Welcome to New York (Abel Ferrara, 2014)

Si el cine de Ferrara tiene una impronta o signatura propia es el protagonismo asfixiante de un personaje que ocupa una posición relativamente encumbrada de poder en un mundo que, aparentemente, sólo obedece a la ley del más fuerte y que no parece imponer límites al abuso y la bestialidad. No sólo eso: estos personajes -por lo general, descarriados o lanzados en una cabalgata, más o menos lúcida, de autodestrucción- son, desde su posición de poder, los encargados de administrar justicia o establecer la racionalidad.

En escenarios sombríos, opacos, propicios para drogarse, hacer negocios turbios o dejarse llevar por la lascivia, se desarrolla el drama de los protagonistas de Ferrara y el núcleo moral de sus películas es la imposibilidad fatal de salir de sí mismos: una condena mortal a reducirse a experimentar exclusivamente su propio ego. En privado, develan un núcleo de impotencia, debilidad, torpeza o estupidez. El poder de los personajes de Ferrara es social, reside más en la estructura de las instituciones o en la estupidez, impotencia, pusilanimidad o fantasías de los demás. La sociedad colabora activamente en la hipertrofia de estos personajes. La condensación de energías e intensidades sobre estos hace de su padecimiento un síntoma o signo de una sociedad alienada, mecanizada y, al mismo tiempo, tiende sobre ellos un paradójico velo de inocencia o exculpación.

Dada la anterior descripción, Ferrara ha sido muy lúcido en aprovechar el caso de abuso sexual de una camarera afroamericana por parte del director del FMI, el francés Dominique Strauss-Kahn. Esta es la base narrativa de Welcome to New York. Una de las virtudes del cine de Ferrara es el casting y, siendo consistente con las premisas de su cine, tiene la habilidad de lograr que actores con gran fuerza y desplante como Harvey Keitel y Christopher Waken interpreten a sus protagonistas. En este caso, la elección Gérard Depardieu no podría haber sido más precisa: aparte de ser un absoluto genio de la actuación y él mismo un personaje excesivo, su obesidad añade el necesario toque grotesco a las escenas voluptuosas.

De hecho, el cuerpo de Derpadieu (al igual que el cuerpo de Keitel en Maldito Policía) se carga de significación a medida que avanza el film. Se nos presenta un personaje cuya psiquis está completamente volcada a las potencialidades de satisfacción sensual y sexual: un adicto, un enfermo. La dimensión política, la dimensión normativa, los códigos institucionales carecen de cualquier interés que no sea pragmático. Primero, Ferrara opta por mostrar el incidente como la coronación de una jornada de orgías con que Deveraux inaugura una estadía en New York. Durante su proceso de arresto, probablemente las mejores secuencias de la película, el dignatario no se toma la molestia de defender su honra; no se deja asustar por los policías e incluso logra la empatía de los reclusos negros. Durante su proceso en NY, aparece como dotado de una potencia satánica: logra subyugar a su mujer a pesar de su odio y delegarla a la gestión de su defensa, continuando impertérrito su trayectoria como depredador sexual.

No obstante, algo pasa. Ferrara empieza a transformar a Deveraux en una suerte de Mersault (ambivalencias racistas incluidas). Progresivamente, deviene una conciencia privilegiada que le dice a un terapeuta “no tengo sentimientos. […] son cosas que pasan” y que monologa lúcidamente, en medio de los lujos de su arresto domiciliario en Manhattan, sobre los ideales perdidos, mientras desfilan frente a él camareras negras que llevan pancartas del tipo “las personas no son propiedad de nadie”. Finalmente, según Ferrara, lo que afecta al protagonista es haberse metido en un asunto tan mundano, con lógicas ordinarias y corrientes. En la secuencia final, Deveraux se queda a solas con la doncella de su mansión y, tras mostrarse cálido y tierno, mira cámara, como diciendo: no tienen idea. El diablo… y Dios.

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Me pasa que no me convence Ferrara. De lo que he visto (Bad LieutennantKing of New York), encuentro un afán de realismo sucio que decanta en un romanticismo carente de mediaciones, sin juego. Ignorar el medio siempre ha llevado ser su víctima. Es difícil no comparar a Ferrara con Scorsese, De Palma, Cimino: neoyorkinos, italoamericanos, católicos, retratistas de criminales, de asuntos siniestros, publicistas de truculencias y de distintas formas de degradación humana. Todos buscando escapar de la decadencia de la industria, influenciados por los movimientos europeos y, especialmente, por el neorrealismo italiano. A la vez, directores con agudo sentido del espectáculo. Ferrara es, probablemente, el último de esa especie y es también, el más rudimentario en términos formales. Esto no sería un problema si abriera otras vetas de exploración (Mamet es, por ejemplo, un director modesto, pero un titán de diálogos y trama). El problema con Ferrara, entonces, es que su cine tiende a ser plano y, para mi gusto, aburrido. Lo que se ve es lo que es y esa es la gran apuesta del film, que parece un gran alegato majadero “contra todo tipo de pretensiones intelectualistas”.

Ferrara es rudo y sensible, street wise, pero subestima al espectador y se sobreestima él mismo, auto-atribuyéndose una misión ilustrativa de una realidad oculta al común del rebaño y que, gracias a cierta paradójica virtud de amoralidad, él está en posición de retratar. De ahí en adelante, estamos a su merced, debemos acatar su revelación realista. Prefiero a John Carpenter, otro neoyorkino y otro crítico obvio de la sociedad norteamericana, pero capaz de reírse de sí mismo poniendo siempre al cine en escena. Ferrara lo intenta, cuando subraya a Depardieu (aparte de los dos quiebres de la “cuarta pared”, el film comienza con un extracto de entrevista al actor en que confiesa “odiar a los políticos”), como diciendo: sí, ya lo sé, tengo que mostrar que sé que es una película. En suma, a Ferrara le hizo mal la política de los autores, pudo haber sido un “artesano” de Hollywood con sutiles insistencias, de esas que sólo lo franceses captan, y quedar, al final de la partida, mejor parado en la historia del cine.

 

Nota comentarista: 4/10

Título original: Welcome to New York. Dirección: Abel Ferrara. Guión: Abel Ferrara, Chris Zois. Fotografía: Ken Kelsh. Reparto: Gérard Depardieu, Jacqueline Bisset, Eddy Challita, John Patrick Barry, Drena De Niro, Amy Ferguson, Paul Calderon, Ronald Guttman, Anh Duong, Anna Lakomy. Año: 2014. País: Estados Unidos. Duración: 124 min.