Informe XXVIII FICValdivia (3): Observaciones a distancia: competencias, cortos y foco Jocelyne Saab

Este año FICValdivia optó por hacer una versión híbrida que dejó varias de las piezas más “cotizadas” -como son las llamadas “galas”- para la experiencia presencial, dejando liberados algunos focos retrospectivos y las competencias. Quien escribe se dejó llevar por algunas de estas experiencias on line, comprendidas en la competencia internacional, la retrospectiva de la cineasta libanesa Jocelyne Saab, así como algunos cortometrajes incluídos en la apertura y la competencia.

Para quienes no pudimos asistir presencialmente, este año FICValdivia optó por hacer una versión virtual del festival. Un formato híbrido que va dando forma a lo que parece será el desafío futuro de los festivales mientras prosiga la pandemia y la digitalización cotidiana siga expandiéndose. Así visto, el festival dejó varias de las piezas más “cotizadas” -como son las llamadas “galas”- para la experiencia presencial, dejando liberados algunos focos retrospectivos y, centralmente, las competencias. Quien escribe se dejó llevar por algunas de estas experiencias, comprendidas en la competencia internacional, la retrospectiva de Jocelyne Saab, así como algunos cortometrajes incluídos en la apertura y la competencia.

Vamos por las locales, una de las expectativas fuertes del festival. La principal ganadora, Mis hermanos sueñan despiertos (Claudia Huaiquimilla), venía desde una doble expectativa. Por un lado, la segunda película luego de Mala junta (2016), para muchos una de las mejores películas chilenas de la década pasada. Segundo, por el tema abordado, la infancia al interior del Servicio Nacional de Menores, desde una mirada post-octubrista, es decir, luego del estallido. Esto es sumamente importante: recordemos que durante el estallido una de las principales demandas era el fin del Sename, dados los diversos hechos de muertes y abusos de niños en esos centros. Este universo había sido tocado anteriormente también en Mala junta y aquí hay elementos que se repiten. Se trata de dos protagónicos masculinos, dos hermanos abandonados por su madre, ambos recluidos en un reformatorio fruto de una mala decisión. Mientras Mala junta tenía una opción decididamente narrativa, diría que aquí se acentúa el clima psicológico y opresivo del espacio desde una composición clara (estructuras áridas, grandes sombras, murallas divisorias). Aquí seguimos el camino de Ángel, el hermano mayor, por tratar de superarse y lograr salir con el apoyo de una guía protagonizada por Pali García, mientras en su entorno van aconteciendo sucesos que lo obligan a renunciar a este camino. Entre pastillas tranquilizantes, crisis emocionales y fallecimientos, el clima de agobio se va acrecentando, en paralelo que el filme subraya la condición solidaria de los personajes. Los hechos van conduciendo a un camino sin salida que termina en una alegoría expiatoria dentro de un incendio, una de las decisiones estéticas que, personalmente, me retrotraen al “cine de mensaje” propio de operaciones como Costa Gavras, Pontecorvo o, incluso, Alan Parker, dejando atrás el realismo en favor de un simbolismo redentor algo ilustrativo.

Mientras Mis hermanos sueñan despiertos es una ficción que dice inspirarse en el incendio de un centro de menores, El cielo está rojo (Francina Carbonell) se trata de un documental que aborda directamente el incendio de la cárcel de San Miguel ocurrido el año 2010. Casi como contrapunto, el documental prescinde de voces en off o textos explicativos y ofrece al espectador una reconstrucción a partir de archivos judiciales y noticiosos, particularmente el registro de la reconstrucción de escena para la fiscalía. El montaje desarrolla un acercamiento analítico para dar cuenta de responsables, así como de la condición de hacinamiento en que se encontraban los presos, fruto de la precarización institucional y mala gestión. En este sentido, se me hace interesante pensar dos operaciones de montaje antitéticas entre Mis hermanos... y El cielo está rojo: la primera termina con un montaje simbólico-alegórico a la búsqueda de una catarsis emocional, el segundo pone hincapié en la composición material de los recursos y la reconstrucción efectiva y judicial de los hechos, desde un camino sin salida. Mientras una busca una justicia poética, la segunda apunta a una más realista y analítica.

Dos documentales chilenos fueron premiados: Al amparo del cielo (ver entrevista a su director Diego Acosta acá) y Travesía travesti (Nicolás Videla). El primero es un documental observacional y experimental con un tratamiento fotográfico en fílmico y blanco negro sobre un arriero de ovejas en la mitad de la montaña. Se trata de un documental de atmósfera densa y celebratoria de las texturas, los contrastes, las luces y el paisaje, dándole protagonismo no solo a la figura humana sino también a lo no-humano: ovejas, animales, piedras, ríos. Un naturalismo radical que reivindica el dispositivo cinematográfico de forma que no recordaba de forma tan clara en el cine documental local. Por su parte, Travesía travesti es un retrato doble de Anastasia y Maraca, quienes han llevado por varios años el cabaret transformista que da título al documental, cuya ultima función coincide con el estallido social. El documental reconstruye la historia del cabaret, con telón de fondo sobre historia del activismo transformista y con un tratamiento interesante por el trabajo performático con el propio formato (puesta en escena, interpelación, trabajo con cuerpo, máscara y post-pornografía, además de mezcla de formatos). Travesía travesti reconstruye el rol del cabaret desde desde el rol formativo en términos de la promulgación de derechos LGBTQI+. Como parte del eje de conflicto se aborda la relación conflictiva entre Anastasia y Maraca, una pelea donde egos, recelos e intimidades se exponen, aunque no siempre sea de mucho interés. Poco después de la premiación que obtuvo (Premio del jurado), circularon comunicados del propio documental (aquí y aquí) y luego desde el propio festival, por una polémica derivada de los protocolos del festival y la exclusión que hubo en el Q&A post función de estreno, el que se tuvo que suspender.

Algunas películas que pude ver: Summer de Vadim Kostrov, me pareció un ejercicio esteticista y no narrativo en torno a una familia en la Rusia actual. Una película bella, algo vacía. Ste. Anne de Rhayne Vermette, de una elaborada visualidad, aborda el conflicto de una madre e hija que se reencuentran, agregando al clima intimista opciones muy marcadas de experimentación formal. One image, two acts de Sanaz Sohrabi, un ensayo de orden farockiano, sobre la historia del petróleo en Irán, los avatares de la guerra por el combustible y su relación con el nuevo cine iraní, particularmente A Fire de Ebrahim Golestan (1961) y The Runner (1984) de Amir Naderi, las que el propio filme incluye a modo de diálogo. En muchos sentidos una película “postcolonial” que reflexiona sobre la herencia del siglo XX, la modernidad y la guerra desde la posibilidad de recuperar “futuros perdidos”. Algunas palabras para El gran movimiento de Kiro Russo, acaso la mejor película del festival: estilizado ¿documental? a la siga de varios personajes en la ciudad de La Paz, Bolivia, que combinan posiciones de clase con creencias y ritos locales. Un montaje alucinante y una cámara sumamente trabajada, para una película que se mueve ampliando los bordes del registro hacia un cine sinfónico y poético.

Dos cortometrajes llamaron mi atención, estos fueron Los huesos (Joaquín Cociña y Cristobal León) y Homenaje a la obra de Philip Henry Gosse (Pablo Martín Weber). El primero fue mostrado fuera de competencia en la función inaugural. Fiel al trabajo que ha venido desarrollando la dupla, se trata aquí de un supuesto perdido cortometraje silente donde Constanza Nordenflycht, una niña de 15 años, desentierra mediante un ritual los cadáveres de Diego Portales y Jaime Guzmán. Desde una alegoría histórica torcida por la ficción, se hace referencia a personajes reales partiendo de la historia verídica de una relación negada entre Portales y Nordenflycht. Una especie de exhumación redimida por el ritual, coronada por la presencia perversa y anacrónica de Guzmán. Una película que esconde un juego paródico y terrorífico, detrás del juego desfigurativo de la materialidad de la animación. Homenaje a la obra de Philip Henry Gosse, por su parte, es un cortometraje que estuvo en la competencia y llamó mi atención por el tema tratado. En principio se trataría de un homenaje al naturalista del siglo XIX que da nombre al título, un gran estudioso de fósiles y criaturas marinas que dejó unas maravillosas ilustraciones. A partir de este compendio de formas la película ensaya relaciones sobre el inventario, los patrones y el tipo de imaginación de la era digital, una suerte de propuesta inestable en torno a una estética algorítmica.

Cierro con algunas palabras sobre la retrospectiva de Jocelyne Saab, cineasta libanesa fallecida el 2019, a quien se le rindió un justo homenaje en el festival. Me centro en la que podría llamarse su “trilogía de Beirut” -compuesta por los filmes Beyrouth, jamais plus (1976), Lettre de Beyrouth (1978) y Beyrouth, ma ville (1982), películas que se mueven entre el registro testimonial, la crónica y el ensayo- y que tiene como eje la desaparición de la ciudad a partir de la guerra. Una serie de películas sobre la ausencia, los restos y las utopías perdidas e interrumpidas a partir de la guerra civil y luego la intervención de Israel. Se trata del archivo exílico, post-colonial, en torno a la catástrofe, la cultura y la lengua, que abre camino a una reflexión histórico-política de largo aliento al interior del siglo XX, que hoy, dado el contexto de opresión palestina, es urgente volver a mirar.