula una búsqueda en internet, hace de una TV antigua un dildo y una reproducción de porno clásico, busca responder a preguntas sobre la ética del porno desde la sinceridad de plantearse si aquello es posible dentro del marco hegemónico de una visualidad cishetero que ha normado cómo y cuándo excitarse. 

La fantasía no tiene límite o no debiera tenerlo, y es por eso que la vuelta al cine se hace tan importante en DIYSEX que instala desde el comienzo una discusión en torno a la representación. Ética en el porno es que haya consentimiento, que las productoras aseguren exámenes de ITS, pero también es fin al trabajo precario y compromiso con visibilizar cuerpos “no hegemónicos” desde una postura crítica que no solo ensalce la diferencia como una forma de sumar tags para la búsqueda en internet. No se trata de mostrar la racialización o la orientación sexual como un fetiche, sino que mas bien es un compromiso con otros modos de ver para cuestionar lo que ya existe. 

The Sad Girls of the Mountains, por su parte, explora a través de un documental ficcionado un registro paródico y crítico que dispara, por supuesto, a la representación hegemónica del placer en el porno, al periodismo bienpensante y servil a los intereses del capital, y de forma oblicua la etnografía en el cine. Las chicas tristes de las montañas son mujeres que hacen del placer su arma de lucha contra el capitalismo, pues a través del registro pornográfico financian a las milicias de mujeres kurdas y hacen de la tristeza su modo de resistencia. En medio de esta utopía feminista un periodista “gonzo” las encuentra en su retiro y logra pasar un par de días con ellas, participando de los registros porno, conociendo sus posturas políticas y experimentando también el placer que se propone también en este filme como una experiencia no centrada en la penetración ni en el placer visual de los cuerpos perfectos. Los encuentros sexuales en esta película sorprenden y desplazan el primer plano de la penetración a un registro más íntimo en donde los protagonistas de las escenas encarnan el placer que están llevando a una imagen. En ese sentido, nuevamente la mirada es desafiada en planos que hacen del cine en el cine la propuesta visual para expresar que este género necesita de inventiva para salir de uno de sus peores registros normativos: el disciplinamiento en torno a lo que puede ser visto y sentido. 

Una tablet reproduce un encuentro sexual, esa tablet se ubica entre las piernas de una chica de las montañas, la visualización excita al periodista “gonzo”, éste se masturba y eyacula sobre la pantalla, pero esto ha sido posible gracias a la invitación y consentimiento de la chica. Por un momento el hombre cishetero intruso, el buscador de historias que ya se había declarado crítico del feminismo y que buscaba dar cuenta de que esta utopía feminista era una nueva degradación de extremas “feminazis” queda atrapado en la trampa de la tristeza. La chica triste es “una crítica encarnada a la ideología”, eso es declarado en forma explícita en el filme, que se encarga de repasar con mucho ingenio a la teoría de la jovencita de Tiqqun mostrando los límites de su género neutro, pero, sobre todo, la falta de sexo y placer que envuelven a teorías críticas y revolucionarias que no han considerado al feminismo como un mínimo para pensar la transformación social y sexual. 

Las chicas de las montañas están tristes porque es imposible cumplir con los mandatos del neoliberalismo, con los cuerpos perfectos, con el imperativo y el horizonte de felicidad (como no evocar con esto a la killjoy de Sara Ahmed que es por allí nombrada en una escena), la tristeza es resistencia y es también parodia, puesta en escena: filmar videos porno de chicas tristes excita a los varones mientras ellas financian la revolución con sus clicks y sus likes.

El porno es político y es un cine a recuperar, un lenguaje que necesita despercudirse del secuestro de la inmediatez de la imagen, el polvo que comienza a los tres minutos de la película, la eyaculación en primer plano y los orgasmos femeninos sin esfuerzo. El porno debe ser ético como un mínimo básico, plantean ambos filmes, la experimentación feminista, la pregunta y los recursos argumentales y visuales que construyan un porno feminista son los que, al parecer, el festival Excéntrico nos quiere invitar a recorrer desde esta primera declaración.