Más allá de las listas (3): Documentar, recuperar, mostrar

¿Cuál es el propósito y finalmente lo positivo de realizar una lista de lo mejor del cine chileno de un año determinado, sobre todo pensando que aquí sólo estamos considerando películas estrenadas en circuitos comerciales? Creo que lo más positivo es sin duda que estamos en un momento en el cual una lista de este tipo puede contener diez películas. Resulta impensable, incluso hace siete años, el pensar en algo similar a esto sin que termine incluyendo prácticamente todos los estrenos del año, y no es que se esté realizando más cine, sino que está llegando más a la gente… o al menos la oferta está.

Porque podemos entrar a discutir las formas y las políticas que hay detrás de las distribuciones de cine chileno, donde rumores internos darían lugar a escándalos que son inevitables, que bullirán en su momento, pero que no forman parte de la discusión que queremos tener ahora: no ha habido mejor momento para que el interesado entre en una sala de cine y se encuentre con una oferta de cine chileno, de la cual podemos estar orgullosos. Mucho de eso viene del esfuerzo de instituciones y organizaciones como Miradoc, que no sólo se dedica a distribuir documentales chilenos en salas comerciales, sino que también los muestra en todo Chile.

Porque el cine chileno nuevamente se destaca en el documental este año, conformando el 60% de nuestra lista final y también llevándose el primer puesto, de los cuales sólo uno no fue distribuido por Miradoc. La variedad de temas y visiones da cuenta también de un momento vasto dentro de este coto que a veces resulta ser el cine de no ficción, con películas que han derivado en la búsqueda de la memoria reciente a través de perspectivas completamente nuevas, como pueden ser El botón de nácar y Allende, mi abuelo Allende; u otros con una búsqueda visual/aural, como puede ser Surire de la dupla Perrut/Osnovikoff. También ha habido una depuración respecto al documental “talking head”, que ha superado lo televisivo para encontrar nuevas formas visuales con las cuales apoyarse, como el uso extensivo y creativo del archivo en Escapes de gas y Chicago Boys, así como el uso de miniaturas, juguetes y recreaciones en Habeas Corpus.

Pero una de las mayores sorpresas que dio el año, fue cómo se fueron re-descubriendo proyectos, autores y películas que podrían haber sido olvidadas, las cuales tuvieron su momento de acceso a parte del público, gracias al interés de distribuidoras o locales que se dedican a la muestra de cine de calidad. Hablo en específico del estreno en salas comerciales de dos cintas que tuvieron su primera exhibición mundial el año 2008, y que finalmente podemos contar entre los estrenos de cine chileno 2015: La maison Nucingen de Raúl Ruiz (a través de Arcadia Films) y Tiempos Malos de Cristián Sánchez (a través del Cine UC), las cuales personalmente creo que se encuentran entre las películas más valiosas no sólo del cine chileno en particular, sino que de la cartelera comercial anual. El rocambolesco estilo de Ruíz parecía dialogar con el indescifrable coa de Sánchez: maestro y alumno, amigos al fin y al cabo, una nueva oportunidad de discutir y empezar a apreciar más a dos de los autores más importantes del cine chileno y que aún nos dan sorpresas.

Hablando sobre recuperar el pasado, el filme de Pedro Cháskel, De vida y de muerte, Testimonios de la Operación Cóndor era un filme realizado desde el año 2000, que finalmente pudo ser terminado, y que se encuentra entre los documentos más valiosos, no sólo por el gusto de poder ver una obra de un personaje tan esencial para nuestra historia cinematográfica, gracias a la Cineteca Nacional, que la estuvo exhibiendo por un mes, sino también por el juego que logra con el uso del archivo “de sí mismo”, algo que consigue con el uso del material grabado el 2000 en conjunto con las técnicas de montaje y que finalmente logra encontrar la historia hoy en el año 2015.

Sobre las demás ficciones aún queda mucho que conversar, pero seré breve. Sin duda que El Club fue la película que más remeció tanto al público como a la crítica, y pese a mis propias dudas respecto a la cinta y a su recepción, ni yo mismo pude evitar ponerla entre las más importantes del año, ya que muestra a un Larraín experimentado, dispuesto a realizar una obra más madura, y con una propuesta visual que va más allá de una manifestación estética que podría llegar a ser vacua.  También resulta curiosa la forma en que se estrenó Invierno, que es oficialmente la película más larga del cine chileno en su historia; un experimento sobre la ausencia, en variaciones que parecen casi musicales en las combinaciones posibles de los personajes que conversan entre sí en torno a un muerto, pero que pese a no lograr convencerme completamente, sin duda se trata de una de las cintas importantes del año.

Pudimos incluso volver un poco a lo que denominamos el cine familiar, de la mano de Sergio Castilla con Perla, la película, con la que ahora podemos decir que el cine chileno tiene su propia película dentro del género de “animales que hablan”. También fue el año en que Chile demostró los caminos en los que puede ir en caso de volverse cada vez más internacional en su producción, con buenos ejemplos como Nasty Baby de Sebastián Silva, que brilla en su papel protagónico y en su dirección, realizando una película íntegramente en Nueva York. Por otro lado, el de “Chilewood”, tuvimos el estreno de The Stranger (quizás la peor película del año) y Knock Knock, ambos ejercicios derivativos de género que tratan de hacernos creer, a través de la prensa, que son buenos ejemplos de cine en que Chile puede lucirse como proveedor de escenarios y equipo técnico, pero que terminan siendo un bluff, un engaño, un bonito decorado para perversiones que deberían ir directo a DVD.

Antes de despedir este variado compilado de lo que fue el cine chileno del 2015, una mención especial debe darse a Ernesto Díaz Espinoza, que a falta de una, estrenó tres películas dirigidas por él: la que quizás sea la mejor de su carrera (Santiago Violenta), la peor (Fuerzas Especiales 2) y su propia exploración de cine chileno con ínfulas internacionales (Redentor). Un aplauso.

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