Informe XXIV FicValdivia (3): De tierras robadas y viejos maestros

I-. El amigo de la Carpa Cecs me pregunta si quiero repetir la foto de mi credencial. Le digo que no y pienso para mí que no vale la pena fingir y esforzarse en alcanzar la fotogenia otra vez si esa es la cara que tiene uno después de 10 horas de viaje en bus. El check in es a las 14:00 y, ante la imposibilidad de reponerse en el hotel, la sala de cine ya comienza a perfilarse como el hábitat benévolo que es cada año durante las fechas del festival. No es inusual escuchar ronquidos, presenciar escapadas fugaces de funciones con las que a veces no se engancha; la sala se vuelve por algunos días el espacio cotidiano que uno habita. Es una de las razones por las que uno peregrina cada año hasta la región de Los Ríos, pasar de ver cine en la casa a volver el cine la casa. Si bien este año no pude disfrutar de la semana completa de festival, 16 películas en 4 días creo no está nada mal; todo gracias al combo perfecto entre una programación bien organizada y la escasa distancia entre un punto de proyección y el siguiente.

 

II-. Mi primera función fue el doblete perteneciente a la sección “Nuevos caminos” conformado por Something Between Us, de Jodie Mack, y Ouroboros, de Basma Alsharif. Si bien escapan de las estructuras narrativas clásicas, ambas películas abordan esta posibilidad desde sendas distintas. En poco más de 10 minutos Something Between Us se estructura sin mayores pretensiones que el disfrute mismo de las posibilidades estéticas que plantea el juego con mínimos elementos. Los efectos de la luz al atravesar ciertas joyas, los colores resplandecientes que desprende y las combinaciones rítmicas posibles de la unión entre el montaje y el sonido configuran la película de Mack como una gozosa experiencia visual. Por su parte, el juego de Ouroboros es uno mucho más hermético y menos lúdico. Recuerdo la hermosa toma aérea del mar fluyendo en reversa y un recorrido por ciudades árabes destruidas, luego el largo plano de una mujer que, también en reversa, recorre los pasillos de una casa, o la secuencia final donde dos personas conversan en una sala mientras un tercero toca un estridente y poco armonioso instrumento. Al terminar la función dejo la sala sopesando la belleza de ciertos encuadres con el hermetismo antes mencionado. Se siente sin embargo cierta melancolía. Está precisamente en esas ciudades destruidas, a las que la película vuelve de vez en cuando, oponiéndola a hermosos parajes naturales, como queriendo decir "esto había y esto hay ahora".

Aquella sensación de “paraíso perdido” atravesó varias de las películas que llenaron este año la cartelera del FICValdivia. Otra que llegaba desde zonas cercanas, A Feeling Greater Than Love hurga en el recuerdo de las huelgas de los trabajadores del tabaco que en los años 70 remeció el Líbano. La película busca a sus protagonistas, que desde el presente intentan re-pensar y cuestionarse el fracaso de su revolución, sus causas y motivos. Las herramientas que toma Mary Jirmanus Saba son clásicas, el uso de material de archivo, la entrevista, la reconstrucción de escena. Todo apunta a un ejercicio de memoria, pero que de alguna forma se queda corto en poder seducir a esta parte del mundo, tan desconectada y poco al tanto del conflicto que se narra. Pareciera hacer falta alguien que llevara el relato, algo o alguien que nos guíe por este confuso mundo de estrategia política y lucha. Es esa guía que tanto se extraña en la película de Jirmanus Saba la que se aprecia de sobremanera en el documental francés Chaque mur est une porte, de la directora Elitza Gueroguieva, que en esta película recopila viejos videos de su madre -quien fuera conductora de noticias a fines de los 80 en Bulgaria- para contar la transición del país del comunismo soviético al sistema capitalista. A través de una recopilación de notas, entrevistas y de un cuidado y dinámico montaje es la madre de la directora y sus apariciones en la TV estatal lo que nos muestra el ánimo de la Bulgaria de la época, el choque y posterior integración (¿o desintegración?) hacia los ideales de vida capitalista. Llama la atención el nivel de debate que se daba por aquellos años en televisión, los cuestionamientos y tipos de respuesta que daba la gente en la calle, informados, cuestionándose los cambios que acarrearía la transición, entendiendo esta como un momento clave en el que un país (y la película) se preguntan ¿qué es democracia?, ¿qué es libertad?, ¿qué es privacidad?, ¿qué es comunismo? El país atraviesa los cambios, entra el pop, entra Pepsi, entran las ventas y el consumo; y nuevamente se siente esa nostalgia por lo perdido, esa pregunta: ¿habrá sido este el camino correcto?

Tal vez una de las películas de este año donde más fuerte se siente aquella pregunta por el avasallador paso del progreso y la colonización sea Tierra Sola de Tiziana Panizza, la que tras una extensa investigación -que trajo consigo el hallazgo de fascinantes piezas de archivo- devela el alcance y la gravedad que han tenido los distintos intentos de colonizar Isla de Pascua, siendo el del propio estado chileno uno de los más dañinos. A medio camino entre la etnografía y el documental más clásico, Panizza entremezcla el material histórico obtenido con momentos cotidianos al interior de la cárcel de la isla, haciendo aflorar la duda por cómo es posible que incluso al pedazo de tierra más apartado del mundo haya llegado un sin fin de colonizadores. Los que acabaron carcomiendo la cultura local, deslavando sus tradiciones y formas de vida, llegando a confinar la población originaria incluso dentro de su propio territorio, convirtiendo ese distante trozo de tierra flotante en una cárcel para sus mismos habitantes.

Cierra mi primer día con Beyond the One, de Anna Marziano, que en poco más de una hora explora pensamientos, sentimientos y sensaciones de un grupo de personas respecto al amor. La película hace hincapié en el discurso amoroso, lo que se cuenta, se recuerda, las formas que tenemos de pensarlo y narrarlo. Hay un trabajo de imagen que nos permite suspendernos en ese discurso, dejarnos llevar por él, pero que nunca revela el real cuerpo de quienes escuchamos, acentuando la sensación de flujo, no poniendo cuerpos por encima de la historia, permitiendo que fluyan las historias por sobre quien las cuenta.

 

why-dont-you-play-in-hell-sion-sono

III-. Al día siguiente, el sol brillante y templado con el que despierta Valdivia hace evidencia aún más el hecho de que el día anterior había pasado más de 10 horas en la oscuridad de la sala de cine. Llego a la función de Why Don’t You Play in Hell de Sion Sono pero no logro mantenerme adentro. Me convierto en uno de los que hacen fugaces huidas en medio de la película y me entrego a la necesidad de abrazar el aire y el sol que pocas veces había visto brillar con tal intensidad en Valdivia, opuesto a años anteriores en que recuerdo haber tenido que intentar sortear sin real éxito aquellas lluvias que caen diagonales, casi atravesando paraguas y cualquier cosa con la que uno intente protegerse. Me hubiera gustado terminarla (me dijeron que el final era lo mejor), estaba disfrutando de los gags y la maestría con la que Sono despliega el lenguaje visual, lleno de referencias a distintos géneros, pasando por el gore, el slapstick, el western, las películas de artes marciales y el animé. Sin embargo las películas se ven con todo el cuerpo y me fue imposible seguir negándole el aire puro y el paisaje que en esos momentos ofrecía la ciudad.

Retomé los visionados con The Illinois Parables. Siempre es un privilegio asistir a las funciones en la sala Paraninfo, en este caso una proyección en 16mm, una experiencia a lo menos escasa, y que es ya de por sí una de las experiencias festivaleras más estables, una oportunidad que rara vez se tiene en cualquier otro espacio y altamente apreciada por cualquiera que tenga la suerte de poder vivirla. La película de Deborah Stratman cuestiona de manera episódica distintos momentos en la historia del estado de Illinois y que dan cuenta de su degradación como tierra habitada por los pueblos originarios hasta el día de hoy. Plantea así la pregunta por las formas que tenemos de configurar el territorio, sus usos, abusos, etc., rastreándose el comienzo de la decadencia actual en los siglos anteriores. Ese tipo de inquietudes -que siento atravesó este año parte de la programación- se intuye también en Rey, la esperada película de Niles Atallah, que desde el personaje histórico de Órelie Antoine de Tounens pone en escena los delirios conquistadores y su idea de unir al pueblo mapuche y gobernar en la Araucanía. Aunque fue un caso fallido y casi olvidado por la historia, la película explora la idea del delirio ya desde el apartado visual; entremezclando técnicas, formas, materiales, tratamientos y tiempos fílmicos que encuentran su centro como relato en el juicio del estado chileno al intento de regente. El delirio de Rey es el delirio de querer reinar por sobre las cosas, de imponer ideas y formas de pensar foráneas, si bien en su caso no por la espada, este se hace presente en la propia voluntad de querer reinar donde no hay siquiera un reino.

Algo de eso quizás también hay en Zama, de Lucrecia Martel. La esperada cinta llegó a Valdivia precedida por el título de obra maestra, y la larga espera de más de 9 años entre la última película de su realizadora y esta. Más allá de eso, y de la indiscutible pulcritud y maestría con la que esta está filmada (el trabajo de fotografía, vestuario y puesta en escena son simplemente alucinantes), Zama me dejó más bien frío. El eterno purgatorio por el que atraviesa Diego de Zama es sin duda angustiante, pero me recuerda a la sensación que a veces me producen las películas del fin del mundo: un personaje luchando contra un destino que ya está escrito. En el acompañarlo no gozamos mucho (más bien se compadece, o se angustia) pero tampoco es una angustia o una compasión demasiado grande, pues el personaje no despierta mayores simpatías o conexiones; y si bien Zama no es ni por lejos una mala película, la verdad es que no creo que esté a la altura de los carteles que se le colgaron.

 

ON THE BEACH AT NIGHT ALONE

IV. El resto de mi visita estuvo plagado de maestros consagrados, como por ejemplo On the Beach at Night Alone o Claire’s Camera del director surcoreano Hong Sang Soo. Hay ciertas constantes que unen ambos filmes: pequeñas historias, pocos personajes, una manera particular de encuadrar, de usar el zoom. Pese a que me he ido enterando de la trastienda que rodea a estos filmes, los chismes de la prensa rosa, etc., es ciertamente perceptible su tono de pesimismo amoroso, donde los romances fallan porque los hombres son unos seres bastante ineptos, inmaduros, “incapaces de dar amor”, como diría Kim Min Hee en una de las escenas de On the Beach… (la más alta de las dos que pude ver de Sang Soo).

Las películas recobradas de Godard y Ruiz eran un evento en sí mismos. Siempre es al menos un descubrimiento ver alguno de sus filmes y en Grandeur et décadence d’un petit commerce de cinéma uno se siente así, ante un Godard en video, explorando los límites de este para la televisión. Destacan para mí la elección de su banda sonora y las formas que propone para desplegar los diálogos y los cuerpos en la pantalla, exprimiendo al máximo las posibilidades del cuadro y, por supuesto, el inesperado cameo del propio Godard.

Por otra parte, lo de Ruiz (y Valeria Sarmiento) con La telenovela errante es sencillamente fascinante: un material restaurado en una calidad excepcional y que sorprende por su inventiva. Una serie de sketches realizados con actores de telenovelas que exploran y explotan de manera delirante, pero de una fineza cinematográfica que se hace notar desde la iluminación, la decoración de los sets, los diálogos y el montaje. Es sin dudas una película que hay que volver a ver.

También volvería a ver L’amant d’un jour. La película de Philippe Garrel se robó mi corazón este año quizás por las razones más hormonales posibles, ya que caí rendido ante su protagonista apenas al primer plano. Filmado en blanco y negro y con una fotografía que a ratos deslumbra, este trabajo de Garrel explora los límites entre las relaciones, poniéndonos frente a tres personajes que por vicisitudes amorosas enredan sus vidas, acompañándose a la larga en lo dulce y en lo amargo de entablar con otros. No sé si la mejor película, pero definitivamente una de las que más disfruté.

V-. A empujones de metro vuelvo a la realidad la mañana del lunes. Ya extraño el aire limpio, el agua hiper dulce, la cerveza y las fiestas post-funciones. Todavía no creo que haya visto 16 películas, no ha pasado ni un día y ya quiero volver, caminar a todas partes, despertarme para tener un montón de películas por ocupación y por distracción. Me da una especie de nostalgia donde recuerdo casi todo con cariño: todo, menos ese curry que no era curry en la comida india del terminal.