Informe XIV IN-EDIT CHILE (2): Evitando el “Film In-Edit”

Tuve la oportunidad de asistir a la más reciente edición del festival de música y documental In-Edit gracias a que fue posible obtener una credencial de invitado de industria (como programador del Festival de Cine de Valdivia), lo cual me permitió moverme con comodidad y tomar una mirada más relajada al frenesí que mueve a la mayoría de la prensa festivalera (que entiendo tuvo varios problemas en cuanto a acreditación), en parte por mi falta de tiempo para revisar más cintas, pero a la vez para tener una experiencia más cercana a la del asistente común, no viendo más de una película al día.

Eso también me llevo a tomar la decisión de evitar el “documental In-Edit clásico", entendido como aquellos que están fijados en un artista o época musical específica. Esto me llevó a apreciar el festival un poco más allá de los títulos en particular y a darme cuenta que el trabajo de programación llevado aquí da cuenta de una visión un poco más amplia de lo que es el cine, contrariando el prejuicio que podría haber tenido en un principio. Las mejores decisiones programáticas, tal vez, se están tomando con las películas que nadie espera que lleguen, aquellas que no son del último tour de tal artista de moda o que no es una mirada retrospectiva de este roquero o artista pop de renombre.

Lo mejor fue sin duda ese increíble auto-sabotaje/golazo/regalo que era la sección Homenaje con la única ficción de todo el festival, Blow-Up (1966), el clásico de Michelangelo Antonioni, el cual fue puesto en el programa bajo tenues y casi inexistentes excusas relacionadas con la música. Pero no importa, cualquier motivo es bueno para apreciar (ahora en la nueva restauración, estrenada el año pasado en el Festival de Cannes) en esta pieza de constante anti-clímax y anti-misterio una mirada a cierta masculinidad tóxica (personificada en el desagradable protagonista) que estuvo siempre presente, pero que ahora surge a la luz como el verdadero elemento sobre el cual el filme parece estar haciendo zoom. Igualmente no se trata de una película sencilla o amigable como las que suele traer In-Edit, sino que es confrontacional, exige de su audiencia una atención absoluta a los detalles para luego desperdigarlos por la pantalla y gritar a los cuatro vientos que nada importa, que todo era un juego.

Algo similar ocurre con Sympathy for the Devil (1968), película sobre la grabación de la famosa canción de los Rolling Stones, lo cual podría confundirse como un documental In-Edit de no ser porque está dirigido por Jean-Luc Godard. De sus películas iniciáticas de los años 60, esta es tal vez la que está más cerca de sus experimentos con el texto y la palabra que realizaría más adelante en los 70 y en sus filmes post-2000. Relegando la acción supuestamente central, el registro de la grabación de la canción "Sympathy for the Devil" en unos estudios en Inglaterra queda subvertido constantemente por la lucha política de los iniciadores del Black Power, entes organizados de afrodescendientes que planeaban de diversas formas tomar el control de instituciones políticas y poco a poco establecer un gobierno, tanto en Estados Unidos como en el resto de los países con preponderancia blanca. Entre medio de los textos revolucionarios, las puestas en escena y los ensayos de los Rolling Stones, un hombre imitando a Godard lee pasajes de una novela ficticia de thriller político. No puedo creer que algo así se haya dado ante un grupo de personas que esperaba un documental sobre los Stones, y fue glorioso.

quest

Pasando a la sección de Competencia, estaba el documental Quest (2017) de Jonathan Olshefski, el único que tocaba tan sólo de forma tangencial lo que es la música. Grabado a lo largo de algo así como diez años, el seguimiento a la familia afroamericana Rainey da cuenta, de alguna forma, de los Estados Unidos de la clase media baja durante los años de Obama. En sus poco más de 100 minutos de metraje (que no hayan sido más dan cuenta de un gran montaje) uno logra sentir el paso de los años y cómo las pequeñas alegrías y desgracias van de alguna manera marcando el carácter de padre, madre, hija y todos los que le rodean. Al mismo tiempo, uno logra sentir que hay cosas que no cambian, y la pasión por la música es una de esas, ya que en su humilde hogar hay un sótano con un pequeño estudio de grabación donde no sólo transmiten rap y hip-hop de forma libre, sino que también se dedican a producir y lanzar material de artistas locales del norte de Philadelphia. Pero, al final de todo, se trata de la familia, se trata de cómo, pese a Obama, sus vidas no cambian extraordinariamente, y cómo la amenaza de Trump se vislumbra como la primera verdadera nube negra en sus vidas.

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Sobre la Competencia Nacional, el único filme no dedicado a una banda o artista en particular fue RIU, lo que cuentan los cantos (2017) de Pablo Berthelon, cuya experiencia es quizás de las más interesantes a nivel aural y visual en el festival. Fijándose en el canto aborigen de la tribu Rapa Nui, el filme se vuelve algo similar a la experiencia de escuchar un disco, donde somos testigos de canción tras canción, aprendiendo sobre mitología e historia antigua de la Isla de Pascua, mediante planos largos y similares entre sí, que dan cuenta de las personas tras las voces, estableciendo breves momentos de contexto que le dan el peso y la importancia que se le debe a la preservación de estos cantos, acto que de alguna forma hace la película. La mezcla de las imágenes reiterativas y el continuum de canciones logran que todo se torne en una suerte de trance, lo cual lleva a olvidar un elemento importante del filme, el que sólo surge al final, la transexualidad (la película pone en duda con un texto final la legitimidad de la identidad de género) de una de las cantoras, elemento social que ha sido utilizado de ancla para su promoción, pero al que apenas hace mención durante el metraje.

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Finalizo con el gusto que fue ver programada Author: The JT LeRoy Story (Jeff Feuerzeig, 2016), documental sobre la historia del nacimiento, explosión y final muerte del personaje de J.T. LeRoy, autor de libros de ficción alrededor del cual se creó un mito y casi culto por su origen como prostituto que deviene en transexual. Quien nos narra toda esta historia es Laura Albert, la mujer que aloja en su cabeza a J.T. LeRoy, personaje inventado para poder hablar de sus problemas sociales, psicológicos y emocionales, tiñendo de alguna forma la historia que cuenta el documental (que decide creerle todo lo que dice), y así establecer la narrativa de un engaño que involucró a gente como Gus Van Sant, Courtney Love, Bono, Asia Argento, entre muchos otros miembros del jet set internacional. Lo divertido del documental está en su variedad de registro, la forma en que cambia del archivo, a la animación, a la entrevista, formando un entramado muy interesante de redes y nombres a los que uno debe empezar a acostumbrarse, como si estuviera aprendiendo un árbol genealógico que sólo existe en la cabeza de Albert.

Esto podría ser un buen camino para In-Edit a fin de evitar el estancamiento y el sentirse “obligados” a traer películas que tal vez no tengan tanto valor cinematográfico, buscar filmes que “asimilen” una actitud musical, o directores que han trabajado con ciertos artistas, o simple y llanamente programar musicales, como han hecho en otras ocasiones. Hay varios caminos que seguir para evitar la abulia.