Reporte Sanfic (1) #sanfic: Jarmusch, Payne, Bujalski y +

Sponsoreo. 9 años hacen de SANFIC no sólo un espacio ganado dentro del panorama cultural chileno si no esencial para estar al día con aquello que “está pasando” en el cine. Acordemos las comillas: en  gran medida es una ventana que nos permite acceder a un circuito de películas “estrella” dentro de la programación internacional, y que ante un ambiente social de redes sociales, descargas, cine en línea, se las ingenia para ofrecer un menú apetitoso, lleno de primicias, haciendo valer la “experiencia cine” antes que nada. Con una gran alianza en términos estratégicos, Sanfic se las ha ingeniado también para tener una buena difusión de su contenido en medios, televisión y en publicidad. Todo esto suma al momento de difundir y socializar un cine que de otra manera posiblemente no tendría mayor visibilidad, resta cuando pueden notarse ciertas condiciones que el sponsor pueda condicionar.

Las secciones anuales del festival, retrospectivas, focos parecen cada año hacerse más sólidas, aumentando este año la apuesta con dos “pesos pesados” del cine europeo y brillando la sección Experiencias (este año se presentaron filmes de Alexander Payne, Wong Kar-Wai y Jarmusch como primicias). Sumado a la enorme gestión de Sanfic Industria, Wip (generosos premios, por lo demás), es inevitable destacar el trabajo de gestión. En ese sentido Carlos Núñez, Gabriela Sandoval y equipo han logrado una sólida gestión “cubierta” por varios flancos y sin duda estructurado por el sponsoreo, que reúne en torno suyo una cadena donde marketing y negocios se encuentran. Esto a veces redunda en cierto exhibicionismo factual de la gestión que se hace notar en la instalación del “centro” del festival en Parque Arauco, un punto de Santiago situado en uno de los barrios más “cuicos” de la ciudad,  donde el metro no llega, y donde cualquier ciudadano de a pie puede verse complicado para llegar (uno que lo evitó a toda costa levanta la mano). Esto influye en lo que se ha notado históricamente como un déficit de festival y que vuelve a la pregunta “¿Cómo obtener un ambiente de festival”?. Lo que también puede resumirse en la paradoja siguiente: junto con una retrospectiva de Margarethe Von Trotta y de Laurent Cantet- figuras indiscutibles de un cine europeo legitimado, pero que a la vez es un cine de reflexión social y preocupación política-  Corpartes premia por “formación de audiencia” a Nicolás López, un cine de entretención, con nula preocupación social (este tipo de premios al buen empleado se repiten también en los premios otorgados a buena cobertura en prensa). Lo que se sintetiza aquí es tanto una forma de gestión, como las “zonas de  interés” que se aúnan en el festival, tensionado entre el interés cultural (formativo, cualitativo) y el interés de marketing y negocio (imagen de marca, interés en el cine como negocio rentable), que redunda en una suerte de asistencialismo cultural “desde arriba”, donde los problemas de fondo- simbólicos, económicos- pueden sostenerse en un silenciado y aplazado conflicto respecto al cual es mejor callar para no molestar.  Respecto a quejas de usuario, solo agregar que este año el tema de los subtítulos fue más menos grave. De mi parte no es tan terrible, pero al parecer los espectadores asistentes andaban un tanto impacientes, llenando de chiflidos en más de una ocasión. Será el clima de época, pero una señora gritaba “¡En este país nada funciona! ¡Hasta cuándo!”.

Dos retrospectivas de peso. Pienso que son aciertos ambas retrospectivas – von Trotta y Cantet- la primera ausente a último minuto,  pero cuya obra pose un compromiso con el mundo histórico y una poética propia emanada de una preocupación por como representarlo; el segundo un cineasta de peso, con ideas, con reflexión y sensibilidad social, cuya obra crece en interés e indagación ligado a los cambios en el mundo del trabajo, la escuela, el turismo sexual, la política. Cantet en la conferencia exhibió una aguda reflexión y mirada sobre estos temas defendiendo un cine que se haga cargo de estas dimensiones concretas del mundo. Ambas son obras que tanto reflexionan sobre el mundo concreto como intentan producir una forma estética, un lenguaje reflexivo al respecto. Si toda programación plantea un horizonte respecto a una idea de cine, una idea que quiere difundirse y ampliarse, Sanfic suma aquí a las retrospectivas pasadas de Amos Gitai, Jem Cohen, Claire Denis y Víctor Kossakovsky dos retrospectivas que pueden considerarse que confirman una línea y aún más, nos genera una expectativa sobre lo que vendrá próximamente.

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Deep Americans. No sé si es un secreto a voces pero Only lovers left alive de Jarmusch es un retorno en grande a las pistas luego de devaneos y algunas exploraciones formales que el director venía dándonos en los últimos años (Broken Flowers, Coffe and cigarrettes, The limits of control). Only lovers… es una película con todas sus letras: desde los primeros minutos ingresamos a un universo misterioso, filmado con sensualidad en un relato paralelo entre sus dos protagonistas Adam y Eve. Con pausa y sabiduría se nos presenta la vida de dos vampiros pasados por el tamiz Jarmuschiano: seres marginales, melancólicos, desajustados. Adam es un vampiro rockero que vive en una mansión en ruinas en Detroit, Eve es una vampira que vive en Tangiers, leyendo libros de todas las épocas. Jarmusch se fascina con los aparatos, objetos, materias: guitarras Gibson de la década del 20, un panel de fotografías de escritores del siglo XIX e inicios del XX (suerte de altar contracultural), vinilos sonando, viejas máquinas inventadas por Adam, libros amarillentos árabes, chinos de todo tipo que lee Eve, y luego, los espacios: en Tangiers, los laberintos llenos de misterio, en Detroit viejas casas a punto de caer, fábricas en ruinas. En una línea que podríamos acercar a Near Dark de Kathryn Bigelow, los vampiros de Jarmusch son vampiros románticos y post-industriales, anacrónicos pero modernos, residuales pero a la vez actuales. El romanticismo que siempre ha estado presente en Jarmusch como demora, anacronismo, aflora aquí revitalizado en una poética de la ruina y la supervivencia.

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Esto lo digo, porque parte del cine norteamericano contemporáneo parece estar obsesionado con su propia ruina, su propio paisaje interior, tanto histórico como social, tanto interno como externo. Alexander Payne filma su última película Nebraska en blanco y negro, y ambienta todo – como ya es casi habitual en sus filmes-  en una road movie de “regreso a casa”, donde hijo lleva a su padre a dar un paseo a su pueblo natal, donde se reencontrará con familia, viejas amistades. El pueblo no dista de aquel filmado alguna vez por Peter Bodganovich en Last picture show, pero cuarenta años después, con aquellos que se quedaron a vivir ahí. Payne filma este paisaje humano de la América profunda (como lo ha venido haciendo  el buen cine americano desde John Ford), sin mitificación, con humor, y a la vez patetismo, mostrando su capacidad para crear situaciones hilarantes, donde la propia familia y el propio pueblo natal pasan a volverse un pequeño infierno. Payne se queda con el individuo, claramente, y los vínculos filiales. Como había hecho en Entre copas (en torno a la amistad), y About Schmidt (finalmente, en torno a lo filial), ganan aquí esas pequeñas voluntades humanas que redimen a sus personajes, les dan cierta dignidad en el marco de ese “pequeño pueblo provinciano devenido país” que aparece en sus películas y que retrató con crudeza en Election.

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Desde otro ángulo, un clásico de Sanfic, Bujalski con su Computer chess, se va también a una ruina: los computadores de la década del ´80 en una convención de programadores en un hotel dos estrellas. Lo de Bujalski son los nerds y los geeks en aquello que se denominó como mumblecore  y que había hecho con encanto en Funny Ha ha y Mutual Appreciation. Aquí Bujalski se va a un universo cerrado de personajes, un universo micro de relaciones fallidas, donde las máquinas también tienden a fallar, y el rumor que la CIA da vueltas alrededor para comprar uno de estos programas. Con algunos notables caracteres (un gordo dealer de pastillas, una pareja swinger, un programador que es rechazado por el colectivo) y una que otra situación bien manejada, hilarante, gran parte de la película parece más bien fascinada con cierta imaginería computacional que pasa al delirio paranoide y cierta meta-estética y meta-humor, de los cuales nos perdimos un poco.

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Yendo a eso, de lo que no me perdí fue de la meta-reflexión- homenaje al cine giallo de la década del ´70 (Darío Argento, pero sobre todo a Mario Bava),  de la inglesa Berberian Sound Studio de  Peter Strickland. La película  trata sobre un sonidista inglés que entra a trabajar a un estudio de postproducción italiano a mediados de la década de 70 y que debe doblar, hacer foley y producir el sonido ambiente de un filme de terror. Centrado en la imaginería sonora y la materialidad del soporte analógico, Berberian…homenajea el trabajo invisibilizado del sonido en estos filmes, dejando fuera de campo la banda de imagen, promoviendo entonces la evocación sonora. Cuando la película empieza a establecer un juego entre el sonido de la película, la trama del guión de la peli postproducida- que solo suponemos- y la situación concreta de los personajes, la cosa empieza a crecer un poco más derivando a un thriller que contamina hacia el propio estatuto ficcional del filme, y terminando en una cierta operación godardiana con el dispositivo, mostrando en un tercer nivel, una película con un sonido “clásico”, y proponiendo entonces, que ciertas transgresiones estéticas implicadas en el cine giallo estaban insertas en el soporte y no la intencionalidad. Interesantísima y creo que toda una sorpresa.

 

Voy con el habitual popurrí:

Stories we tell de Sarah Polley pequeña sorpresa, un documental autobiográfico sobre una situación familiar, coral, y con mucho sentido del humor, tacto y sobre todo alejado del dramatismo, me sorprendió por su capacidad de integrar puntos de vista y la claridad sobre la perspectiva con que iba a abordar el documental, sumado a un montaje de buen ritmo.

Renoir de Gilles Bourdos, pintaba para clásico biopic francés, y finalmente terminó en algo más: se relatan los últimos días del pintor Auguste Renoir en su casona, (su relación con la pintura, cierta desesperación por dejar de ser considerado dentro del mercado del arte, su reflexión sobre el acto de pintar), y la relación con sus hijos, entre ellos un dubitativo Jean Renoir, aún no decidido a adentrarse en el mundo del cine, y la modelo Andreé, quien es la que incentiva a Jean a dedicarse a ello. Con cierta curiosidad histórica y capacidad fabuladora respecto a las relaciones humanas, no deja indiferente respecto a lo que podrían ser los orígenes de Jean Renoir, todo con un aire- a veces un poco aburrido- de qualité.

Dos películas inglesas de “clima marginal” una, un policial cockney de mediano interés para el género Wasteland de Rowan Athale sobre una venganza a un mafioso, un grupo de amigos y una confesión al estilo Sospechosos de siempre con vuelta de guión incluída. Por su parte My brother the devil dirigida por Sally El Hosaini cuenta la historia de dos hermanos de origen egipcio, la relación con la calle y las pandillas, con un tratamiento realista, un buen manejo del espacio como escenografía en los suburbios de Londres y buen pulso general para narrar la historia con alguno que otro punto bajo en el guión, gana en verosimiltud lo que en la otra inglesa queda como mueca.

Cierro con Reality de Mateo Garrone, luego de Gomorra cabía preguntarse por un segundo paso del director, y que aquí intenta ser un fresco de clases populares italiana, invadidas en su imaginario por la televisión y el reality show donde esta aliena y manipula las nociones de realidad social y mundo concreto, el reality show como panóptico que configura las relaciones sociales, y donde el “adentro” y el “afuera” tienden a confundirse. Una película un poco pasada de lista y de ínfulas trascendentales, algo absolutas y aletargada como ella sola, para un “mensaje” comprendido desde el minuto cero.

Por: Iván Pinto Veas