Homenaje a Ruiz en Cineteca Nacional (2): Apuntes de un amateur de cinetecas

 

No me considero experto en Raúl Ruiz, y honestamente quisiera serlo, pero siempre está el problema de su inabordable filmografía, con más de 100 títulos, por lo que uno no sabe por dónde partir. La retrospectiva de la Cineteca Nacional me ha dado la posibilidad de ir viendo cintas que jamás habría visto de ánimo propio sino hasta que se mostraron ahí. Mi actitud fue: si no las veo ahora, no las veré nunca; así que, fui adelante y vi casi todo lo que pude.

De lo mostrado hasta ahora en el ciclo lamento haberme perdido la restauración de Tres Tristes Tigres, problemas de horario, y la tetralogía Cofralandes, por la misma razón. El resto lo he visto todo y seguiré viéndolo mientras me lo permita el tiempo, la salud y el presupuesto. Honestamente, buena parte de lo poco que puedo gastar se lo está quedando la Cineteca, y esto no es una queja, sino que admito que me hace feliz.

Presento, entonces, a continuación, textos cortos sobre las películas que he podido ver:

La hipótesis del cuadro robado (1979) – Mi favorita de las películas dirigidas por Raúl Ruiz que he visto hasta ahora. Una conferencia sobre las pinturas de un artista ficticio entre la seriedad absoluta y la parodia del lenguaje académico, algo que se repite constantemente en su obra (pese a su conocimiento cabal de este tipo de lenguaje y temas). Usando la técnica del tableau vivant de una forma completamente reflexiva, ya que en sí no está haciendo representaciones vivas de cuadros conocidos -como lo hizo de forma cinematográfica a la perfección Godard en Passion (1982)-, sino que realiza composiciones ruizianas usando ese lenguaje, así creando cuadros pictóricos imposibles. El dejo de misterio respecto al “cuadro robado”, faltante en la serie de cuadros sobre la que se ensaya una lectura académica, hace que todo el filme tenga un ámbito oscuro, como si fuera posible cualquier conexión, desde una posesión demoníaca a organizaciones secretas que controlan el mundo. Es la forma en que todo se puede encontrar en el punto más mínimo, como el Aleph de Borges, lo cual vuelve a esta cinta particular una pequeña obra maestra, múltiple en su interpretación.

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Las tres coronas del marinero (1983) – Ruiz logra combinar dos tipos de materialidad fílmica (el blanco y negro, y el color), y al mismo tiempo entregarle a cada uno su propio lenguaje fílmico. Combina estas dos narrativas paralelas en una que mece a la otra como si estuviera en una cuna, donde un fondo de cine negro da lugar a una suerte de cuento de hadas, colorido de forma exagerada, barroco en su construcción de planos y con un genial uso de lente fracturado, pudiendo dejar un objeto en primer plano a foco, teniendo aún el resto en profundidad de campo, dándole un tono onírico. El viaje que realiza el protagonista también puede entenderse como una suerte de Odisea (como la de Homero) a la chilena, con un marino que sale de Valparaíso, pero que en vez de nunca poder volver a su hogar, parece nunca poder salir del puerto y vuelve siempre a los mismos lugares, conociendo a las mismas personas, dudando de su vida y de su muerte. Una especie de metáfora sobre el exiliado, que no se siente en ningún lado, ni siquiera en su propio lugar de origen.

De grandes eventos y gente ordinaria (1979) – Un work in progress de una película de la cual sólo tenemos una pequeña mirada hacia el final, o que sí vemos completamente, pero no es lo que esperamos en un principio. Es una cinta sobre las ansiedades políticas de alguien que depende de la continuidad de una cierta ideología para que su trabajo pueda continuar, pero es al mismo tiempo neutral en su punto de vista por el formato del mismo y el lugar donde se transmitió. La ideología de Ruiz se entrevé en la elección de ciertas entrevistas, pero no puede mantenerlas por mucho tiempo, lo mismo que su origen chileno, su pasado político y su estatus de extranjero y refugiado político, algo de eso se quiere sacudir durante la extensión, pero no lo logra a cabalidad. Es al final de este documental experimental para televisión cuando se vislumbra su lado más ideológico y al mismo tiempo se distancia de un montaje o mensaje original. Una película que está llena de ideas pese a su corta extensión, que incluso encuentra tiempo para hacer una crítica al uso del plano/contraplano. Así, se refiere a la utilidad de tal recurso en el montaje mediante contraplanos que nunca tienen su correspondiente plano previo, es decir,  carecen de contexto alguno.

El techo de la ballena (1982) – Me sentí expuesto y desnudo viendo esta película. El pensar que esta cinta se mostró en Europa y expone el lenguaje chileno tal cual es, resulta un tanto vergonzoso. La película funciona como una deconstrucción del método científico en clave humorística, realizando acá una nueva parodia al método académico del habla (contrastándola sobre todo con el abuso del garabato en la conversación de ida y vuelta de los dos chilenos). El cine completo reía a carcajadas ante las formas de hablar de estos dos personajes, pero al mismo tiempo había una incomodidad al pensar en cómo esto fue traducido para el resto del mundo, cómo nos veían, cómo nos sentían, si resultaba tan gracioso como nosotros lo sentíamos. Es en esa risa incómoda donde nace la burla absoluta a todo tipo de ciencia social que Ruiz acepta con respeto, pero que no se toma con la seriedad que quieren que se tome, sobre todo cuando ni siquiera los indígenas parecen tomar importancia de su lenguaje, el cual cambian como si fuera un juego constante, imposible de obtener, y por ende, imposible de estudiar.

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La vocación suspendida (1978) – El filme se presenta con una premisa inicial de ser un experimento de montaje de dos películas basadas en un texto en común, aunque con diferentes puntos de vista. Sin embargo, el objetivo no se cumple, al repetirse escenas y no sentirse la intención diferente entre los filmes. Por otro lado, resulta admirable como el barroquismo de Ruiz se vuelve presente en la austeridad de los lugares representados: habitaciones monacales, iglesias vacías, claustros de pasillos largos… pero no a través de la acumulación de elementos, sino que en la acumulación de estilos absolutamente diferentes. Puedo reconocer que en el filme en blanco y negro hay una apropiación del estilo de Bresson, tanto en su elección de planos como en su actuación, y por tanto tiene como referente directo Diario de un cura de campaña. La cinta me hizo recordar una frase de Gabriela Mistral que decía que no había arte ateo, ya que es inherentemente espiritual, y en el espectro de Ruiz se puede ver la espiritualidad presente en la pose atea que se presenta en la trama.

Las divisiones de la naturaleza (1978) – Esta es la primera película de Ruiz donde me sentí absolutamente afuera, abstraído de todo lo que se decía, donde tal vez el chiste era tan interno, que simplemente no lo capté. Pero Ruiz juega con espejos, así que es divertido.

 

Jaime Grijalba