Bahía Azul

Martín (Antonio Campos) es un joven en busca de afecto, algún acercamiento familiar y cercano que le permita escapar del desarraigo que es su vida. Viaja a Bahía Azul para encontrarse con su madre antes de que ella viaje a Madrid. El joven evidencia rasgos de violencia física por parte de su padre. La madre, sin embargo, aunque acogedora, es una mujer que prefiere dejar cualquier tipo de conversación para mas adelante. Matías comienza a deambular por distintos lugares del pueblo a medida que va cruzándose con distintos personajes, todos femeninos. Es así como al acompañar a una excéntrica vecina a tomar unas fotografías se ve envuelto en un entuerto que termina con el perro del hogar herido. Para aliviar al animal ambos viajan a Santiago. Por unos días Matías convivirá con la mujer y se dará cuenta de sus problemas matrimoniales. De ahí en adelante Martín debe hacerse cargo del malogrado perro y luego, al verse fuera del hogar de su nueva amiga, se ve obligado a visitar a su abuelo, al que no ve hace mas de cinco años y quien se encuentra muy enfermo. Es así como se acerca un momento de soluciones existenciales para el joven, llegando al final anticipado en un gesto de racconto que comienza con una carta escrita en diferentes tiempos.

La tercera película de Nicolás Acuña viene a marcar un giro en su carrera cinematográfica. Luego de más de una década de su primera película (Cielo Ciego, 1998) y un poco menos de tiempo de la segunda (Rojo, la película, 2006), el director regresa con una película que se aleja del trabajo de género en el que había intentado con sus dos primeras producciones. Tras el paso además por la dirección de un buen número de series de televisión, Acuña se acerca al drama intimista con un trabajo bastante prolijo desde la puesta en escena, pero que de a poco comienza a sentirse como una impostación, un traje de otra cosa que se viste de manera incómoda.

Desde un inicio entendemos que se trata de una familia quebrada, algo no anda bien con un integrante de la familia, pero aún no sabemos quien. Un viaje en camioneta, una carta, una discusión. Por corte directo y cambio en el punto de vista nos encontramos con ese integrante incomprendido y solitario. La llegada de Martín a Bahía Blanca sorprende a su madre, quien vive con otra mujer en una casa con vista al mar. De ahí en adelante la película comienza a deambular por distintas acciones del joven para lograr entender sus reflexiones, pero a la larga se convierte en una obsesión por el relato y el paso del tiempo a través del personaje, de hecho una escena de transición se vuelve tic, cada vez que el personaje sale de la casa y en plano contrapicado las estrellas hacen su recorrido nocturno por los costados de su cabeza.

Al parecer existe una constante preocupación por retratar un proceso del protagonista sin importar tanto la significancia de los hechos, es así como el relato se sustenta en la arista cronológica, con diversos planos de transición y situaciones que sugieren relatividad en el paso del tiempo, solucionando a ratos con secuencias musicales unas largas transiciones que en general no llevan al personaje a ningún sitio más allá de su propia subjetividad. Este protagonista mantiene durante todo el relato su personalidad introvertida y totalmente críptica, por lo que la tensión del film se mantiene más bien en conocer cuál es el problema que terminó por separar la familia, lo que al final nunca llegamos a conocer y debemos conformarnos con el seguimiento de un viaje que lleva a Martín a una desaparición anunciada desde un inicio.

Hacia el final de la película comenzamos a completar el círculo simbólico del viaje de Matías, que más que un recorrido de reconocimiento es una forma de despedida. Y aunque el director decide mantener un final abierto (en consecuencia con la trama abierta), nos deja la sensación de una familia que se disuelve completamente y un joven que se extravía aún más.

El trazo de Nicolás Acuña de alguna forma se convierte en un pincel tosco que presenta a personajes de manera muy directa cercanos a un estereotipo de clase alta que no sabe comunicarse entre sí. También el uso de la imagen se concentra principalmente en el mostrar y ofrecer un espectáculo frontal, cercano al ejercicio teatral, que si bien aprovecha la profundidad del espacio no parece preocuparse por construir un imaginario con ella. Así es como la película termina dejando la sensación de haber visto un cine que se viste de intimista pero mucho más cercano a una construcción clásica, teatral, o incluso televisiva en el método de entregar información y que además se escolta con un argumento que juega al misterio.