El Derechazo (Lalo Prieto, 2013)

En un lapso temporal que va de la renuncia de Clarence Bourbon a la candidatura presidencial hasta el debate televisivo de segunda vuelta (?) entre Evelyn Matthel y Michelle Bachelet El Derechazo parodia el thriller político y la denuncia del complot del poder en la investigación encubierta que un documentalista ecológico de televisión asume al enterarse casualmente del pacto entre líderes de los partidos de derecha para bajar de la carrera presidencial al que supuestamente era su candidato. La verdad que el documentalista terminara exponiendo en su trabajo es la absoluta corrupción y decadencia en que la derecha y el conglomerado Nueva Mayoría basan su poder.

A la manera en que se concibe el cine industrial en el sentido peyorativo de producto como simple y  transparente entretenimiento se puede aseverar que la película tiene como base un concepto: “la política chilena es un chiste”. La idea de que las instituciones de gobierno, los partidos políticos y sus dirigentes son ineptos, malvados e irresponsables. También que el actuar político en el país lleva bastante tiempo en la bancarrota y nada puede hacerse para contrarrestarlo y su único derivado es un malestar nihilista que determina que no hay salida posible a ese estado. No quedaría más que aceptar con cinismo que la política ha tocado fondo y todo es una gran joda y que el espectáculo político es más ridículo que la televisión farandulera.

Ante la avanzada de una cultura de la memoria, el retorno de las imágenes de la dictadura, las revisiones de la figuras de los 70 y 80 en cine y televisión, El Derechazo se propone como antídoto amnésico.  Cercado por su propia pretensión de reírse de la contingencia, el imaginario de la película funciona entre el hermetismo local de sus referencias y un momento presente deshistorizado bastante acotado en sus representaciones. Sin más que guiños al acontecer mediático de los pasados meses protagonizada por Concertación y derecha, difícilmente la película puede ser entendida por un espectador que no sea chileno y que viva en este momento. En un par de años las referencias más obvias perderán su anclaje contingente y el chiste perderá su gracia. Así dispuesto El Derechazo no pretende más que su consumo despreocupado e inocuo. Entonces ¿para qué preocuparse de verla?

Sumado a su limitación de producto intrascendente la debilidad de la película en cuanto comedia trabaja en la misma dirección. Antes de que empiece la película el consabido cartel políticamente correcto indicando que se trata de una ficción y que sus alusiones y lenguaje sucio debe ser tomado con sentido del humor. Por qué una comedia debería pedir permiso por lo que va a representar ¿acaso hay un sentimiento de culpa en sus creadores o es un pie forzado para inducir a ver lo que sigue con una sonrisa obligatoria y no dejar que sean las propias bromas las que animen o no al espectador según su humor y juicio individual? “Le advertimos: si no le parece lo que pretendemos, no la vea, ya que usted no tiene sentido del humor”. Eso es prepotencia. El Derechazo se mantiene en caracterizaciones desiguales en la imitación de los personajes reales, sin el perfeccionismo que se pudo ver en Stefan vs Kramer, y el humor, básicamente repetición altisonante de clichés, es bastante malogrado.

Cada personaje ridiculizado es reducido a un lugar común unívoco. Matthel no para de lanzar garabatos. Bachelet responde a las preguntas con un “paso”, René Malinco apenas se sostiene en su borrachera, Claudio Borrego es un beato, etc. En un panorama más amplio la derecha aparece como una banda de mafiosos, de egos exagerados, que no hacen más que traicionarse y complotar entre ellos. La Concertación apenas son unos irresponsables que se la pasan carreteando en un delirio vulgar y orgiástico. Testigo seguro de que ha visto lo peor el documentalista viene a establecer el estupor y la buena conciencia ante el desmadre, siendo casi el único que se toma en serio las posibilidades que tanta decadencia arruine aún más la gobernabilidad del país.

Por otro lado, el cliché de lo político asumido por la película no deja espacio para la representación de otras propuestas enfrentadas al poder partidista. Ni los movimientos sociales de los últimos años, ni el resto de los actuales candidatos presidenciales tienen cuota de pantalla. ¿Temor? Acaso esas propuestas políticas tienen una seriedad real que desbarata la consigna de que “los señores políticos” se han aprovechado de su estatus hasta la abyección. Si el discurso pinochetista buscaba despolitizar la realidad chilena con la finalidad de suprimir el pensamiento y la acción crítica, establecer el orden jerárquico militar y sobre tabula rasa instaurar el libre mercado, el discurso populista antipolítico en la era de la democracia es que da lo mismo, ni sirve, votar. Los políticos han gobernado por 23 años a base de robo, estafa y desprecio por lo que no sea sus intereses personales mercantilistas y sed de poder. El único ciudadano de a pie presentado en la película es el documentalista, perdido entre sus documentales ambientalistas y la falta de rating. No hay pueblo, no hay gente, no hay votantes, ni incluso, parece, consumidores. Chile se divide entre los que manejan el poder y los que están en televisión. Como si fuera Debord llevado al pie de la letra: un espectáculo sin espectadores.

El personaje misterioso de la película resulta ser el más peligroso. Un Hernán Fuji que vive aislado en el campo, dedicado a trotar y caracterizado como un “iluminado”. Aparentemente desideologizado aparecera al final manejando el rescate cuando los carabineros irrumpan en el set televisivo donde se lleva a cabo el debate presidencial para llevarse detenidos a las principales figuras. Mientras, el documental espera llegar a Estados Unidos donde se expondrá la verdad oculta de los que manejan el país. Tal es el verdadero derechazo de la película, un golpe de estado ahí donde la política se transmite. Se ausenta cualquier conclusión de dicho acto, jamás apareció representado Piñera y su gobierno. Como si no existiera el país nuevamente estaba en manos de esos señores políticos y su nefasta incompetencia. Seguro nuevamente Estados Unidos intervendrá para devolvernos la democracia y la alegría.

Sin desestabilizar ninguna idea preconcebida, al contrario, reafirmándolas el humor planteado por El Derechazo solo condiciona la vergüenza ajena como mecanismo satírico. La impostada crítica a lo político queda expuesta en el único momento serio de la película, el discurso lleno, otra vez, de lugares comunes que el documentalista dirige a los políticos de ambos bandos, recociéndolos como uno solo y únicos responsables “del mal que le han hecho al país” y que lo asesinaran, convirtiéndole en “¡desaparecido!” En su reduccionismo de lo político jamás se reconocen otras fuerzas en juego: el poder empresarial, el acervo cultural, las clases sociales, la historia, “el modelo”, etc. Ni siquiera la posibilidad interpretativa del espectador. En una representación que despolitiza la política y el humor el entretenimiento propuesto por El Derechazo parece querer negar el respeto que podrían haber conseguido sus realizadores de haber, al menos, hecho con mínima competencia su tarea.

Por: Álvaro García