Informe La Semana del Documental de DocMontevideo: La otredad y sus vulnerabilidades

Entre el 20 y el 30 de julio pasados se realizó la Semana del Documental del DocMontevideo, en formato on line, y que contó con una programación de documental latinoamericano. Aquí repasamos tres de los once títulos presentados, provenientes de Argentina (Niña Madre, de Andrea Testa), Chile (El Otro, de Francisco Bermejo) y Venezuela (Érase una vez en Venezuela, de Anabel Rodríguez).

Los tres primeros años de los ocho que duró la realización del documental El Otro -el único filme chileno exhibido en La Semana del Documental de DocMontevideo que este año, como todos los festivales del Cono Sur, fue on line-, el fotógrafo y ahora director Francisco Bermejo pensó que su primera película sería una de contemplación del comportamiento y sobrevivencia de un hombre que vive fuera del sistema y que resuelve su soledad de manera psicológica; que come lo que caza y lo que pesca en un lugar escondido de la Región de Valparaíso a la orilla del mar (que el realizador mantiene en reserva para evitar posibles curiosos) y que lee a Moby Dick, entre otros libros que atesora en su pequeño refugio costero cerca de un acantilado.

Pero a los dos años de visitar a Oscar, conocerlo, entrar en confianza y lograr que sintiera que la cámara que lo grababa no existía, se presentó el otro personaje y Francisco Bermejo, casi como un acto reflejo, atinó a mover la cámara hacia un lado y hacia otro, como si hubieran dos personas. Sería el comienzo del desarrollo de esta dupla de personajes complementarios, con sus propias personalidades e, incluso, con tonos de voz ligeramente distintos matizados por efectos sonoros en estudio.

A partir de entonces, la observación se transformó en un dispositivo gracias al cuidado, inteligente y milimétrico montaje de Javiera Velozo (con asesoría de la española Marta Andrew, Coordinadora Académica de DocMontevideo), que construyó la dualidad a partir de diálogos e interpelaciones de uno de los Oscar al otro. Dos años les tomó el trabajo de edición que confluyó en una obra que consigue mantener la atención en las sencillas y rutinarias acciones del día a día de Oscar durante los 80 minutos que dura este documental, ganador en 2020 del Premio Competencia Internacional Burning Lights del reconocido Festival Visions du Réel, que premia la búsqueda de nuevos vocabularios y expresiones, la investigación y la experimentación narrativa y formal.

Dado que las intervenciones de Oscar son recurrentes, como también lo son los espejos de su casa de madera donde se ve reflejado (en sus dos personalidades), la figura del alcohol como gatillador de tensiones entre ambos personajes o las lagartijas que actúan casi como mascotas, el montaje encuentra en ellas las respuestas a preguntas que Oscar planteó en sus soliloquios en distintos años de rodaje.

Como en un rompecabezas donde se van encajando las piezas complementarias, El Otro logra construir una historia fluida y sensible sobre la soledad de un personaje que decidió alejarse de la sociedad y vivir en libertad, aunque para ello haya necesitado de un otro que lo interpele, le conteste sus preguntas y hasta lo tensione. Uno de los Oscar es el buzo que sale a pescar el alimento, el que desarrolla su vida en los paisajes externos; el otro es el lector, el que cita a Luther King y el que le pide a su alteridad que conserven las distancias, “mi metro cuadrado es éste; yo nunca te he invadido”.

La fotografía es uno de los puntos altos del documental, lo que no podía ser de otra manera, dado el oficio de origen de Bermejo y lo que lo llevó a encontrarse con esta historia cuando buceaba. Una de las secuencias más bellas y reconocibles de esta obra, es la que se filmó un día en que coincidentemente con la visita de Bermejo encalló una ballena a 100 metros de la casa de Oscar, sumergiendo a este voraz lector en el mágico mundo submarino de Moby Dick, cuyos pasajes lee con entusiasmo ante la cámara invisible del director y fotógrafo.

 

Érase una vez

El cortometraje El galón, que la directora venezolana Anabel Rodríguez grabó con los niños del pueblo de agua Congo-Mirador, cuando se le acercaron en bidones de gasolina improvisados como pequeños botes mientras ella grababa el fenómeno metereológico del relámpago silente de Catatumbo en el lago Maracaibo, fue el primer antecedente del documental Érase una vez en Venezuela, que fue parte de la parrilla de La Semana del Documental de DocMontevideo, que además contó con interesantes encuentros virtuales con los/as directores/as.

Por cinco años la directora siguió las posturas políticas opuestas de dos mujeres en el pueblo de palafitos Congo-Mirador, donde gran parte de la vida se desarrolla sobre el agua y que cada vez está más expuesto por el sedimento del lago, sumando a la pobreza y precariedad extremas la amenaza de plagas y ratas, lo que está generando el éxodo de las familias (de 700 habitantes sólo quedan 300). La degradación ambiental tiene sus consecuencias en términos de votantes, lo que preocupa a la representante del régimen de Maduro, Coordinadora del PSVE, Tamara, que pide más celulares a la administración central para entregar a cambio del voto oficialista de los congueros (“si no me das un teléfono, no voto”), en una evidente acción de cohecho naturalizado.

En la otra vereda está la profesora de la escuela flotante en franco deterioro, Natalia, que incluso debe conseguir recursos propios para solventar las clases a las que, a pesar de la extrema pobreza, las y los alumnos asisten con la dignidad de sus uniformes limpios y blancos. La maestra cuestiona las prácticas oficialistas, es acosada políticamente por aquello, se ilusionó con las últimas elecciones democráticas de 2015 -cuyos resultados finalmente no fueron respetados- e iba a ser la única protagonista del documental hasta que integraron el otro punto de vista, el de Tamara, que hace política desde su hamaca  custodiada por “paracos” o paramilitares (los que por seguridad del equipo no aparecen en la película). Las tensiones entre ambas (chavista v/s antichavista) representan a nivel de la micropolítica local, el proceso de descomposición de la democracia venezolana y que da razón al título de la película desde la nostalgia de la directora radicada en Austria.

Su punto de vista también se expresa con claridad al mostrar con ojo crítico el concurso de belleza que realiza la comunidad sexualizando a pequeñas niñas (manteniendo dichas escenas en la etapa de montaje, aunque le aconsejaban sacarlas por la gran cantidad de material que tenía) y en el cuestionamiento que hace al matrimonio forzado de una niña de no más de 13 años, al preguntarle a su hermana de 10 si se quiere casar a la edad de ella o alguna vez en la vida, ante lo que la pequeña responde evidentemente que no. 

 

Niñas madres

Luego de que la directora argentina Andrea Testa realizara el ensayo documental Pibe chorro (2016), en que cuestionaba la construcción social del delito y la violencia, así como la problemática de los niños que por su situación social desde que nacen ven vulnerados sus  derechos básicos, le surgieron preguntas desde la vulnerabilidad y el género sobre abortos clandestinos, subregistros, marco legal de la interrupción del embarazo y maternidad forzada de mujeres jóvenes y niñas atravesadas por distintas violencias, temáticas que abordó en su último documental Niña mamá (2019). Con ese antecedente surge una posible respuesta a lo que podría aparecer como una crítica inicial a la película en términos de clase, el por qué el filme sólo muestra experiencias de maternidad precoz de mujeres de sectores populares. En definitiva, esta investigación dialoga con Pibe chorro al situarse desde la marginalidad y la pobreza, en este caso desde las mujeres jóvenes que enfrentan el condicionamiento de la maternidad.

La también co-directora, junto a Francisco Márquez, de la aclamada ficción La larga noche de Francisco Sanctis (2016), ubica a Niña mamá en lo que considera cine feminista, por lo que puso especial atención en filmar en un marco de cuidado para que el lenguaje audiovisual no fuera un abuso más contra las niñas. Por supuesto se les solicitó permiso para grabarlas, la cámara no fue invasiva sino ubicada a distancia para no incomodar, una joven que se practicó una interrupción legal del embarazo prefirió mantener oculta su identidad y se respetó el cambio de opinión de una de ellas que al final prefirió no ser parte de este documental. Vieron el corte final de la película, dieron su consentimiento, como corresponde. Una de ellas nunca antes había ido al cine y se pudo ver a sí misma en la pantalla. Asimismo, fue un largo camino el conocer y entrevistar a los equipos de salud, trabajadoras sociales y médicas de consultorios y hospitales públicos del conurbano de Buenos Aires que realizan una atención más humanitaria, por lo que fueron elegidos esos recintos asistenciales y no otros.

Una joven de apenas 20 años, que ya tiene cuatro hijos, que se quiere ligar las trompas porque no logra que su pareja use preservativo, pero no es posible porque hay mucha espera en el hospital. Otra que después del abandono de su madre y de una vida de drogodependencia, logró dejar de consumir cuando quedó embarazada. Una adolescente en período de gestación que llegó al hospital con policontusiones por violencia de género. La expresión de una mujer que desde su camilla mira y escucha el trabajo de parto de otra en la misma habitación. Una pequeña de apenas 13 años que avanza con su embarazo, sin haberse planteado siquiera la posibilidad de interrumpirlo, que ni carné de identidad tiene. Son testimonios de niñas que se han vuelto madres en condiciones en que se han visto impedidas de gozar de sus derechos sexuales y reproductivos para decidir cuándo y cuántos hijos tener, si es que quieren hacerlo, frente a las cuales la cámara de Testa sólo observa y no juzga. Para ellas y para todas, la directora reivindica el derecho a decidir, para que todas las niñas puedan seguir siéndolo.