El Príncipe (2): Libertades periféricas

Las memorias del protagonista nos remiten a la comuna de San Bernardo de los años setenta, retratada como un espacio de libertad y exploración sexual, donde es posible revolcarnos desnudos en el barro con nuestros amigos por las tardes o coquetear en bares con personas del mismo género al ritmo de Sandro, sin que ninguna mirada cuestione la moralidad de nuestro actuar. Y es que en el retrato carcelario del director chileno Sebastián Muñoz, la cárcel es un espacio donde la luz inunda las celdas y conversaciones de patio durante el día, pero que se desborda de oscuridad en las noches dando rienda suelta a veladas de abuso y placer.

Jaime, “El Príncipe”, es un primerizo en el sistema carcelario por cometer un homicidio pasional producto de un arranque de celos en un bohemio bar dentro de la comuna de San Bernardo. Desde su primer día en la cárcel, El Príncipe establecerá una relación de amistad, amor y compañerismo con “El Potro”, un preso de mayor edad y prontuario criminal al que narrará sus vivencias personales y delictuales a lo largo del largometraje.

Las conversaciones entre El Príncipe y El Potro evocan una serie de flashbacks por medio de los cuales lentamente nos adentramos no solo en los detalles del asesinato, sino que también en la propia biografía de El Príncipe. Las memorias del protagonista nos remiten a la comuna de San Bernardo de los años setenta, retratada como un espacio de libertad y exploración sexual, donde es posible revolcarnos desnudos en el barro con nuestros amigos por las tardes o coquetear en bares con personas del mismo género al ritmo de Sandro, sin que ninguna mirada cuestione la moralidad de nuestro actuar.

“Si aquí las penas se las lleva el sol” le dice El Potro a Jaime para motivarlo a abrir su corazón y compartir su historia de vida y frustraciones. Y es que en el retrato carcelario del director chileno Sebastián Muñoz, la cárcel es un espacio donde la luz inunda las celdas y conversaciones de patio durante el día, pero que se desborda de oscuridad en las noches dando rienda suelta a veladas de abuso y placer.

Tanto la cárcel como San Bernardo son retratados como espacios periféricos al margen del epicentro de la vida social: Santiago. Por medio de uno de los flashbacks de Jaime podemos apreciar uno de los escasos planos del Santiago setentero mientras compra una camisa a cambio de sexo con una mujer mayor de su barrio. Los minutos en la capital poseen una atmósfera totalmente opuesta a la que se respira en el resto del filme, donde los personajes deben ocultar sus identidades y simular que son madre e hijo frente a terceros, para luego refugiarse en un motel fornicando en un breve acto que sin dudas deja insatisfechos a ambos.

A través de una representación completamente opuesta, el sexo en la cárcel se disfruta libremente en las duchas de los baños a plena luz del día o bajo las tonalidades ocres y azules de las celdas. Esto no significa que la cárcel sea el paraíso del placer y la libertad, existiendo rituales y códigos de honor que apelan a la masculinidad y virilidad bajo la coacción de violencia física y sexual entre los presos. El largometraje deja abierta las razones que explicarían las vidas paralelas de los prisioneros, manteniendo relaciones heterosexuales con sus compañeros de condena y recibiendo a sus esposas a la hora de concretarse la visita conyugal. Y es que al parecer los personajes no se motivan exclusivamente por dicotomías como placer o compañía, sino que afrontan el mundo motivados por una genuina empatía que solo se comparte dentro del penal.

El filme acierta en reflejar cómo las jerarquías carcelarias permean no solo las relaciones entre los condenados, sino que también influyen en la conducta y empoderamiento de los gendarmes del recinto. La relación entre custodio y custodiado es siempre tensa y frágil, donde la superioridad numérica de los presos se ve desequilibrada por la posesión de armas de los gendarmes que no dudan en utilizarlas para reprimir y humillar a los condenados.

La tensión entre gendarme y preso también se replica entre los propios internos, subiendo progresivamente de nivel hasta alcanzar su peak en el asesinato del gato de El Potro -Platón- a manos de un antiguo amigo y enemigo del mundo criminal. El Potro terminará vengando y honrando la muerte de su mascota por medio del derrame de más sangre y muertes dentro de las asfixiantes paredes de la prisión.

El desenlace del filme nos lleva a pensar en el nombre de Platón y el, a ratos, mundo ideal que podrían sugerir algunos de los internos en la cárcel, como cuando Jaime comenta que le gustaría quedarse allí para siempre. Estos pensamientos idealizados en torno a la cárcel son sacudidos por la llegada de la muerte, lo que nos recuerda que, si bien la cárcel puede ser un espacio de empatía y compañerismo, también puede ser un territorio de crueldad y dolor entre cuerpos hacinados.

 

Título original: El príncipe. Dirección: Sebastián Muñoz. Guion: Luis Barrales, Sebastián Muñoz (adaptación de novela de Mario Muñoz). Fotografía: Enrique Stindt. Montaje: Danielle Fillios. Música: Ángela Acuña. Reparto: Alfredo Castro, Juan Carlos Maldonado, Gastón Pauls, Sebastián Ayala, Lucas Balmaceda, Jaime Leiva, Catalina Martin, Cesare Serra, Paola Volpato, Nicolás Zárate, Paula Zúñiga. País: Chile. Año: 2019. Duración: 96 min.