Diálogos Exiliados (46): Rompehielos: Historias de hielo

Accidentado en el barco donde debía filmar un corto para un film de episodios, un malherido Raúl Ruiz se vio obligado a supervisar desde lejos las imágenes de la expedición captadas por su camarógrafo para convertirlas durante el proceso de montaje en la última de sus "películas marinas" de la década del '80: un relato casi sin humanos, dominado por arrebatos espectrales, espacios vacíos y formas abstractas.   

Rompehielos: Historias de hielo (1988)

 

Quintín: Una película rodada en circunstancias muy extrañas. Como que casi no la filmó Ruiz. Me hace acordar algo que hizo Xurxo Chirro, un amigo gallego: una película en la que manda a un camarógrafo a buscar a Godard a Rolle y le va dando instrucciones por teléfono. Pero no todo el tiempo. En algún momento el delegado le pide indicaciones y el director le dice: “pero no me molestes, no ves que estoy en el bar jugando a las cartas”. Al parecer, Ruiz hizo algo parecido, solo que no lo hizo evidente.

Christian Ramírez: El proyecto original contemplaba que —tal como sus otros colegas que aportan segmentos al film, el finlandés Titte Tönroth y nada menos que el legendario Jean Rouch—, Ruiz se subiría a bordo del Frej, un rompehielos sueco despachado usualmente en misiones al Ártico, para registrar un corto de una media hora, pero una vez arriba y a los pocos días en el mar, el chileno se cayó, se fracturó (¿un brazo, una pierna?) y tuvo que ser evacuado mientras su camarógrafo quedaba un poco a la deriva y con unas cuantas instrucciones. Algo de eso sobrevive en la cinta, con un accidente que aqueja al personaje principal, el que en un momento dice que sentía su brazo como a punto de reventar”, para luego alucinar con que ya no le duele nada, pero nada. En fin, Ruiz no tuvo más remedio que armar sus Historias de hielo en la mesa de montaje, como si fuese un rompecabezas. Y se nota.

Alejandra Pinto: Para mí esto es un misterio. ¿Sabía Ruiz cómo se iban a ver sus tomas? ¿Habrá tenido el material necesario para hacer lo que quería hacer? ¿Sabía lo que quería hacer? Hace un tiempo vi unos documentales sobre el proceso de producción de unos directores de animación y decían que lo más complejo era poder llegar a una imagen que obligatoriamente debían encomendar a otros. No me puedo imaginar cómo tiene que haber sido todo esto para él. De todas formas, el resultado es bien atrayente. ¿O es que a mí me gustan mucho las historias que transcurren en el hielo?  

Q: Yo creo que, en un principio, Ruiz tenía en la cabeza La Aventura de Arthur Gordon Pym, de Poe, por las locaciones en el Ártico, las Mil y una noches, por la idea de contar cada noche una historia distinta, e incluso un par de cosas más. Le dijo al cámara que filmara un par de tomas desde la cubierta del barco, otras desde el hielo y otras en los camarotes y los pasillos. En esas tomas no aparece ninguno de los personajes. Estos están, según creo, solo en fotos fijas, una fotonovela como las que ya había hecho Ruiz. Y ahí aparece la otra historia fantástica del hombre de hielo, de su hijo, sus amigos y su extraña reaparición después de muerto en el medio del mar. Nada muy consistente ni muy serio. Pero salió del paso.

R: Ruiz salva el entuerto retrocediendo a territorio conocido. Toma prestado el recurso de las fotos fijas, de su Coloquio de perros; de El techo de la ballena, recicla el tema musical principal, compuesto por Jorge Arriagada (y que ya había usado también en Manoel y la isla de las maravillas); de Las tres coronas, recupera la narración marinera en primera persona, y bueno, todo el entorno parece devolvernos al tema recurrente de su filmografía durante todos los años 80: el imperio del mar como inspiración narrativa, pero sobre todo como espacio donde las reglas con que los hombres operan en tierra firme están desafiadas, contrariadas o pulverizadas. La película lo expone de forma muy simple, una vez que el narrador se sube al Frej: a medida que la ruta avanza hacia el norte, todo lo que teníamos por seguro se diluye y cada noche comienza a ser acechado por una emisora que se prende a las 11 para contarle una historia cual radioteatro. La primera —y quizás la mejor, a mi gusto— es la de un fantasma que, quién sabe, tal vez por lo frío de la zona, adquiere una cierta corporeidad cada invierno, sólo para deshacerse con la llegada de la primavera. Parece un cuento de aparecidos, pero con cubitos de hielo que van quedando como rastro en vez de una línea de sangre…

P: Esto mismo está cubierto por una quietud dada por las fotos fijas  —aunque en estricto rigor, una foto fija no necesariamente es una foto quieta— en un registro muy contemplativo y centrado en los pequeños detalles, lo que de todas formas choca con lo grandioso del hielo. Las imágenes son muy abstractas, como si no fueran de este mundo, como si fueran de otro planeta o también microscópicas. Hay un constante ir y venir de lo particular a lo general que, como dije antes, no sé si era la primera intención de Ruiz. Los paisajes árticos son increíblemente fotogénicos, y aquí aprovecharon mucho eso. 

R: Eso sí es algo nuevo en el cine de Ruiz, ese apelar a lo abstracto: en el corto hay muchos insertos de trizaduras causadas por el barco en el hielo que luego son puestas al lado de imágenes de hielo microscópicas muy similares. Como si lo pequeño estuviese en lo grande y viceversa.

P: Es como si hubiese mucha conciencia de ello en la película. De hecho, la frase inicial, en donde el narrador dice cuando despertó, el barco seguía ahí” —¿será esa una cita al cuento del dinosaurio de Monterroso?— nos habla de esa inmensidad. Hemos tenido antes personajes que no pueden escapar de las circunstancias. 

R: Ese es un dilema muy de personaje de Poe y sus continuadores...

P: El barco es un contenedor de esas acciones y las cosas que pasan están dentro del personaje y de su imaginación, podríamos decir, coronada con ese manto de hielo interminable. 

Q: Lo más gracioso es que, de todas las películas de Ruiz que vimos hasta ahora, esta es la que visionamos en mejor calidad, algo que permite apreciar el hielo en toda su dimensión y belleza. La paradoja es que es una de sus películas menos densas. Thin ice, como dicen los gringos. 

R: Convengamos que algo de esa liviandad ayuda. De hecho, me había olvidado de contarles, pero esta es la primera película que vi de Raúl Ruiz. La pasaron por UCV, el canal de la Universidad Católica de Valparaíso, allá por 1989. Me enteré por el diario y esperé toda la semana con el VHS listo para grabarla. En esos días, encontrarse con una película de Ruiz en la tele era como avistar un ovni. Al principio pensé que estaba dirigida toda por él, pero luego me di cuenta que era sólo ese corto, y me gustó lo que vi. Mi yo de 17 encontró que era como un episodio de la Dimensión Desconocida. Lo divertido es que 33 años más tarde, mi yo de 50 opina lo mismo.

Q: Solo que, como todas las noches hay una nueva historia, serían varios episodios juntos. 

R: O al menos ligados entre sí, como parte de una pesadilla que no termina de armarse, tal como le ocurrió al pobre y malherido Ruiz en la mesa de montaje.

Q: Es que no había mucho para montar...