The Tarantino affair (2/3): Mito americano

Para Paolo Virno el tiempo presente de nuestra condición post-histórica tiene como una de sus características al déja-vu como síntoma condicionado por el solapamiento de la separación de una “anacronía formal” de otra “anacronía real”; llevados al caso del cine, en particular el de Tarantino, vemos cómo el tiempo de la Historia se subsume al tiempo de la historias, es decir la gravedad teleológica y escatológica ha quedado como entramado de bastidores por donde sus personajes deambulan animados entre la dispersión y las bajas pasiones. Los tiempos no violentos de gangsters en sus primeros filmes fueron modélicos porque la condición del relato pastiche cinematográfico se activaba casi en paralelo a los diálogos, disquisiciones y monólogos de los personajes. El presente de los personajes pasaba de “real” (como lo quería el cine moderno, pensemos en los silencios de Antonioni) a “formal” porque la voz de su ventrílocuo adoptaba modalidades retóricas clásicas, pero reversionadas para el nihilismo de cultura de masas de fines del siglo XX. Así se puede entender el gesto metatextual de querer nombrar como “Pulp Fiction” al film homónimo. Con Jackie Brown Tarantino pagó peaje en el terreno de la obra cerrada clásica para, años después reaparecer con la rocambolesca Kill Bill, en dos partes, y asumiéndose como un formalista del formalismo, un manierista algo cansino.

Luego de Death Proof (mi favorita de él) devino en un repaso que suma el adjetivo histórico al de género cinematográfico. Una película bélica que no es bélica, un western racial y, reincidiendo, un western que no es western. Siendo The Hateful Eight una suerte de whodunnit, una pieza de cámara en 70mm, más lejana del formato visual de Ben-Hur y mucho más autorreferente de su Reservoir Dogs, Tarantino vuelve sobre cualquier estilema que ya le hemos conocido: división de la historia en capítulos, replicas entre personajes que parecen estar citando libros, desvíos de la linealidad (aunque en este caso más concentrado que nunca), desarrollo de escenas extensas, con espacio para el desplante de los personajes, sentir la extensión de los diálogos, manejo de tensiones que pueden explotar en cualquier momento, violencia sádica, dosis humorísticas evidentes y otras solapadas, cinefilia a raudales y arbitrariedad que no deja de fascinar si se acepta la imposición del director.

Se ha señalado que el rastro John Carpenter y The Thing anima el intertexto principal de este film, de ahí se puede saltar al lado hawksiano de Carpenter (el remake de esa película de ciencia ficción del año 1951, claustrofóbica y blanca, atribuida a otro director), con sus diferentes versiones del western con hombres solitarios, misóginos y que no dejan de lado pasar de la acción para mantener un buen momento comiendo, descansando o cantando. Pero a diferencia de Hawks, en The Hateful Eight no hay cofradía de hombres, son todos unos malditos bastardos, odiosos, y además carismáticos, elocuentes cuando quieren, difíciles de provocar identificación y menos algún grado de admiración, pero que no dejan de llenar el salones y encuadres con su presencia, sus devaneos, sus jugarretas, sus debilidades, sus perspicacias, su honor y su maldad. No se romantiza la imagen del mercenario. Los mismos personajes lo traducen al plano racial: el negro manteniendo al blanco desarmado, el blanco manteniendo al negro lejos. También al laboral: mejor dejar a la primera a las presas muertas que esperar a que la justicia los lleve a la horca. He ahí el equívoco de John “The Hangman” Ruth, sin el error que cometió por mantener su código al dejar viva a Daisy Domergue no habría película.

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A fin de cuentas Tarantino siempre ha practicado algo que podríamos llamar “cine del procedimiento”, acá vemos el manual de instrucciones para armar puesto en acción, pero su mundo no es uno racional (como lo fue en Hitchcock). Descreído, en sus películas no hay buenos ni malos, un pesimismo jubiloso es lo que al contrario anima a unas figuras en pos de algo que a la larga no importa tanto (ya sea, incluso, la venganza más personal o matar a Hiltler). De ahí que extenderse no sea un probema para el estadounidense, tal como lo pudo ser para el francés Jean-Pierre Melville o el italiano Sergio Leone. De este último, en particular, y del spaghetti western en general, encontramos el valor virtual que hace trabajar la imagen cinematográfica en algo más que la ficción espuria del cliché. Pese a que ambos trabajan con él a la vez le imprimen un cinismo que impide la bancarrota espiritualizada del sentido, sólo que por su parte Tarantino carece del mal nostálgico del director de Por un puñado de dólares, cada uno es hijo de su tiempo.

Con ello volvemos a caer en el manierismo, en este caso uno que articula superficies de acontecimientos y de individualidades deslizándose como hechos habitados por autómatas que van y vienen entre la palabra y la acción (lenguaje e imagen), cuerpos animados por la volición, hombres, y también algunas mujeres, idiosincráticamente estadounidenses, sujetos de acción y voluntad de movimiento perpetuo cuyo fin se establece bajo parámetros prácticos del aquí y ahora, self-made men.

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Con The Hateful Eight, su octava película, Tarantino además consigue establecer algún paralelismo con reactivaciones de conflictos raciales de la sociedad estadounidense actual; el director ha sido abierto en este sentido en sus declaraciones de prensa. Sin dejar de ser entretenimiento sus películas siempre han aceptado cierto nivel de “comentario social”, sobre el machismo y el racismo principalmente, muchas veces malentendido y sin duda sin interés por aportar al debate crítico, pero en este caso el asunto es de mayor evidencia y calado. Ya sea caricaturesco el reparto, sus ocho y más personajes (entre ellos, a aparte de los blancos, del negro y de la mujer, también hay un mexicano y un inglés), en continua rotación de lealtades, programados por intereses personales y completamente falsarios en sus métodos, no se pueden  pensar sin imaginárselos provenientes de una cultura que no sea la norteamericana y de un mito como el western y su paranoica justicia fronteriza.

 

Álvaro García Mateluna

Título original: The Hateful Eight. Dirección: Quentin Tarantino. Guión: Quentin Tarantino. Fotografía: Robert Richardson. Montaje: Fred Raskin. Música: Ennio Morricone. Reparto: Samuel L. Jackson, Kurt Russell, Jennifer Jason Leigh, Demian Bichir, Walton Goggins, Tim Roth, Bruce Dern, Michael Madsen, James Parks, Dana Gourrier, Zoë Bell, Channing Tatum, Lee Horsley, Gene Jones, Keith Jefferson, Craig Stark, Belinda Owino. País: Estados Unidos. Año: 2015. Duración: 167 min.