Informe IX In-Edit: Glastonbury (Julien Temple, 2006)

A propósito de Glastopia que se presenta por estos días en Inedit-Nescafé, subimos esta crítica de Rodolfo García a la obra anterior de J. Temple que sirve de matriz para su último documental.

Ubicado al lado del valle de Avalon y del grupo de menhires y dólmenes de Stonehenge, Glastonbury es un lugar mítico en Inglaterra. Corre la leyenda de que ahí está el santo grial y que el mismo Jesucristo habría visitado esta zona. Hoy, gracias al tesón de un granjero, es también el sitio donde se realiza año a año uno de los festivales de música más grandes del mundo, albergando en la actualidad a unas 300 mil personas.

Julien Temple realizó este documental para la cadena BBC, y mira con ojos curiosos este bastión cultural. El cineasta recopila material desde los inicios en 1971 hasta ahora. Mucho más que un simple festival pop, Glastonbury es la expresión de un fuerte movimiento contra-cultural. En los setenta, Michael Eavis descubrió el movimiento hippie y se apasionó con sus ideales de una sociedad distinta, en plena Inglaterra rural y conservadora, en el sudoeste de la isla.

Eavis quiso copiar el modelo de Woodstock, con críticas al capitalismo y la búsqueda del dinero y el éxito, a los que acusa de estar destruyendo el planeta. En las imágenes, conciertos con el público desnudo, alojados en carpas y en éxtasis y comunión con el hermoso entorno de la campiña británica. Eran los años de la marihuana, el ácido, el amor libre, las protestas contra la guerra, el pacifismo y la ecología, unidos a ideales de izquierda.

El dejarlo todo para volver a la tierra, al cultivo propio y la autarquía era la meta. El rock, el folk y la música africana presentes en este evento, la voz de una generación. En Glastonbury, no se permitió entrar a la policía sino hasta hace pocos años. El público podía hacer lo que se le diera la gana sin restricciones, en una forma anárquica que terminó por generar su propio sistema de vida. Lo que partió como una fiesta comunitaria fue creciendo como una bola de nieve.

Durante los ochenta, Glastonbury agrupaba a gran parte de los opositores a la dama de hierro, Margaret Tatcher, que reprimía las revueltas producto del desempleo con una policía violenta, no muy lejana a la de una dictadura, golpeando descarnadamente a los ciudadanos. El libre mercado desarrollado al máximo en este experimento económico que fue Chile tras 1973 se convirtió en el modelo a seguir por la primera ministra, con efectos devastadores y recesivos para las clases populares. En el festival de Glastonbury, nació la consigna ‘No, Maggie, no’, coreada hasta por los niños.

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Eavis tuvo que luchar todo el tiempo con el ayuntamiento del pueblo, espantado por toda esta gente extraña que llegaba ‘sucia y maloliente’, que se bañaba en cueros en el río y deambulaba por ahí hasta llegar al festival. Cuando la represión llegó al máximo, los policías desalojaron un campamento de nómades establecidos en Stonehenge, a pocos kilómetros, durante 1985. En la época de la recesión, la opción para algunos para no vivir en la calle era vivir en un tráiler.

El documental muestra el desalojo, con policías golpeando con lumas a mujeres en el rostro hasta dejarlas inconscientes y sangrando, sacando a los niños del pelo, agarrando entre varios a los hombres a patadas en el suelo. Eavis acogió a los nómades, e incluso simuló expulsarlos para que la policía se quedara tranquila. Ellos empezaron a trabajar en el festival en labores menores, pero en 1990, organizaron una revuelta y se enfrentaron entre ellos por mujeres, dinero y drogas. El granjero no tuvo más que expulsarlos, se reforzó la cerca del evento y se pusieron cámaras en todos lados. Los músicos protestaron, diciendo que se había perdido el espíritu de Glastonbury, que Eavis se había aburguesado. El mismo Joe Strummer (The Clash) aparece rompiendo cámaras en el escenario, e incluso, en su ira, le pega al lente de Temple, su amigo, al que le pedirá disculpas luego.

Mucho más que pop, en Glastonbury aparecen músicos negros tocando estilos tradicionales, gente de la India y árabes, haciendo del festival un lugar cosmopolita donde confluyen todas las culturas y colores. Si bien las drogas son un tema ahí, Michael Eavis fiscaliza y requisa los estupefacientes, al tiempo que declara que la continuidad de la fiesta se debe a que él mismo no consume sustancias. Aún así, éstas son ingeridas por algunos asistentes. Aunque, así como hay excesos, también hay familias que disfrutan con sus hijos, o gente de la tercera edad que acude al evento.

En términos musicales, Julien Temple expone sabrosos cortes. Da gusto cómo valoriza la música de su país, al mostrar en sobrecogedoras actuaciones a Pulp, Primal Scream, Blur y David Bowie (quien declara haber estado ahí en los setenta). Hasta Coldplay suenan increíbles (de verdad) y con una energía fuera de lo común, así como Massive Attack y Björk (mostrada en sus inicios con un hermoso ‘Human Behaviour’). Radiohead aparece con una versión que eriza la piel de ‘Fake plastic trees’, mientras que Morrissey lo hace con ‘The boy with a thorn in his side’, Prodigy con ‘Firestarter’, además de Nick Cave y The Chemical Brothers.

El clima de carnaval que evoca el festival es reflejado en la cinta con tomas de los atuendos exóticos y hasta disfraces de la concurrencia, y de las distintas actividades (hasta fiestas gay) que incluyen los tres días que dura el evento en Glastonbury. Asimismo, el pasar de largo y no dormir, o la gente que trata de colarse por la cerca, siendo repelidos brutalmente por la policía (es fácil entender porque se les dice ‘the pigs’, los cerdos). También, lo que significa la experiencia para las personas que acuden al lugar, y lo que representa esto dentro de la contra-cultura británica.