Informe XXVIII FICValdivia (6): Movimientos que corren las cercas

En este informe revisamos los documentales El gran movimiento (Kiro Russo, Bolivia), Una imagen, dos actos (Sanaz Sohrabi, Irán), El film justifica los medios (Juan Jacobo Del Castillo, Colombia), Qué será del verano (Ignacio Ceroi, Argentina) y las ficciones chilenas Mis hermanos sueñan despiertos y Los Huesos.

En 2016 irrumpía en el Festival Internacional de Cine de Valdivia el colectivo boliviano Socavón con su ópera prima Viejo calavera, que con su experimentación lumínica conseguía el extraordinario desafío de filmar la oscuridad de las minas de Huanuni sin ocupar demasiada luz y usaba el reflejo de la luna llena para grabar exteriores nocturnos, siguiendo al irresponsable minero Elmer Mamani, que por su adicción al alcohol ponía en riesgo a sus compañeros de faena. Cinco años después, la edición 28° del mismo festival valdiviano -en versión híbrida pandémica- estrenó en Chile El gran movimiento tras ganar el premio especial del jurado en la sección Orizzonti en el Festival de Cine de Venecia, con la misma dupla conformada por el director Kiro Russo y el director de fotografía Pablo Paniagua, y el mismo personaje de Elder Mamani emigrado a la ciudad de La Paz cuando ya no tuvo trabajo en la minería, que termina por sucumbir a la intensidad de la urbe.

En la línea de películas como la brasileña A febre de la directora Maya Da-Rin, donde la ciudad termina enfermando al protagonista y la medicina tradicional no puede hacer mucho al respecto, Elmer comienza a sentir malestares, que menos tienen que ver con el consumo de alcohol que lo precedía en Viejo calavera y mucho más con el ritmo de una ciudad presentada en una sinfonía, que deja fuera a personas que viven en la precariedad y la miseria. Si en Viejo calavera la muerte ronda en las profundidades de la mina, en este último largo filmado en 16mm, la figura cadavérica que nombraba a la ópera primera de los realizadores bolivianos sale a la superficie de una ciudad compleja, que no sólo tiene características propias de una agitada urbe que se muestran de forma sinfónica y con un energético sonido: las líneas del teleférico de la ciudad, la maraña de cables, los bocinazos histéricos o las construcciones permanentes. También tiene las particularidades de la ciudad de La Paz, donde la altura hace que falte el aire, lo que genera una segregación urbana (los menos acomodados viven en El Alto, donde el oxígeno es más escaso).

Justamente Elder comienza a tener problemas para respirar (acaso como un adelanto de lo que sería el covid) y a perder fuerza, que incluso le dificulta trabajar informalmente en el mercado. Ya no hay ni un asomo de la energía que tenía al llegar a la ciudad en una manifestación exigiendo su derecho al trabajo, con cánticos como “sangre de minero, semilla de guerrillero”. En esa escena, una de las iniciales, asoma un ejercicio de Russo que cita de su obra anterior, en que otros manifestantes destacan que el compañero Elder trabajó anteriormente en una película como si fuera un documental; tal como hay una escena de baile de canciones ochenteras en una discoteca, casi calcada a la de su ópera prima. La irrupción de una ecléctica coreografía en pleno mercado de cholitas vestidas con sus coloridos trajes bailando música moderna, nos señala que el movimiento al que se refiere el título de la película no es sólo el de la enfermante urbe, sino también el de los realizadores que se mueven entre la ficción, el tono documental, las mezclas de géneros donde los nuevos lenguajes desconocen límites.

La aguda reflexión que logra la artista, cineasta y ensayista iraní Sanaz Sohrabi en su documental Una imagen, dos actos sobre el extractivismo colonial del petróleo en Medio Oriente desde una perspectiva histórica, bien permite extrapolar las estrategias de dominación y explotación en otras industrias extractivas sobre los habitantes originarios de los territorios. Es el mismo modus operandis el que se repite no sólo en Irán o en Siria: tribus indígenas dueñas de las tierras se convierten en habitantes indeseados, ocupación extranjera para el resguardo de intereses económicos, derrocamientos de gobiernos con agendas de nacionalización de recursos naturales por potencias extranjeras (Inglaterra y Estados Unidos), embargos para impedir exportaciones y ahogar las economías locales.

Como parte de sus estudios de doctorado sobre sociedad y cultura -que incluyen video-ensayo, textos críticos e instalaciones-, el documental revisa con un enfoque etnográfico los archivos fotográficos de la compañía extractiva British Petroleum, concluyendo que en Irán el monopolio de la explotación petrolera no se limitó al económico, sino que alcanzó la imagen. Se usó la fotografía y el cine para sostener una narrativa homogénea de (falsa) prosperidad -una petro-modernidad-, como tecnologías imperiales de poder y control. 

El cine se convirtió en una herramienta para la distribución de cuerpos en espacios sociales y los trabajadores, en público de sus propias actividades proyectadas en la gran pantalla en documentales que recorrieron festivales europeos lavando la imagen extractiva, mientras fuera de las salas arreciaban protestas laborales y movimientos por la nacionalización. Esos mismos cines fueron transformados en centros anti-coloniales por movimientos de resistencia que se movilizaron por la nacionalización del petróleo y posteriormente logró ser el protagonista de la representación en la pantalla de los imaginarios, aspiraciones y luchas por la memoria, para dar voz a imágenes e historias ausentes.

A nivel latinoamericano, el caso colombiano tiene en el documental El film justifica los medios del joven director Juan Jacobo Del Castillo una reflexión sobre otras formas de entender lo cinematográfico, a la luz de movimientos históricos que corrieron los límites. En los sesentas, cineastas principiantes colombianos salieron a filmar a las calles, arriesgándose a mirar desde los márgenes en busca de otros cines, subvirtiendo el cine oficial y dando inicio al documental político en Colombia. Los documentalistas Carlos Sánchez, Carlos Álvarez y Marta Rodríguez (pionera documentalista social y que se abrió  camino en campos a los que la mujer no había accedido), revisan los inicios del cine real, el uso del sonido directo para abrir las posibilidades, la representación de otros actores sociales en la gran pantalla, como consecuencia del cine de urgencia de mayo del ´68.

Los archivos y la recuperación de fragmentos fílmicos al servicio de la memoria histórica, hablan de un duelo que nunca termina. “En este país hay que documentar el dolor y exponer la violencia para abrir los ojos”. Cineastas filmaron el nacimiento de las FARC, cuando eran cinco grupos de guerrillas con tendencias diferentes durante la época del blanco y negro, porque con la aparición del color comenzó el fin del cine político, ya que era muy caro filmar en video color y el proceso no se podía realizar de forma casera antes.

En El film justifica los medios hay una mención al Festival de Nuevo Cine Latinoamericano de 1967 (antecedente del Festival Internacional de Viña del Mar) como un espacio de encuentro de realizadores del continente que estaban experimentando con otra forma de entender el lenguaje latinoamericano y se nombra al fotógrafo chileno Jorge Müller, detenido desaparecido en dictadura.

Qué será del verano de Ignacio Ceroi, ganador del Mejor Largometraje de la Competencia Argentina en el BAFICI, es otro ejercicio que corre los límites del lenguaje cinematográfico al combinar material literalmente encontrado en una cámara usada comprada por internet con una interpretación ficcional de las aventuras en África de su dueño francés original, coronado por una voz narrativa claramente influenciada por el director Mariano Llinás. De paso en Toulouse, Francia, para visitar a su novia que se ha ido a estudiar allá, Ignacio encuentra en la pequeña cámara videos familiares de Charles, un hombre jubilado que graba a sus perros Jamón y Queso. Decide escribirle un mail para solicitar su permiso para hacer algo con ese material y comienza entonces una comunicación entre ellos, que va saltando de las historias reales a las inventadas por el director en base a los videos. 

Una buena dosis de aventura se agrega cuando Charles va a trabajar como chofer a la Embajada de Francia en Camerún, con imágenes de revueltas en que protestantes camerunenses negros se dirigen a una cámara dirigida por un blanco -Charles- y otra de incertidumbre, cuando el director debe tomar un vuelo de repatriación a Argentina en plena pandemia de coronavirus. Ya en 2012 Ceroi había ganado el Mejor corto en BAFICI con El amor cambia, una original historia de dos jóvenes amigos enganchados por la misma mujer, que de tanto verlos juntos quería tenerlos por separado, en un desafío para ella de estar con sus dos personas más cercanas.

La capacidad humana de abstraerse de una realidad adversa y perseguir el anhelo de libertad en un territorio de ensoñación, alcanza en el segundo largometraje de ficción de la internacionalmente premiada directora mapuche Claudia Huaiquimilla, Mis hermanos sueñan despiertos, una dimensión colectiva, cuando el adolescente Ángel no sólo se visualiza a sí mismo fuera de los muros de la residencia del Sename, sino que se imagina libre junto a su hermano menor (con el cual se encuentra recluido hace más de un año) y a los "hermanos" privados de libertad con los que ha formado una familia para enfrentar la crudeza cotidiana.

Menos vinculada al clásico subgénero carcelario y más a la construcción onírica de otros imaginarios posibles, el viaje subconsciente de Mis hermanos sueñan despiertos encuentra en la naturaleza y los bosques ese lugar secreto al que se trasladaba imaginariamente la propia directora durante su niñez en Santiago, en busca de la esencia del wallmapu de la que es oriunda. Algo de calma encuentran los jóvenes en el taller de fotografía de los profesores de trato directo -como el personaje de Paulina García, que prefiere no ver los muros que los encierran, sino invitarlos a soñar- y, en medio de la desolación, son capaces de generar relaciones de amistad, colaboración y amor, donde no tienen relevancia las infracciones de ley cometidas. 

"Empastillados" diariamente con tranquilizantes para mantenerlos controlados y dóciles, Ángel teme que lo terminen separando de su hermano Franco (cuya madre renunció a su custodia) y tomará una desesperada decisión junto a sus hermanos para conquistar otra realidad, en esta película de ficción dedicada a los diez jóvenes que perdieron la vida en la cárcel de Puerto Montt en 2007.

El cortometraje Los Huesos, de los artistas visuales Cristóbal León y Joaquín Cociña que se estrenó en FicValdivia, nuevamente echa mano de historias reales, en este caso del pasado, para cambiar la historia oficial a través de la animación en stop motion y su marcado sello autoral, que les valió el premio al Mejor Cortometraje en el festival de Cine de Venecia 2021. Mientras en La casa lobo se imaginaban cómo sería una película dirigida por el pedófilo Paul Schäfer, en Los Huesos son los propios realizadores los restauradores a los que se le entregaron los originales de una película animada -"Los Huesos"-, fechada en 1901 y encontrada durante las excavaciones para la construcción de un museo en 2023.

Filmado en 16mm y en blanco y negro, Los Huesos se vale de lo onírico y lo surrealista para volver al pasado y transformar sucesos reales de la historia -como el caso de Constanza Nordenflycht, que fue la amante del ministro Diego Portales y con quien tuvo tres hijos- para divorciar a Chile de su tradición oligárquica, en un ritual lúdico en que la joven usa los restos óseos de las figuras históricas de Jaime Guzmán y Portales.