Informe XXXIII Festival Internacional de Mar del Plata (3): Roma se escribe como amor (al cine)

El viento y la lluvia entre algunos claros de sol arrecian en pleno noviembre en Mar del Plata, Argentina, haciendo sentido a la decoración de paraguas azules que ambientan la fachada del Teatro Auditorium que da la bienvenida a la XXXIII edición del Festival Internacional de Mar del Plata. El único con acreditación de clase A en Latinoamérica (otorgado por la FIAPF), que fue creado por Juan Domingo Perón en 1954 para fomentar el cine argentino, y que se constituyó en el mayor evento internacional que se había realizado en Argentina hasta ese momento (aunque sus primeros, tímidos y más desconocidos antecedentes se remontan a la muestra realizada por el cineasta Arturo Mom, en 1948).

La tradición del balneario, donde en los buenos tiempos la clase media bonaerense tenía su segunda vivienda, con sus costosos arriendos de carpas playeras para capear la ventolera (que dan un incomprensible status), sus paseos por el Bulevar Marítimo y sus señoriales hoteles con su imponente arquitectura y murales de proporciones, como el de César Bustillo en el Hotel Provincial, se respira también en algunos de los tradicionales teatros, todos relativamente cercanos entre sí, lo que permite hacer el circuito cinéfilo caminando (a diferencia del BAFICI en Buenos Aires, donde las distancias de las sedes de la gran ciudad se hacen pesadas).

La lluvia no es un impedimento para que las salas se abarroten de gente que participa de esta fiesta del cine que hace vibrar a la ciudad al son del festival, principalmente de personas de la tercera edad que han hecho de la ciudad que está a cinco horas de Buenos Aires su domicilio después de jubilar. Como si fuera la encarnación del público más fiel del festival, es posible encontrar en uno de los hoteles sede a una de las protagonistas del documental Las cinéphilas de la argentina María Álvarez que, tal como en la película, marca el programa con los filmes que va a ver haciendo calzar el puzzle de duración y horarios, luego de haber hecho una estudiada y anticipada selección previa en su cuaderno.

Es habitual escuchar en las inmediaciones de las salas los comentarios de los asistentes sobre las películas que acaban de ver, que sin ser especialistas, son cinéfilos y siguen con entusiasmo las novedades de un festival que, por primera vez, tiene a una mujer como Directora artística, Cecilia Barrionuevo. Con una carrera como programadora del propio festival, en esta edición Barrionuevo puso el sello de la perspectiva de género en los foros sobre las desigualdades en el cine, los estereotipos de género, su reproducción y posible deconstrucción, y las charlas con maestras, donde el público dialogó con la directora chilena Valeria Sarmiento, que presentó en Mardel su último melodrama Le cahier noir, y con la realizadora francesa Patricia Mazuy.

Ésa es una parte del público. Otra está constituida por jóvenes que muchas veces parecen olvidar que están en una sala de cine y no en un estadio, y gritan antes de una función por Boca o por River o usan sus celulares como linternas al entrar a las salas ya bastante avanzada la función, rebotando la luz en la propia pantalla. El “fuera Macri” es un clásico previo a las películas, que se escuchó con más fuerza cuando el 15 de noviembre se cumplió un año de la tragedia del submarino argentino ARA San Juan que zarpó de Ushuaia y nunca llegó al puerto de Mar del Plata, desapareciendo sus 44 tripulantes, que fue recordada con un pequeño video con la voz en off de la reconocida actriz argentina Graciela Borges previo a cada función. Coincidente o extrañamente, un día después de la conmemoración de la tragedia el gobierno argentino comunicó que había hallado el submarino, pero que no tenía equipamiento para extraerlo del mar, certeza que enlutó a la ciudad y los últimos días de festival.

 

Roma y la paradoja

Roma

Resultó que una de las películas más entrañables, con un manejo de cámara magistral, un exquisito blanco y negro, y probablemente una de las más recordables de las que se vieron en Mar del Plata, Roma, del mexicano Alfonso Cuarón, no fue hecha para el cine, sino para la televisión on-line. Ganadora del máximo galardón del Festival de Cine de Venecia 2018, el León de Oro, Roma fue producida por Netflix y, por lo tanto, tendrá una proyección limitada en salas comerciales durante la ventana de exhibición de 90 días, que se abrió sólo para cumplir los requisitos para postular a los premios Oscar como Mejor Película Extranjera. Haberla podido ver en la pantalla del tradicional Teatro Auditorium con sus mil butacas completamente copadas resultó, paradojalmente, un privilegio: ver en el cine una película que debería haber sido hecha para él por lo cuidada de su propuesta, pero que el gigante del streaming hará llegar al hogar de millones de personas a través de la televisión (o de tablets y hasta de celulares). Una película fundamental para la pantalla grande, hecha para la pantalla chica. En Chile, la imprescindible Roma se podrá ver desde el 13 de diciembre en Cineteca Nacional, Cine Arte Alameda, Sala K y algunas salas de la Red de Salas de Cine en todo el país. Y en Netflix, desde el día siguiente.

Ambientada en el México de los setentas en el acomodado barrio de Colonia Roma en el DF, Roma tiene tintes autobiográficos de la infancia de Alfonso Cuarón, que después de haber logrado el reconocimiento internacional con películas hollywoodenses como Gravedad (2013), Niños del hombre (2006), Y tu mamá también (2001), realiza en la producción de Netflix una bella declaración de amor: al cine, por lo refinado de su factura y por las películas que se proyectan en el Teatro Metropolitan del DF donde va la protagonista en su día de descanso; a la mujer que lo crió como si fuera su hijo (está dedicada a Libo) y a todas las mujeres; a la comunidad indígena mixteco y a su dialecto, en el que habla el personaje principal; y al propio México de su niñez, marcado por las diferencias de clase y étnicas y por el Halconazo o Masacre de Corpus Christi, de 1971, en que un grupo paramilitar apoyado por el gobierno de la época mató a cientos de estudiantes que protestaban en las calles.

Cuarón logra conmover al espectador con la entrañable historia de Cleo (Yalitza Aparicio), una trabajadora de casa particular “puertas adentro” que cuida a los tres hijos de una pareja en crisis, con tal cariño y abnegación como si fuera su propia familia, pero que sin embargo no lo es. El vínculo afectivo entre los niños (sobre todo del más pequeño, que representa al propio director) y su “nana” es de tal profundidad, que no es difícil confundir los roles entre cuidadora y segunda madre. Es Cleo la que los levanta, los va a dejar al colegio, les da las buenas noches, les da la comida y juega con ellos, mientras la madre biológica sufre el abandono del marido, situación que le oculta a los niños simulando un viaje al exterior de su padre. Cleo apoyará a su patrona en reconstruir una familia que quedará liderada sólo por mujeres, porque “no importa lo que te dicen, siempre estás sola”, como le señala la madre de los niños en un tono cómplice.

Roma se escribe como amor al revés, porque fue producida con un infinito afecto por la imagen cinematográfica. Desde las primeras escenas, cuando el paso de un avión en el cielo se refleja en la lavaza con la que Cleo limpia las baldosas, intuimos que estamos frente a una película por la que Cuarón esperará ser recordado. El movimiento de cámara circular que sigue a Cleo por los cuartos de la casa a medida que va apagando las luces al anochecer, es de un preciosismo y prolijidad tales que deslumbra, tal como el largo paneo de la calle por la que corre Cleo camino al teatro, los ejercicios masivos de hombres en canchas en los cordones marginales de la ciudad, las protestas callejeras de los estudiantes o la autoridad del padre reflejada en el primer plano del auto Ford entrando al garaje. Realizada para la pantalla chica, Roma es sin duda una de las mejores películas del año para ser vistas en la pantalla grande, que es donde realmente se puede apreciar la dimensión de un filme por el que Cuarón fue capaz de sacrificar la exhibición masiva en salas, por hacer una obra de arte al alero de Netflix.

 

Violencias latinoamericanas

comprame_un_revolver

La película Cómprame un revólver, del mexicano-guatemalteco Julio Hernández Cordón, también se sitúa en México, pero en uno del futuro donde todo está dominado por el narcotráfico y a las mujeres las hacen desaparecer, situación lamentablemente no tan distinta del país azteca en la actualidad. Aun así, el también realizador de Te prometo anarquía (disponible en Netflix) considera que su película no es sobre el narco, sino que habla de los vínculos afectivos entre un padre y una niña (interpretada por su pequeña hija Matilde), que para sobrevivir en la amenazante realidad usa una máscara para cubrir su rostro, viste ropa de hombre y está amarrada con una cadena a su pie para que no se la roben. Hernández estima que Cómprame un revólver, que tiene reconocibles guiños a Mad Max, es una película sobre el futuro que ya fue alcanzado por el inquietante presente, donde para los armados y corruptos hombres que usan los vestidos de sus víctimas (imagen inspirada en los varones de Tijuana) la vida ajena no tiene ningún valor, menos aún si es de mujeres y niñas.

También protagonizada por chicos, Vendrán lluvias suaves del argentino Iván Fund -que se llevó el Premio del Jurado en el Festival de Cine de Mar del Plata- tiene una estructura de cuento infantil sobre niños que van a la aventura para buscar al más pequeño de ellos que se ha quedado solo porque los adultos no despiertan, que es más prometedora de lo que finalmente resulta.

Una película que debió haberse llevado un premio, pero que no se lo llevó, fue Muere, monstruo, muere, del argentino Alejandro Fadel, que se arriesga y se la juega por el terror psicológico en medio de las montañas mendocinas, donde ocurre una serie de asesinatos de mujeres que son decapitadas. La violencia de género adquiere tintes sobrenaturales en la figura de un sospechoso que, a veces con una reflexión demasiado elevada que se vuelve un tanto descontextualizada, dice ser poseído por un monstruo que lo obliga a matar.  

Siguiendo con el cine argentino, el documental El hijo del cazador, de los cordobeses Germán Scelso y Federico Robles, en un primer momento nos hace empatizar con Luis Alberto Quijano, hijo del violador de derechos humanos Cayetano Quijano, que en una valiente decisión declara contra su padre como testigo en la megacausa La Perla por delitos de lesa humanidad cometidos en Córdoba durante la dictadura militar. Pero a poco andar, quien fuera la víctima de un padre que lo obligaba a ser parte de sus delitos siendo apenas un adolescente, va develando su verdadero ser y forma de pensar.    

La quietud, de Pablo Trapero, también tiene una arista sobre violencia política en el personaje interpretado por la mítica Graciela Borges, esposa de un militar retirado que participó en la usurpación de tierras a personas detenidas durante la dictadura, pero que se enreda entre las muchas otras hebras de la relación de una familia que más parece una telenovela con rostros taquilleros. El filme sorprende negativamente, al venir de quien fuera director de una película política impactante como El clan (2015).

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El que es un melodrama de tomo y lomo es Le cahier noir (El cuaderno negro), de la chilena avecindada en Francia, viuda y montajista de Raúl Ruiz, Valeria Sarmiento, que en su habitual tratamiento cinematográfico exagera la trama y los personajes para apelar a las emociones, con una mujer protagonista que en los tiempos de la Revolución Francesa y el ascenso de Napoleón Bonaparte enfrenta su cruel destino.

De Albert Serra esperábamos que continuara con una mirada original al Rey sol después de su magistral La muerte de Luis XIV (2016) con la soberbia actuación del septuagenario Jean-Pierre Léaud (quien fue el invitado de honor al festival), pero lo que encontramos en Rai Soleil está lejos del impresionismo y elegancia de su película anterior, para presentarnos una expresión del anticine que invitaba a no seguir mirando una versión del rey regordete echado en el suelo quejándose incesante y largamente entre dulces y golosinas, en lo que finalmente era una instalación en un museo.

El director rumano Andrei Ujica llevó a Mar del Plata la versión restaurada el año pasado de su película filmada en 1992 Out of the Present, que decidió filmar cuando leyó un artículo en Dier Spiegel sobre los cosmonautas rusos que habían que habían quedado a la deriva en el espacio durante la desaparición de la entonces Unión Soviética, durante el gobierno de Boris Yeltsin. Los astronautas Sergei Krikaler y Anatoly Artsebarsky dejaron la URSS cuando abordaron la misión espacial a la estación MIR y casi un año después (el doble del tiempo planificado), volvieron a la Tierra cuando ese estado había desaparecido y se había transformado en Rusia luego de la caída de los socialismos reales.

Si de clásicos se trata, ver la retrospectiva de la directora de cine, coreógrafa, poeta y escritora ucraniana-estadounidense Maya Deren (1917-1961), en el restaurado Cine Teatro Colón de Mar del Plata, constituyó una experiencia de visionado de vanguardia y surrealismo llena de sentido y admiración por quien fuera la invisibilizada pionera de cine experimental. Tal como la película Holy Motors (2012) de Léos Carax (otro de los directores invitados al festival) realizada hace seis años, que mantiene la frescura y riesgo del cine fantástico, en la figura de una especie de actor que recorre París en una limusina representando diversos papeles e identidades, que van desde un bailarín que captura el movimiento a través de un traje cibernético, un anciano en su lecho de muerte o un asesino.