Diálogos Exiliados (35): Manoel en la Isla de las Maravillas - El jardín prohibido

El incansable Raúl Ruiz de 1984 no sólo encontró tiempo para filmar películas, cortometrajes y cubrir festivales de teatro, además filmó en la alejada isla de Madeira su primera serie de ficción: las andanzas de un chico de siete años en un mundo donde la vida de la imaginación disputa palmo a palmo con fantasmas familiares y escolares que hacen de nuestro protagonista una figura en permanente fuga, de una aventura (y de una pesadilla) a otra. Esta es la primera entrega de tres, dedicada a las correrías del joven Manoel da Silva. Disfruten.  

Manoel en la Isla de las Maravillas (1984)

I. El jardín prohibido

 

Quintín: Antes de empezar digamos que Manoel es una miniserie que Ruiz filmó en Madeira allá por 1984 y que posee tres versiones. La versión original estaba hablada en portugués y tenía cuatro partes. La que circula actualmente, sin embargo, es la versión para la televisión francesa. Los franceses le hicieron un doblaje muy precario y la redujeron a tres episodios, pero alargaron los capítulos, así que aproximadamente cuenta con el mismo material. Poco después se estrenó en los cines una película llamada Los destinos de Manoel, hablada también en francés y que duraba dos horas diez. Nosotros vimos la versión para la TV francesa. Ahora sí, los escucho. 

Alejandra Pinto: Hace un tiempo, conversaba con mi novio sobre la extensión de las películas. Le comentaba que, en general, no me gustan las películas muy largas, que prefería esas que en una hora y media te cuentan todo. Pero él me hizo notar que en realidad me ocurría lo contrario: las películas que más me gustaban eran las que duraban muchas horas. Pensé en eso viendo Manoel. Vi los tres capítulos en una sola sesión, y creo que fue porque todo está entrelazado y se me hizo imposible deshacer una cosa de la otra. 

Q: A mí, en cambio, se me hizo cuesta arriba. Pero, sobre todo, porque me morí de espanto. Y a medida en que avanzaban los episodios, más miedo me daba. Yo ya venía notando esta predisposición de Ruiz hacia el terror y el grotesco de lo onírico, pero aquí esta tendencia, bajo el oportuno pretexto de unos cuentos infantiles, alcanza su paroxismo. Quedé completamente demolido por lo que vi. Entiendo que se puede disfrutar mucho del terror, pero a mí siempre me costó. Yo quiero que las imágenes del cine me acunen, soy un niño asustadizo y cobarde.

Christian Ramírez: Creo que un buen símil de Manoel vendrían a ser esas muñecas algo siniestras que Ruiz ha venido incluyendo en sus películas desde Las tres coronas del marinero en adelante: cabezas de porcelana, pelo bien peinado, trajes muy elaborados, pero con una mirada fija que te deja helado. Bellas por fuera, tenebrosas por dentro. Dicho esto, creo que la primera parte de la serie está entre lo mejor que le haya visto a Ruiz en cualquier formato. No es ni por lejos la más genial, visionaria o jugada, pero hay ahí una suerte de equilibrio narrativo, pulso firme y capacidad de reducir tus recursos al mínimo —pero obteniendo el máximo efecto— que quita el aliento. Todo empieza la noche que un ladrón huye de una casa ubicada en la línea costera de Madeira, con las joyas de la familia asaltada en sus manos. La familia en cuestión está compuesta por Manoel da Silva (un niño de 7), su padre y su madre, y todos los avatares de este primer capítulo girarán en torno a sus respectivos destinos, y cómo estos se quiebran al día siguiente, cuando el niño decide que, en vez de ir al colegio, irá al “jardín prohibido”, un lugar de misteriosa reputación (han ocurrido varios escándalos ahí) donde Manoel se encontrará con su yo futuro, a los 13 años, y luego con un marino ermitaño que se pasa los días contándole historias a Perro, una suerte de chico salvaje que no emite palabra. Los cuentos del marino tendrán diversos efectos sobre Manoel —lo hacen dormirse, avanzar o retroceder en el tiempo, participar en la pesca de un pez muy pequeño, pero que posee una energía enorme— y redundarán en que el chico quede condenado a repetir diversas variaciones de este mismo día, que resultan invariablemente en la muerte de uno de los miembros de la familia. No hay caso: a cada intento de arreglar la situación, esta se desequilibra por otro lado, dejando a Manoel al borde de un abismo al que se acostumbra más y más.

P: Es de nuevo un golpe en la cabeza. ¿No les parece que estamos frente a una nueva manipulación? En el primer capítulo, hay un minuto en que nos estamos encariñando con el niño y comienzan a darnos información terrible sobre él y sobre su familia. Ahí comprendo perfectamente el terror de Q frente a todo esto. Es como el principio de El exorcista, todo bien con la niña, hasta que te cae el horror encima. 

Q: Yo creo que el horror empieza cuando el chico entra en la casa embrujada del vecindario y descubre al personaje del pescador, que ya es bastante siniestro de por sí, hasta que se ve a su compañero, que es ese ser horrible, mitad hombre y mitad perro, al que Ramírez aludía recién. Creo que ese momento, que aparece muy temprano en la película, es el que le dará el tono general. Digamos, además, que el hombre-perro no cumple ninguna función narrativa ni simbólica: está ahí para asustarnos. O acaso para prevenirnos. En realidad, van a aparecer personajes y escenas mucho peores. Después de todo, el hombre-perro resulta bien inofensivo.

P: Yo creo que el horror empieza antes de eso. Manoel sale de su casa, decide que no irá al colegió hoy y luego escucha las voces que lo llaman y las sigue. Hasta ahí todo bien, sin embargo, la voz en off nos dice que el niño decide ir a jugar al jardín prohibido, lugar en el que su abuelo fue asesinado y donde la primera pareja de negros del pueblo se suicidó. Ese dato quiebra la historia, que parece que iba por una línea relativamente clara. Desde ahí siento que cambia el tono y nos obliga a estar muy atentos con lo que va a pasar. Y bueno, tal como dices, es la primera noticia que parece indicar que hay algo embrujado ahí. 

R: Mi impresión es que el tono fantástico irrumpe incluso antes, en cuanto vemos las manos del ladrón que está huyendo de la casa de los Da Silva, con las joyas en sus manos. Es como una imagen sacada de La isla del tesoro (ya volveremos sobre eso), pero que ayuda a sumergirnos de inmediato en una narración que empieza in media res y con total energía. ¿Quién es esta gente? ¿Qué es esta casa? ¿Este chico? ¿De qué se trata esta historia? En los siguientes minutos, Ruiz va respondiendo una a una estas preguntas —algo curioso en él, porque nunca se molesta en darnos tantas explicaciones—, pero al mismo tiempo va quedando claro que lo que vemos es sólo una parte del total. El cineasta se está guardando el resto de las cartas en la manga. Nos está narrando la novela de aventuras, pero de tanto en tanto se le escapa la historia de horror que hay ahí abajo. Es como si una fuese el doble de la otra, en esta película plagada de dobles y espejos.

P: Una dinámica de dobles que en algunos puntos se parece a otras que Ruiz nos ha planteado antes, incluyendo esa mirada trágica sobre un destino en donde uno no puede prescindir de su reflejo, haciendo que todos los movimientos que se realizan y repiten repercutan en la forma en la que el otro -el doble- va tejiendo sus acciones. Desde La maleta venimos viendo esto y, a estas alturas, creo que si hay una línea narrativa en el cine de Ruiz, es esa.

Q: Sí, yo creo que Alejandra se dio cuenta de entrada de la importancia del terror en el cine de Ruiz, un terror que tiene como eje principal el tema del doble. Y aquí aparece claramente formulado en este primer episodio de la serie. Manoel se encuentra con otro chico, que es una versión de sí mismo que tiene cinco años más y que viene del futuro. Solo que el futuro varía en la medida en que Manoel se sacrifica. Al principio, debe dejar de jugar y dedicarse al estudio para que su madre no muera y después de sortear esa prueba debe renunciar a un porvenir próspero para que no muera el padre. Finalmente, estos sacrificios lo conducen al tercer camino que es el de su propia muerte. Este desarrollo me hizo pensar en un libro que mi padre me leía durante mi infancia y con el que me sumía en la depresión y el terror: Corazón, de Edmundo D’Amicis, no sé si lo conocen. 

R: El tamborcillo sardo, El pequeño escribiente florentino, De los Apeninos a los Andes. Qué manera de sufrir los niños de esos cuentos... 

Q: Efectivamente, veo que ustedes pasaron también por esos horrores. Es un libro del siglo XIX, en el que se intercalan relatos que consisten en niños que sufren y se sacrifican por sus padres, por la patria o por lo que sea, historias siempre terribles. Pero hay algo peor —tanto en Corazón como en la película de Ruiz— y es la escuela. Lo que vemos de la escuela en Manoel es patético, con ese maestro psicópata sin dientes, una especie de fascista que quiere reformar al mundo y abusa de su autoridad. La familia pequeño burguesa de Manoel no es mucho mejor, siempre pensando en términos de progreso económico y posesiones materiales. 

R: Pensando en esa sala de clases del horror, me acordé de la actitud que Fellini despliega frente al colegio en películas como Roma (1972) y Amarcord (1973). Ahí los chicos son presa de toda clase de violencia por parte de los maestros, una violencia que cuenta con la pasividad y cierta complicidad de los padres. Lo que más me inquieta, eso sí, es que los desesperados intentos de Manoel por salvar a esta familia que se le desarma sin descanso, ocultan en realidad un furioso intento por librarse de la institución de una vez y para siempre. A su manera, se puede entender a Manoel como un alegato contra la familia entendida como cárcel, como conjunto de deberes y como “base de la sociedad”. Una protesta contra una institución reaccionaria.

Q: En el fondo, las aventuras de Manoel son escapes de esa realidad cotidiana que lo enfurece. Después de todo, los cuentos infantiles tienen esa doble función: asustar y, al mismo tiempo, servir como alternativa a un mundo sombrío y gris. Volviendo al terror como género, la escena final, en la que los pobladores salen con antorchas para encontrar el cadáver de Manoel, me hizo acordar mucho a la escena de Frankenstein en que buscan a la niña que el monstruo tiró al lago.

R: En este caso, Manoel —que a estas alturas se ha convertido nada menos que en un experimentado y algo cansado viajero espacio temporal (algo así como la versión portuguesa de nuestro Mampato)— se ha transformado en un especie de monstruo. Alguien que ya no tiene cabida en su comunidad y que, por lo tanto, debe ser borrado del mapa. Un monstruo que, una vez que yace muerto en la playa, al final del episodio, sólo será reconocido por la versión más joven de sí mismo, la que tiene sólo siete años. 

P: Creo que uno no es tan consciente de la utilidad del cuento infantil hasta que se hace mayor. “No salgas a la calle, que hay un lobo”. “No te acerques al bosque, hay una bruja”. Ese peligro está ahí acechando siempre, el peligro que te puede causar el otro. La diferencia es que en este caso el niño que debe aprender la lección es, al mismo tiempo, el monstruo. Por eso creo que la dualidad es tan importante en este segmento, hay un niño que debería tener miedo al monstruo, pero en realidad a lo que teme es a su futuro, y por eso insiste en cambiarlo sin parar. 

Q: Creo que esa imposibilidad de Manoel de vivir en su comunidad que decía Christian y el prepararse para un futuro tenebroso serán los motores de los capítulos que siguen de la serie. Manoel encontrará otras aventuras terribles fuera de su casa y de su aldea. ¿Una película autobiográfica?