Informe XXII Bafici: De materiales encontrados y reinterpretados

Después de un año en que el festival se vio obligado a cancelarse, en 2021 el Bafici en su 22° edición -que combinó la modalidad on line con proyecciones presenciales al aire libre- logró llevar adelante una programación cargada de películas argentinas y dio un arriesgado paso al poner en el mismo nivel de competencia a los largometrajes y los cortos, tradicionalmente tratados como el hermano menor de la producción audiovisual, para poner en circulación las formas más diversas de hacer cine. De hecho, el Gran Premio de la Competencia Internacional fue para el cortometraje Mi última aventura de los argentinos Ezequiel Salinas y Ramiro Sonzini.

El modelo de exhibición mixto que usó el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI) en su 22° edición, que combinó la modalidad on line con proyecciones presenciales al aire libre y en restringidos aforos que se reservaban previamente por internet, probablemente marcará la pauta de posibilidades para la realización de festivales de cine en el segundo semestre en este lado de la cordillera, que podrían usar esta fórmula para intentar rescatar, en parte, el espíritu del encuentro en salas que la pandemia nos arrebató. 

Después de un año en que el festival se vio obligado a cancelarse, en 2021 el Bafici logró llevar adelante una programación cargada de películas argentinas y dio un arriesgado paso al poner en el mismo nivel de competencia a los largometrajes y los cortos, tradicionalmente tratados como el hermano menor de la producción audiovisual, para poner en circulación las formas más diversas de hacer cine. De hecho, el Gran Premio de la Competencia Internacional fue para el cortometraje Mi última aventura de los argentinos Ezequiel Salinas y Ramiro Sonzini, en una señal de valorización de formatos más pequeños y de la impronta naturalista del cine cordobés, en esta historia de un par de jóvenes que buscan cambiar su destino y dar un golpe delictual en una noche en que repasan recuerdos y viejas canciones. El corto abrirá la sesión inaugural de la edición on line del 10° Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín (FICIC) de la Provincia de Córdoba, acompañando al extraordinario documental autobiográfico de la cordobesa Natalia Gayaralde, Esquirlas.

Si de cortometrajes que avanzan por nuevos caminos se trata, la novísima directora argentina Paloma Orlandini, que ganó el premio al Mejor Corto en la Competencia Argentina del BAFICI, propone en Ob Scena -su ópera prima y tesis de grado de Licenciatura en Cine Documental- una crítica a las imágenes que construyen la sexualidad colectiva a través del porno hegemónico, muy en la línea del trabajo de la directora argentina Albertina Carri (especialmente en Las hijas del fuego y en su corto Pets), quien asesoró el guión del corto. En sólo 17 minutos, este ensayo documental hace confluir la investigación de la directora sobre pornografía mainstream; documentos mecaniografiados de su abuelo psiquiatra y sexólogo que apoyó la revolución en Cuba; archivos y su propio cuerpo como territorio de experimentación, placer, dolor y puesta en escena performática. Con el formato de un diario en primera persona, Paloma prefiere los bordes y desconfía de las escalas que clasifican las parafilias (desviaciones del objeto sexual) y también las divisiones de las películas porno, en las que busca gestos para identificar una posible actuación, perturbada por no saber si lo que ha visto en la pantalla es una violación o no. 

Ob Scena incluye un original dispositivo de representación creado por ella misma que pone en evidencia cómo la genitalidad es el punto central para definir identidades de género y asignar roles sexuales: una caja para armar y desarmar con filminas que se superponen unas a otras, que a la vez delimita lo que está dentro y fuera de escena. Un día que se cayó internet, la joven directora se quedó con varias pestañas abiertas con videos porno pausados en su computadora; para no perder esas imágenes las calcó en hojas blancas, resultando los mismos dibujos en las mismas posiciones sexuales, aunque cambiaran los videos, las historias y los actores. Junto a su madre (artista plástica) las descompuso en figuras, fondo, ejes y plano. Al hacer ese ejercicio descubrió que las figuras se orientan en el eje diagonal, horizontal y vertical y al superponerse encuentran un único punto de contacto en los genitales. Un decidor ejercicio que pone en evidencia la repetición mecánica y los patrones que se repiten del acto sexual representado de manera hegemónica.

También en formato de cortometraje, Teoría social numérica, de la artista visual colombiana radicada en Argentina Paola Michaels, en apenas siete minutos configura el paso del tiempo a través de archivos fílmicos de películas familiares (ajenas) de los años cincuentas o sesentas -en la primera parte vinculada a la infancia- y de archivos digitales recientes, en la segunda ligada a la vejez. Con un original planteamiento de un guión que escribió 15 años antes de hacer la película, Michaels asimila el mundo de relaciones que imaginó en su niñez con los números del 1 al 10, estrategia que en su momento le permitió tolerar las clases de matemáticas. En su representación numérica de la infancia había géneros, edades, temperamentos: para el número 5, 6 era su amor platónico, pero también lo era de 7, que era su amigo; pero finalmente 6 se enamoró perdidamente de 8. En este corto -que también apela a los números al usar recursos como la pantalla dividida en dos o tres partes- la voz en off de una mujer mayor rememora sus numéricos recuerdos a través del material encontrado de forma on line durante la pandemia, que ya en su vejez siente que se está convirtiendo en gato y se pregunta qué número sería si un gato la imaginara.  

En las antípodas se ubica el documental autobiográfico de la también colombiana Natalia Imery Dopamina, que a pesar de tener varios elementos propios de los relatos en primera persona que buscan un cruce entre las historias familiares y la política, acaba por no funcionar por la falta de ritmo y profundidad del relato de la propia directora, que no logra encontrar elementos que funcionen más allá de su particular experiencia. Estaba el ingrediente emocional (un padre que enfrenta la enfermedad de parkinson), también la variable política asociada al pasado militante de izquierda de los padres de la protagonista y la tensión que generó en ellos la orientación sexual de su hija a pesar de considerarse progresistas, pero la historia no fluye por su diálogos simples y redundantes. No basta con lo que le pase a ella para hacer una película.

 

Historias inventadas y reales

Qué será del verano de Ignacio Ceroni, ganador del Mejor Largometraje de la Competencia Argentina en el BAFICI, es un ejercicio que combina material literalmente encontrado en una cámara usada comprada por internet con una interpretación ficcional de las aventuras en África de su dueño francés original, coronado por una voz narrativa claramente influenciada por el director Mariano Llinás. De paso en Toulouse, Francia, para visitar a su novia que se ha ido a estudiar allá, Ignacio encuentra en la pequeña cámara videos familiares de Charles, un hombre jubilado que graba a sus perros Jamón y Queso. Decide escribirle un mail para solicitar su permiso para hacer algo con ese material y comienza entonces una comunicación entre ellos, que va saltando de las historias reales a las inventadas por el director en base a los videos. Una buena dosis de aventura se agrega cuando Charles va a trabajar como chofer a la Embajada de Francia en Camerún, con imágenes de revueltas en que protestantes camerunenses negros se dirigen a una cámara dirigida por un blanco -Charles- y otra de incertidumbre, cuando el director debe tomar un vuelo de repatriación a Argentina en plena pandemia de coronavirus. Ya en 2012 Ceroni había ganado el Mejor corto en BAFICI con El amor cambia, una original historia de dos jóvenes amigos enganchados por la misma mujer, que de tanto verlos juntos quería tenerlos por separado, en un desafío para ella de estar con sus dos personas más cercanas.

Con una paciente cámara fija y un permanente encuadre desde un auto como al acecho, el documental Responsabilidad empresarial de Jonathan Perel aborda la implicancia civil de fábricas y empresas con los militares durante la última dictadura argentina, en la misma línea de la CMPC en la película chilena Las cruces de Teresa Arredondo y Carlos Vásquez. Para apoyar su tesis de que hubo responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad más allá de sólo complicidad, la película documenta con casos de represión a trabajadores durante el terrorismo de Estado, cifras de víctimas y desaparecidos, y un relato en off por momentos escalofriante con las fachadas de fábricas en el cuadro en distintas provincias argentinas donde se repitió sistemáticamente un patrón. Inteligencia para la represión, listas negras de trabajadores “indeseables” y persecución a sindicalizados, dependencias al interior de fábricas como centros de detención clandestinos, desaparición de obreros dentro de la propiedad de las empresas. Empresarios que adhirieron al proceso de Reorganización Nacional aportando altas sumas de dinero al golpe de Estado, a cambio de seguridad de empresas y de “sacarnos de encima a mucha gente que nos está molestando”, hasta llegar a la aberración de que Gendarmería de las localidades cobraban doble sueldo: a cuenta del Estado y de las empresas. Compañías como Ford, Mercedes Benz o Fiat equiparon a las policías, así como astilleros o azucareros dispusieron sus plantas para la represión de sus trabajadores. Empresas que aumentaron sus ganancias en dictadura y que se beneficiaron de la estatización de pasivos empresariales que luego transfirieron al Estado como deuda externa. Responsabilidad empresarial en las violaciones a los derechos humanos que la puesta en escena de la película con plano fijo mirando desde la calle hacia las fábricas, genera el efecto de que el espectador termina imaginándose las aberraciones que ocurrieron al interior de ellas.

Convencional en su puesta en escena, el documental Rancho (nombre de la comida proveída a los presos en prisión) del argentino Pedro Speroni fue reconocido en el BAFICI como Mejor ópera prima, probablemente porque en su acercamiento más clásico a la cultura carcelaria logra no sólo reivindicar historias humanas de hombres (en este caso, es una cárcel masculina) que construyen un modo de relación solidario al interior de los recintos penitenciarios, las jerarquías del preso más antiguo que coordina el trabajo que tiene una condena a 30 años y que ha pasado por distintos recintos, el reencuentro familiar y los abrazos. También descubre discursos de autorreconocimiento de los sujetos como delincuentes: "de chiquitito siempre dije que iba a progresar, robando; compramos lo que queremos y no medimos nuestros gastos; quiero dejar de robar, robando".

Si la mirada de la película anteriormente comentada es sociológica, la de la ficción que mezcla el trabajo de actores profesionales y naturales El despenador, del argentino Miguel Kohan, es un seguimiento antropológico de un investigador que recorre el norte argentino tras la huella del mito precolombino del despenador, una figura que alivianaba el paso a la muerte de las personas enfermas y agónicas con un abrazo que les permitía cruzar el umbral. La forma de vincularse con la muerte de la cultura andina en la Puna de alta montaña en la Provincia de Jujuy, sus ritos y costumbres quedan bella y sensiblemente expuestas en el viaje que realiza el antropólogo por las celebraciones religiosas, peregrinaciones y cementerios de distintos pueblos (que fueron grabados con una aproximación documental que le da una atmósfera de veracidad a la película), que finalmente es su propio viaje interior sobre el valor de su salud, de la vida y la muerte. La película tuvo un proceso que le llevó en total más de 15 años de elaboración a su director y un rodaje interrumpido por la pandemia unos días antes de terminar; finalmente fue montada con el material de investigación que ya tenían, el que era valioso y profundo.

El BAFICI 2021 también tuvo acercamientos extremadamente creativos e irreverentes a la ficción. Con una alucinante puesta en escena retro y camp que recupera los códigos de las películas de espionaje internacional, la delirante comedia Jesús te muestra el camino a la carretera, del español Miguel Llansó, se vale de las disputas propias de la Guerra Fría sobre poderosos virus informáticos soviéticos que buscan dominar el mundo para hacer una crítica al poder y a la manipulación del comportamiento humano de las actuales plataformas y redes sociales. La estética de los primeros videojuegos, los computadores con transistores, superhéroes convertidos en villanos, un toque de artes marciales o teléfonos análogos con comunicación directa al Presidente de los Estados Unidos, son el escenario de esta comedia que es una original co-producción entre España, Etiopía y Estonia.

Gagano es un agente de la CIA de color y con una malformación en la espalda que sueña con retirarse para poner una pizzería, pero antes debe cumplir su última misión. El virus Unión Soviética está planeando apoderarse del sistema Psychobook (una alusión a Facebook), por lo que su avatar deberá entrar en la realidad virtual a riesgo de perder su propia corporalidad. Gagano se adentrará  en una trama de poder que incluso alcanza al corrupto Presidente de Etiopía y su falsa democracia, que busca el acceso total a los perfiles de la plataforma. Desde sus producciones en los márgenes y exóticas, Miguel Llansó desliza una crítica a los excesos de un mundo virtual en que todo está mediatizado, recordando el experimento Milgram en los sesenta, en el que se analizaron los datos de 50 ó 60 personas; mientras hoy Netflix tiene los patrones de visionado de millones de individuos, con los cuales produce películas basadas en predicciones.