Ginger y Rosa

La última película de la directora británica Sally Potter – que siempre se ha movido entre el cine independiente y el comercial- trasciende la etiqueta de cine lésbico a favor de un cuento hermoso y cruel sobre la adolescencia y la lucha por los ideales.”Ginger and Rosa”, a pesar de algún exceso melodramático y una cierta tendencia (aquí bastante contenida) a la composición estetizante, característica de la directora de “Orlando”  “Thriller” y “Rage”  es, seguramente, la mejor y más equilibrada película  Sally Potter. Potter, realizadora británica surgida del contra-cine feminista de los setenta (“Yes”) junto a gente como Laura Mulvey o Chantal Akerman   y de la contracultura del momento cogió el testigo de Derek Jarman con su exquisita versión de “Orlando” de Virginia Woolf protagonizada por la camaleónica y comprometida  Tilda Swinton. “Ginger and rosa” aunque, sobre todo, en su primera parte es una sencilla  historia de amor, amistad,  unión y desamor entre dos chicas, es, también, sobre todo el afilado  retrato de una época y de una etapa vital: la adolescencia. Pero Potter se atreve con el material inflamable que tiene entre sus manos, y a pesar de algún que otro episodio algo apagado, logra devolvernos a la Inglaterra de Terence Davies (“The long day closes”), Jeannette Winterson y los “Jóvenes airados” de los sesenta (y el “free cinema”) con sus cocinas, sus bañeras,  sus pequeños apartamentos, sus paisajes fríos y su atmosfera a la vez cálida y melancólica. Pequeñas casas, sexo y amor, grandes ideales.  Sabor a miel y a hiel. Pequeños mundos y grandes problemas que explotan como una bola de jabón. Mayor fisicidad que en sus anteriores trabajos, marcados por la qualité.  Hielo y fuego interior. Imagen La guerra nuclear y la amenaza de los misiles parece más una metáfora que una amenaza real. Una metáfora sobre la necesidad de Ginger- la verdadera protagonista del relato- de enfrentarse a un mundo que no puede cambiar ni comprender del todo, que le asombra y le decepciona casi a partes iguales. Un mundo que le viene grande y pequeño a un tiempo. Un mundo de falsos profetas y violentos policías.  No obstante, su inteligencia y su sensibilidad (como la inteligencia y la sensibilidad de Potter) le impiden fracasar del todo en sus batallas intimas por la autorrealización y la sinceridad en un mundo de mujeres sujetas a las apariencias y de hombres a la deriva, como ese padre alternativamente encantador e insufrible al que da vida el maravilloso Alessandro Nivola, como un hombre descreído pero en el fondo sensible a las impresiones, que a través de una cuidada paleta cromática, impactan en Ginger, demasiado frágil para sortear todas las desventuras y golpes y también demasiado voluntariosa y joven como para caer en la resignación de esas mujeres entre las que se acaba incluyendo la propia Rosa. El personaje de Nivola es uno de los personajes masculinos más complejos dentro de la filmografía de una directora, sobre todo, de mujeres. Aunque Potter no se ha deshecho del todo de cierta pedantería en algunos diálogos sentenciosos y composiciones exquisitas (que alcanzarían su clímax en “La lección de Tango”) logra su película aparentemente más pequeña y en el fondo más sólida, grave y grande, gracias al trabajo de actores y actrices jóvenes o mayores  (entre las que se incluye una pequeña pero significativa aparición de Annette Benning, como representante algo inquietante  de una generación descreída y conservadora) y a su aproximación reflexiva a esos mundos interiores que chocan de continuo. Como chocan el amor y la pasión, el dolor soterrado y la alegría pasajera,  la resignación y la aventura por cambiar las cosas del personaje encarnado por Ellen Flaming, en estado de gracia. Grandes espacios abiertos y pequeñas estancias, ideas elevadas y sentimientos doloridos son el soporte de una película que, aunque busca con demasiado ímpetu conmover, logra hacerlo por la inteligencia, sutileza y meticulosidad que hay a un lado y otro de la cámara. Por: Eduardo Nabal