Informe XI In-Edit Nescafé (1): God help the girl (Stuart Murdoch, 2014)

Debut en dirección y guión para la pantalla grande del líder, principal compositor y cantante de Belle and Sebastian, grupo primigenio del “indie hipster” de los ’90. El origen de la película surge de un proyecto paralelo desarrollado por Murdoch en un par de EPs y un larga duración. Como concepto, God help the girl es una suerte de “girl band” que le ha permitido explotar su talento compositivo junto con expandir el imaginario de su banda, pródigo en música y letras de carácter irónico y literario, ahora con mayor énfasis en la función lírica de tipo confesional narrativo, llegando incluso a lo trivial, y asumiendo una perspectiva femenina. El resultado satisface más a los fans de la banda escocesa que a los melómanos que esperarían una actualización de aquel modelo de hits de pop femenino concebido en los sesenta por el malogrado Phil Spector. La película encuentra su deuda simbólica fuera del cine y de la tradición que lo ha pensado como arte, sugiriéndose en cambio un giño desde el indie (fílmico y musical) al modelo industrial televisivo a la Disney o Glee. Acá, tal como Selena Gomez o Miley Cyrus en la televisión, los jóvenes aspirantes a estrellas y su Brief Encounter fílmico evidencian la cuestión de la estetización de lo juvenil como producto, reactualizado para tiempos sin contracultura.

La película en sí consiste en un musical adolescente que resalta ante todo la primacía de las canciones por sobre los ejes dramático-narrativos y formales. La historia y los personajes están bastante delimitados, o más bien, son limitados a ser el soporte de lo que las canciones podrían sugerir. Aunque, claro está, la película cuenta una historia propia del mundillo elaborado por Murdoch: Eve (Emily Browning), una chica para quien la música es la base física, mental y moral de su vida, por sobre la comida incluso (sufre de anorexia), escapa del hospital psiquiátrico en el que lleva un tiempo internada para asistir a una tocata donde conoce al músico diletante James (Olly Alexander). Casi naturalmente se va a vivir con él y pronto se les suma Cassie (Hannah Murray), alumna de James. Si la música es lo que los unió, la música deberá ser su destino, por lo tanto ya consolidados como trío se enfrascan en formar una banda, componer y presentarse en vivo.

Si se puede hablar de fábula cinematográfica es porque se sabe que en el cine sin drama no hay narración, en tanto que una juventud sin dramas no es juventud. Pero, si se descuenta su importante elemento musical, la película no elabora demasiado las relaciones interpersonales y privadas de los personajes. Todo se resuelve entre un casting adorable, vagabundeos por un veraniego Glasgow y sus alrededores, diálogos de cierto ingenio y harta ñoñería musical, montaje que opta por la secuencialidad, una representación con un aire que tiene tanto de naturalismo como de fantasía, muy en sintonía con las nuevas olas cinematográficas y, por supuesto, buenas canciones, todos ejemplos del talento de Murdoch, para bien o para mal.

Bajo ese punto de vista la película es consciente de ser inocua. Solo cuando entramos a la parte musical las cosas van mejor. Con naturalidad las gestas musicales de los personajes y de la película van agarrando vuelo. La simpleza y reiteración letra/imagen van dando paso a coreografías, mayor ritmo y por ahí surgen patentes las citas a otros films. Por fin parece que el look delgado de los actores consolida algo más que la estética hipster y toma el camino de la ingravidez musical, esa que tiene como referentes a Minelli, Donen o Demy, aunque desde una perspectiva más contemporánea, vale decir, evidenciando el amateurismo y el tópico realista. El referente obligado aquí es Rivette.

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Esa ingravidez se refleja en la ligereza del espacio y el aprecio por la luz. Son momentos de paseos urbanos y campestres por Glasgow y sus alrededores. Las calles, parques, puentes, los cafés, atardeceres, vistas panorámicas de la ciudad, y un apacible paseo en kayak dan cuenta de la naturalidad para sostener el desplante de los personajes. En cambio, en los interiores la película opta por los primeros planos para el despliegue de las emociones o para el surgimiento de la veta musical. Se genera una visualidad que funde naturalismo con la fantasía propia del género, pero sin mayor capacidad que la transmisión más o menos directa de la emotividad que puede generar la fotogenia de los actores. Eso sí corre el riesgo de caer en una estética publicitaria o de videoclip, en el mundo de God help the girl parece no haber nada feo, sucio y siniestro. De pronto la película parece tan solo buscar una salida exhibicionista de los tópicos que los publicistas han sabido degradar cuando se sirven del cliché hipster que Belle and Sebastian ha fetichizado en sus carátulas y videos.

Aun así, el aire un poco amargo del final, también consonante con muchos de los musicales modernos, surge para resaltar la coordinación irónica que Murdoch ha sabido manejar tan bien en sus mejores canciones, ahí donde ellas alcanzan un grado de poética cercana al bildungsroman, reactualizado para auditores sensibles. Para quienes buscan proyectar sus experiencias estéticamente en un consumo musical sus canciones manifiestan claramente esa provocación, al mismo tiempo que tratan de ser ellas mismas una forma de relato experiencial que de cuenta de las variables del ethos juvenil.

Alvaro García Mateluna