Las plantas: Pasajera en trance

El estreno en salas de Santiago de Las plantas, alejada ya de controversias provocadas  luego de su paso por festivales durante el 2015 y el furibundo, y bastante reaccionario a su manera, ataque del crítico de El Mostrador en una carta a El Mercurio, ayuda a dejar de lado esos sensacionalismos periodísticos y concentrarnos mejor en lo que la película realmente es. Observarla detenidamente para analizar sus valores, que no son pocos, y algunas que otras falencias.

Que Las plantas es una película valiente, de eso no caben dudas. Que su director, Roberto Doveris tiene la suficiente falta de prejuicios frente a la corrección política como para ir a fondo en los temas que retrata, tampoco. Una historia que a priori podría sonar a miserabilismo provocador, una chica y su promiscuo despertar sexual al lado de su hermano en estado de coma, en la representación que Doveris hace de ella se aleja felizmente de esta idea para centrarse en un universo adolescente rico en matices y retratado con variopintos recursos estéticos y formales. Y en donde lo que podría sonar como hipotéticos golpes bajos, nunca ocurren, y se mantienen dentro del relato en el sano estado de potencialidad.

Las plantas tiene algo de cuento de hadas adolescente: Florencia, la protagonista, puede parecer aniñada al vestirse de cosplay, leer cómics y bailar coreografías de K-pop, pero al mismo tiempo invitar vía redes sociales a hombres desconocidos a que se masturben delante de ella de acuerdo a sus solicitudes. Estando protegida siempre desde una puerta-ventana, que acrecienta su condición voyeurística, de la cual los convocados no pueden traspasar. La representación explícita del sexo como sinónimo de honestidad. Una adolescente que demuestra semejante control de su sexualidad, trasladará eso mismo a los demás elementos de su vida cotidiana. Como asistir y cuidar sola a su hermano, ya que su madre también enferma, está en un hospital y tratar de ponerle freno a su tío (¿padre?) ausente. Además de ir al colegio, llevar las cuentas y preparar su coreografía con su grupo de amigos. El director se sitúa astutamente en ese punto exacto de transición de la adolescencia, como el umbral de esa puerta-ventana, entre la niñez y la adultez anticipada provocada por las circunstancias médicas. El momento exacto en donde las tomas de decisiones se vuelven responsabilidades y hay que cargar con las consecuencias.

Doveris tiene en la cantante argentina Violeta Castillo, en su debut en el cine, a una aliada sobresaliente para lograr sus objetivos, capaz de ponerle las dosis justa de temperamento y melancolía a su personaje de Florencia. Una actriz que impregna de carácter cada fotograma, poniendo cuerpo y alma, términos que suenan gastados pero que se aplican a Las plantas con absoluta justicia. Es un film de cuerpos lacerados (hermano y madre) versus cuerpos fornidos y bellos, entendido este concepto de belleza adolescente en sentido griego.

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Pero es la estética y en sus planos en donde Doveris alterna encuentros y desavenencias. Desde el comienzo, la cámara está siempre tapada por objetos desenfocados, muchas veces plantas, en donde uno tiene que ir encontrando el objeto a mirar dentro del plano. Esto lleva a una composición en permanentes capas de sentidos y de ubicaciones. Muchos de estos planos son verdaderos hallazgos, cito particularmente uno en donde Florencia escucha una conversación telefónica que nosotros vemos detrás de un espejo y a ella acercándose o alejándose en la imagen, tanto la del plano, como la del espejo. Hay una clara intención de enrarecer e ir recortando, reencuadrando con el objetivo de ir aprisionando, los interiores de la casa y las acciones que allí se realizan -incluso el patio mismo- donde trascurre la mayor parte de la acción de la película. Que a su vez, contrasta demasiado con los planos generales exteriores, ya menos logrados, que se usan para cuando Florencia sale afuera. Al darle a los espacios interiores vida propia, Doveris compone como arquitecto, sabiendo donde quiere ubicar cada detalle en plano. El problema de esto, es que no son pocas las veces que se denota un gesto demasiado calculado en ello. Como un director (síndrome del operaprimista) que quiere demostrarle al mundo lo talentoso que es, algo que no caben dudas, pero que en su demostración hay algo de pavoneo excesivo. Tal vez la sutil (y nunca del todo clara) diferencia entre un director de cine como obrero de la forma y un cineasta con pose de artista. Un ejemplo entre varios: cuando los personajes tienen que bajar de un auto al llegar a la casa, lo tienen que hacer saltando un montón de ramas tiradas en la vereda. Se entiende la idea de obstrucción pero se entiende demasiado que ese elemento esta puesto para ello.

Su verdadero mérito entonces, y talento, está más en una idea de temporalidad interna -ahora sí Doveris como un trabajador del montaje-  tanto de la duración de los planos como del relato en general, que en la composición rebuscada a veces de esos mismos encuadres, o que en la repetición insistente del leitmotiv de plantas: sea filmándolas de todas las formas y tamaños posibles, o remarcándola con el nombre de un cómic que Florencia lee, usado siempre todo esto como metáfora fácil del hermano en estado vegetativo. Son remarcaciones innecesarias, metáforas cerradas, unidireccionales en sus sentidos, y por ende a contramano a veces del discurso poético que pretende Doveris para su película. Si se pretende una alegoría natural con lo vegetal, se termina cayendo en un contra-naturalismo. Viceversa, cuando elige otros caminos de significaciones menos obvias, la película crece. Siempre es odioso hablar de poesía en el cine, pero en esa combinación entre el rostro de Violeta Castillo y el tiempo de duración del plano que  propone el director, se generan los momentos de mayor placer de Las plantas. Ya que vemos asistir en tiempo presente al momento en que una adolescente se convierte, no sin dolor, en mujer.

Alejandro Cozza

Nota comentarista: 7,5/10

Título: Las plantas. Dirección: Roberto Doveris. Guión: Roberto Doveris. Fotografía: Patricio Alfaro. Montaje: Roberto Doveris, Pilar Rodríguez. Sonido: Diego Aguilar, Mauricio Flores. Música: Violeta Castillo, Ignacio Redard. Animación: Poli Butazzoni. Reparto: Violeta Castillo, Mauro Vaca, Ernesto Meléndez, Ingrid Isensee, Juan Cano, Simón Mercado, Marcela de la Carrera. País: Chile. Año: 2016. Duración: 90 min.