Informe XI In-Edit Nescafé (3): Personalidades vs Exploradores

De entre las tendencias fuertes que se pueden distinguir los documentales musicales, muchos ejemplos han abundado en las 11 ediciones de In-Edit, hay dos sobre las que versará este comentario recogiendo como muestra por un lado dos títulos de documental sobre “personalidades”: Supermensh: The legend of Shep Gordon (Mike Myers, 2013) y I need a Dodge! Joe Strummer on the run (Nick Hall, 2014). Por otro lado, dos títulos más, pero referidos a la tendencia de un documental “discursivo”:  Pete and Toshi get a camera (William Eigen, 2014) y How to get out of the Cage: a year with John Cage (Frank Scheffer, 2012). Designar en esos términos: personalidad y discursividad, claramente es engañoso. Por el momento no se me ocurre un mejor léxico. Ambas vertientes comparten tanto el seguimiento a una personalidad (del mundo de la música para el caso de este festival de cine especializado) y la generación de un discurso y un punto de vista sobre el personaje en cuestión. Es solo el privilegio de ciertas tácticas estilísticas y narrativas, ciertos tics documentalistas y su uso concreto lo que va sumando, caso a caso, similitudes y diferenciaciones que a la larga permiten establecer ciertos conjuntos de obras posibles de agrupar como constitutivas de un subgénero. En definitiva, se puede establecer que una de las finalidades más importantes de In-Edit está centrada fuertemente en descubrir singularidades (músicos) para pluralidades (espectadores). Los casos son mucho más abundantes, repito, acá solo me centraré en los que vi el fin de semana pasado.

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En el primero, Supermensh, las figura del manager de rockeros como Alice Cooper y otros artistas disimiles se va armando en base a entrevistas, con muchos de sus contratistas, con amigos, familia, etc, junto con gran cantidad de archivo mesclado con recreaciones. Todo va tan rápido en un montaje que se tiende a pasar de un tipo de formato a otro sin que casi nos demos cuenta. No sabemos si lo que se dice, las anécdotas sobre Gordon son leyenda o realidad (es de novela o “película” su encuentro en un motel con Janis Joplin, Jim Morrison y Jimi Hendrix), pero que finalmente ira decantando en un retrato humano, de tipo conservador, el que rescata el amor, la familia, la amistad, la sobriedad, luego de haber dejado claro que el personaje pasó por variados desmadres. Finalmente, más allá de lo simpático que resulte Gordon, las personalidades “bigger than life” son retratadas en forma moralista y bien intencionada. Myers prefiere recrear una mitología estereotipada y sin miedo al ridículo desde un personaje descentrado, como en sus ficciones Wayne’s World y Austin Powers. Después de todo se trata de sobrevivir al lema “sexo, drogas y rock ‘n roll”, una transgresión vuelta actitud falsaria hace ya bastante tiempo.

strummer3

I need a Dodge! Ante esa presentación de la personalidad que “debíamos” conocer, está la personalidad reconocida, sobre la que es difícil decir algo nuevo. En el caso de este trabajo sobre Joe Strummer, -en crisis por su credibilidad y la de The Clash, escapando a España, conociendo a una banda punk local de la región de Granada, 091, produciéndoles un disco en una tentativa fallida por sobrepasar la retrograda industria discográfica española de primera mitad de los 80 y la pérdida del Dodge que adquirió en su periplo hispano-, no escapa de lo anecdótico. Sin duda hay gran cariño del director y los entrevistados al personaje que ya no está, al centro invisible que resulta Strummer,  quien presta su aura legendaria al relato, pero no hay mucho más. Poco archivo, profusión de entrevistas para componer un relato oral y la recreación de un Dodge fantasmal son las tres aristas de una historia que se siente un poco larga, que pudo tomarse más desde el lado de los españoles sin tener que remitirlos a solo dialogantes retrospectivos de una historia en la que participaron pero que no protagonizaron. Es difícil competir contra una leyenda, ¿no?

peteandtos

Enfrentada a esta vertiente se encuentra la que resalta la discursividad de sus retratados. Pete and Toshi get a camera contiene material de archivo que Pete Seeger y su esposa Toshi registraron en un viaje alrededor del mundo el año 1963. De Hawaii al Índico, al Este asiático, India, Medio Oriente y Europa, fue una travesía donde la familia Seeger, compuesta además por tres niños pequeños, se encuentran con diversas manifestaciones de la música autóctona y étnica antes de que se acuñara el concepto “world music” y en el momento de transición entre la retirada de los viejos colonialismos decimonónicos y las nuevas reinvenciones nacionales de variados países tercermundistas. Aparte también de dar cuenta sobre los últimos rastros de formas populares que el avance tecnológico y medial de la segunda mitad del siglo XX llevaría a su inevitable eclipse. Por hacer una comparación pensemos en Violeta Parra recorriendo el país para tomar notas del canto popular chileno. Seeger y sus hijos más algún archivo con Toshi contextualizan el recorrido mundial de ese año. Más allá de la anécdota familiar, la intención estaba ya incipiente cuando el cantante folk se hizo de una cámara 8mm con la que partió haciendo películas caseras para luego pasar al registro musical de amigos y conocidos. La carrera de Seeger, junto a su notoriedad activista, se entiende como un revisionismo musical del folclor estadounidense, del blanco y el negro. En un momento en que la cultura y las políticas de gobierno giraban en torno a la modernización más absoluto a nivel cotidiano y mediante el consumo y la injerencia de las industrias culturales, un grupo de intelectuales y artistas se decantaba por cierta nostalgia de Thoreau y esa vertiente emancipadora del “americanismo natural”. El giro interesante está en cuanto Seeger saca pasajes y su capacidad de observación, su pasión sencilla (empero no simplista) por la música, toma ribetes de archivo global. Es que en Seeger hay una pedagogía por lo musical, la que siempre le llevó  a caminos de buscan una audiencia, un público con el que compartir la música que él tanto prefería. A medio camino entre el amateurismo familiar, la etnografía y el registro interactivo entre la familia americana y los nativos, sin duda sin mucha autoconciencia, el archivo, del que este documental rescata solo fragmentos, permite medir distancias, repeticiones y diferencias entre lo que se entendía por musicalidades diferentes en los sesenta y la actualidad. Es decir, en este caso el film no es tanto sobre Seeger sino de una manera de entender la música que ya pasó.

john cage, paris 1981

How to get out of the Cage, finalmente, es aún más simple en su factura. Registros a lo largo de casi una década entre el director holandés y John Cage, durante los que se trabó una amistad, presenta entrevistas y ensayos con el músico (también con el coreógrafo Merce Cunningham). Cierto tono subjetivo, dado que Scheffer es el narrador introductor, impone la necesaria distancia categorial para entender a un artista con una particular poética musical y vital. Sería ridículo pretender saber algo de Cage sin pensar en condiciones de lo subjetivo como intento y ensayo de aprehender cierto tipo de real. El viaje discursivo que presenta este documental, a diferencia del anterior, es menos social y completamente hacia el interior. De ahí que se rescaten definiciones, citas y aforismos que Cage da sobre diversos conceptos a una grabadora concebidos como temporalidades “3 segundos sobre el gobierno de EEUU”, etc. La cronología de los capítulos, tomada del I Ching no representa necesariamente ningún recorrido lineal ni la llegada a puntos culmines en la carrera del artista, así el “año” con Cage resulta comparable a “mutaciones”. Se le muestra como portador de una singular capacidad para la “diferencia y repetición” de azarosos y, a la vez, ultraconcientes elementos para la composición y la producción (entendiendo por estas no como técnica sino como creación). Para Cage la música se extiende al sonido, solo existe como relación. El sonido (música o ruido da lo mismo) conforma el mismo eje que el oído (el auditor) y el mundo sensorial (la realidad y contexto del mundo en sus particularidades). Las categorías se transforman en fundidos donde su concepción de subjetividad es la del individuo que de verdad escucha. De ahí su ruptura con jerarquías de fuentes sonoras o el uso de silencio. Por otro lado recibe el aporte de filosofías como el Zen, alcanzando otros grados, definibles en una palabra, como espiritualidad. Junto con eso sus experiencias sonoras tienen puntos en común con algo que podríamos denominar con “trasdisciplinariedad”, por ejemplo, sus encuentros con el ballet. Paralelamente encuentra fuentes como en la literatura, otra vez como filosofía más que obras a transponer. Importancia da el documental en este sentido a su trabajo con el Finnegans Wake de Joyce, que para 1983 añadió coreografía de Cunningham. En definitiva, se trata de una gran entrada a los procesos de creación del compositor estadounidense y una visión general sobre su poética sonora vanguardista (verdadera conjunción arte/vida), resaltando siempre una humanidad y genuina simpatía y humildad que permite acercarlo a una audiencia amplia.

Álvaro García Mateluna