Fidocs 2014: El Rostro (Gustavo Fontán, 2013)

Tardamos en descubrir la anécdota de esta película. Y eso es lo más interesante: no hay anécdota, sino pura poesía.

Una cámara inquieta, dinámica, recorre los bosques y la rivera del río Paraná, en un filme donde lo más importante parece ser registrar cada filtración de luz que las hojas de los árboles permiten entrever. La película puede hablar sobre el viaje, la muerte, los fantasmas. Todos temas una y otra vez reproducidos por la literatura y el cine. Sin embargo, es más que eso. El Rostro es la evidencia de una técnica, un juego de los formatos, una danza de puntos de vista, registros sonoros, texturas y movimientos de cámara.

La utilización de distintos formatos; el recurso poroso, impuro del 16mm y sobre todo del 8mm, salta sobre la pantalla en un relato pausado, cadencioso, similar a la corriente del río Paraná que desciende en un torrente de aparente pasividad, de pretendida inocencia. Pero esa corriente arrastra un bote que recuerda a Caronte, el botero de la muerte. Sombrero negro, distintas escalas de grises y un registro de lo sonoro que se transforma en una banda sonora no sincrónica, desplazada de sus referentes reales, extrañando el filme, sacándolo de su estatuto de lo real. Los primeros minutos de la película son posiblemente los más cercanos a un relato. A ratos, mientras el bote navega cancinamente de una lado a otro, hasta llegar a la orilla, me parece escuchar la guitarra violenta de Neil Young, esa nota solitaria de una guitarra que suena con el corazón más que con el rasgueo de la mano, pero eso es solo producto de una imaginación contaminada por la cinefilia.

Luego de esa experimentación con los formatos, con sus porosidades y límites expresivos, el filme se transforma en un registro frenético de lo natural: los bosques del Paraná, los cuerpos del Paraná, la luz que se cuela por las hojas de los árboles en el Paraná. Cámara inquieta, expresivamente dinámica, significativa por su tambalear constante, por su irregularidad, presenciamos la construcción de una realidad que desconocemos y que solo el cine hace posible a través de sus dispositivos. Ese registro de lo real inventado es el escenario propicio para la aparición de fantasmáticas figuras humanas extraviadas en los bosques. Al principio no sabemos si es un error de la emulsión de la película en 16mm, pero luego evidenciamos que ese error, esa falla en la película, está, en cierta forma, animada, algo la hace moverse dentro del cuadro. Formas fantasmales dentro de un bosque tupido, conformado de luces y sombras que permiten el aparecer y desaparecer de esos cuerpos huidizos, sacados de un cuento de hadas o de un filme casero de terror.

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Me quedo con la placentera sensación de haber asistido a una película reflexiva, que piensa el cine desde sus mecanismos primarios: luz, sonido, movimientos de cámara y, por supuesto, el montaje, un elemento del que habría que ocuparse largamente. Sin aspavientos, sin tramas complejas, sin la necesidad de recurrir a elementos extraordinarios que muchas veces nos hacen olvidar que estamos viendo una película, El Rostro bombardea de preguntas, apelaciones, conmociona nuestros sentidos y pone en discusión los límites de una expresión cinematográfica que se reinventa una y mil veces; reflexiona en torno a esa delgada línea, a estas alturas invisible y odiosa, que separa la ficción del documental. Lo imaginario de lo real.

Pablo Álvarez