Diálogos Exiliados (40): La isla del tesoro

En 1984, Ruiz firmó contrato para filmar su versión de La isla del tesoro para Cannon Films. Lo que a la compañía estadounidense nunca le quedó claro es que era "su versión" y no una adaptación; el resultado casi naufragó el film, que se las arregló para sobrevivir y dar vuelta de cabeza el clásico de Stevenson. Es claro que, en medio de todo ese caos, a Ruiz se le va la cinta de las manos, pero lo que está en pantalla da testimonio de que para el director ningún texto, personaje o autor fue sagrado. Jamás.  

La isla del tesoro (1985)

 

Alejandra Pinto: Vengo con el terrible sentimiento de haber sido engañada. No por Ruiz sino por la idea previa que me había hecho a propósito de La isla del tesoro. Como libro favorito de la niñez, todo el rollo me parecía emocionante de entrada porque por fin —¡ah, la inocencia!— iba a disfrutar de una historia dirigida por Ruiz con los imaginarios que andaba buscando. Y nada, se me hizo todo cuesta arriba, todo muy complejo. ¿Cuántas veces hay que pasar de nuevo por esta sensación de volver a cero con Ruiz? Cada vez que creo que estoy entendiéndolo mejor, me sale con algo distinto. 

Christian Ramírez: Qué decir, esa vocación suya de borrarlo todo, a ratos se vuelve compulsiva. Además, esta película, que desde el título mismo parecía llamada a convertirse en un film eje, en una suerte de llave maestra para todas las cosas, temas e intereses ruicianos, más bien parece un naufragio; uno donde todas las cosas quedan flotando en el mar sin que se las lleve realmente la marea. Y me imagino que el espectador que entra en frío y sin contexto —que algo tenemos— sale de aquí congelado. Estupefacto.

Quintín: Yo sufrí mucho también, pero déjenme dar un rodeo. Nos habíamos puesto de acuerdo en que para hablar de la película íbamos a leer tres libros que venían al caso. La novela de Stevenson, por supuesto, pero también la que escribió Ruiz (la tenemos en inglés, no sé en qué idioma la escribió originalmente, pero solo se consigue así en la web): In Pursuit of Treasure Island, cuyo propósito era convertir el manuscrito en una película —lo que, finalmente ocurrió aunque como siempre ocurre con Ruiz por caminos tortuosos como los del Señor— y, por último Malpertuis, de Jean Ray, que Ruiz señala como fuente en una entrevista que figura en el libro editado por Cuneo para la UDP. No se los quiero preguntar directamente, pero yo no hice todos los deberes. Volví a leer el libro de Stevenson (y me causó otra vez mucho placer), pero con el de Ruiz apenas empecé y con el de Ray ni siquiera eso. Pero tampoco vi la película más de una vez, como suelo hacer. Así que me siento en falta, como el niño que no hizo los deberes. De todos modos, creo que a pesar de los momentos farragosos, esos interminables caminos de ripio, creo que hay algo que dice Ruiz en esa entrevista que puede ser cierto. Aun cuando lo hemos descubierto enunciando inexactitudes sobre otros films suyos, hay un pasaje que quiero citar: “Es una película sobre el simulacro, un juego de roles. Vemos en ella a personas que juegan a La isla del tesoro. Es un digest, una banalización, una vulgarización de los juegos de simulacro. En cierto sentido es una sinopsis, un tráiler o unas instrucciones de uso de todo mi cine”. Creo que algo de esto hay, como si uno, más allá de lo duro que resulta ver la película, lo hiciera con todo el material estudiado y desde esta perspectiva, se podrían encontrar muchas cosas.

P: Si me dices que Ruiz consideraba esto un simulacro, se me viene a la mente de inmediato un momento dentro de la película. Como espectadora, en un minuto asumí que —al contrario de lo que pensaba— esta adaptación sería más una historia inspirada en La isla, una relectura, o incluso, una película que podía girar en torno a la obsesión con el libro. Una vez que tenía eso asumido, los personajes comenzaron a tomar roles que eran coincidentes con los del Stevenson, entonces se me generó otra idea: es como si Ruiz hubiese querido con muchas ganas hacer La isla, pero cuando estaba en el proceso el relato se le iba arrancando para otros lados. La película entera, entonces, es un permanente tira y afloja del director con su historia base y con lo que nos quiere contar, como si ésta se estuviese desarrollando y de repente saliera volando, teniendo que atajarla de nuevo. 

Q: Ruiz dice explícitamente que no quiso hacer una adaptación y su novela tampoco lo es, no se trata tampoco de trasladar en el tiempo el relato de Stevenson sino partir de una situación en la que todos los personajes de su ficción han leído el libro original menos Jim, el chico. De hecho, la novela está presente todo el tiempo en la película. Ruiz hizo lo mismo con Palomita blanca, donde los personajes reinterpretan los hechos de la novela de Lafourcade. Es la famosa puesta en abismo, una historia  que se contiene a sí misma. Lo dice Ruiz: “Es el estado Quijote, constantemente consciente de sí y autorreferencial”.

R: Para aclarar un poco más todo esto, va algo de contexto: Ruiz queda obligado a hacer su Isla del tesoro después de que él y el productor Paulo Branco se reúnen con Menahem Golam y Yoram Globus, en el Festival de Cannes del 84. Por ese entonces, Golam y Globus eran las cabezas visibles de The Cannon Film Group, una productora especializada en películas de acción, aventuras y terror, a cuál más bruta, irrelevante y ojalá lo más barata posible. Sin embargo, en el camino, y un poco a la zaga de Dino de Laurentiis —que en esa época tenía una productora que filmó Duna y Terciopelo azul, de Lynch—, quisieron fichar a algunos autores de prestigio. Miren lo que produjeron estos Cannon en menos de tres años: Torrentes de amor de Cassavetes; Los amantes de María y Runaway Train de Konchalovsky; 52 Pick-Up de Roeg; Fool for Love de Altman; Othello de Zeffirelli; Street Smart de Schatzberg; Barfly de Schroeder, y la joya de la corona: King Lear de Godard (quien, según cuenta el mito, hizo con ellos un contrato sobre una servilleta). Puesta en esa compañía, La isla de Ruiz no desentona sino que rima perfecto, pero hay un problema: meterse con Golam y Globus era hacer un pacto mortal. Los directores quedaban un poco a la merced del ánimo de estos productores, que podían acabar marketeando tu material de formas atroces, e incluso alterando el montaje a su gusto para la distribución en video. Con Cassavetes y Godard no se atrevieron a meter mano; pero el Tren de Konchalovsky y 52 Pick-Up de Roeg, terminaron poco menos que irreconocibles. Al respecto, Ruiz comentaba que cometió el error de filmar mucho material (el corte original era cercano a las tres horas), dejando a la cinta muy expuesta. En el estado en que Ruiz la entregó, era sencillamente incomerciable y le volaron cerca de un tercio. Esa es una de las razones de por qué el film es tan enrevesado y, aparentemente, arbitrario a la hora de contar su cuento (o sus muchos cuentos).

P: Pero, entonces, ¿Ruiz no tuvo mucho control sobre su película? ¿Qué parte de esto quería mostrar y qué parte no? El montaje es de Valeria Sarmiento, ¿no?

R: Es que Golam y Globus eran cosa seria. La prioridad para ellos no era la exhibición en salas, los festivales o ganar premios, sino explotar al máximo las ventas en el mercado del VHS, que estaba arrasando en esos días. Para esos efectos, Ruiz era sólo uno más entre tantos otros contratados. Y para colmo de males, de todos los proyectos artísticos que financió Cannon, el que tenía título más conocido y tema más taquillero era La isla del tesoro. Obvio que necesitaban que fuera una película “normal” y no ese laberinto fílmico que les llegó a sus oficinas. Deben haber reaccionado espantados.

Q: Ruiz cuenta una historia un poco diferente. Dice que, al principio, Golam y Globus estaban encantados con él y el rodaje empezó a todo vapor, con una financiación importante. Pero que, cuando vieron lo que estaba filmando, se horrorizaron y le retiraron el apoyo. Así, la película se quedó sin dinero (algo parecido había hecho Corman en El territorio) y fue gracias a la intervención de Anatole Dauman, un productor francés que también trabajó con grandes directores, que se pudo llegar al final. Pero hubo que hacerle cortes para poder estrenarla. Ruiz dice además que la filmó en el orden de la historia y, así, habrían sido él y Valeria los que aceptaron esas condiciones y acortaron la película. 

R: Dauman salvó el rodaje, pero es revelador que —al mismo tiempo— su nombre no aparezca por ningún lado en los créditos. Cannon mantuvo los derechos de distribución, y luego los traspasó cuando vendió todo su material a MGM. De hecho, la copia que vimos por youtube (y que estaba bastante bien, la verdad), era de una exhibición del canal que MGM tuvo alguna vez en la televisión por cable. Hasta hoy, no existe rastro alguno de edición en DVD o Blu-ray. Quizás vuelva a reaparecer en el streaming, ahora que Amazon compró la biblioteca de filmes del León.

Q: Se me ocurre una versión alternativa, al menos ligeramente distinta de todo esto. Ruiz dice que, en el comienzo de la película, se había logrado una atmósfera interesante y que todo iba muy bien. Pero esa primera parte, que es una especie de drama teatral en una casa llena de fantasmas (otra especialidad de la casa) complicado con cuestiones de filiación, de cuernos y de castigos infantiles (otro asunto que rondaba las últimas películas de Ruiz), es la que me resultó más difícil de digerir. Y, luego, aparece la historia de piratas contemporáneos, unos mercenarios que quieren, como los de la novela, apoderarse del tesoro. Allí, cuando la película toma otro rumbo, es que el personaje de Silver empieza a citar obsesivamente otra novela, que es Benito Cereno de Melville. Ese libro trata sobre una rebelión de esclavos a bordo de un barco, y me parece que podría ser un comentario de Ruiz sobre su negativa a hacer lo que quieren los productores. Y allí se produce el quiebre que, según Ruiz, lleva a que la película se termine con muy poca plata y que eso se nota viéndolo. Sin embargo, yo noté otra cosa: que la última media hora, al menos, se mantiene muy cerca de la novela de Stevenson y hasta parece una adaptación a la que se le agrega una dimensión extra: que los personajes son tipos que juegan todos los años a interpretar La isla del tesoro. Pero finalmente, como en el original, el relato de Ruiz es un coming of age, una novela de aprendizaje, en la que Jim termina siendo un adulto además de un héroe y un valiente. En el último momento, Ruiz se resiste como siempre a un final feliz y hace intervenir una ficción en otra ficción para evitarlo, aunque la presencia de una voz en off que relata los hechos es evidente señal de que se suprimió bastante material; tengo la impresión que, después de tantas vueltas, Ruiz termina homenajeando a Stevenson en lugar de contradecirlo. 

R: Al corazón de todo esto, hay una contradicción, una que Ruiz no intenta esconder: contrariamente a esa tendencia de ciertos productores mercenarios que se visten con el prestigio de los libros clásicos que adaptan, él opta por desvestir el material: para Ruiz, versionar una Isla del tesoro al pie de la letra no tiene el menor interés. Y de ahí la confusión: mientras Cannon pensó que tenía entre manos una película que podía competir con la que en esas mismas fechas producían Charlton Heston y su hijo —muy fiel al original, hasta el punto de lo kitsch—, nuestro director básicamente intentó dar un paso más en la dirección que ya se había lanzado con Las tres coronas, La ciudad de los Piratas y la serie de Manoel. Esta Isla del tesoro es otra vez un relato marino, donde la aventura es más mental que física y nuevamente está protagonizada por un niño, pero agrega a la mezcla algo que podríamos denominar el factor meta: en este mundo, todos menos Jim Hawkins (Melvil Poupaud) ya se leyeron el libro de Stevenson. Todos se identifican con, al menos, un personaje; todos sueñan con lanzarse a la aventura y todos parecen condenados a repetir los mismos aciertos y errores de los personajes del relato original. En algún momento, Ruiz se refirió a su película como un ejercicio narrativo en clave de juego de rol; pero en realidad la cosa va más lejos todavía: estos adultos que juegan a recrear esta novela, que muy probablemente leyeron de niños, han acabado por convertir al propio texto en una suerte de cofre del tesoro. La película es explícita al respecto: al interior de las páginas de La isla del tesoro se han escondido pistas para al menos 365 tesoros ocultos en los cuatro rincones del globo, como si el libro se hubiese transformado tanto en una suerte de mapa como en un cuento para ocultistas y aficionados a lo esotérico. Ahora bien, esa idea brillante comienza a despedazarse en la medida que la película transcurre y nos empiezan a faltar piezas, porque fueron cortadas durante el apretón que se le dio al montaje, o porque el mismo Ruiz falló en hilarlas de manera coherente. Otra vez nos topamos con un diseño que se dispara en múltiples dimensiones, pero que Ruiz no parece interesado en llevar hasta sus últimas consecuencias.

P: Todo esto está conjugado con un elenco gigante y superfamoso, de hecho, creo no habíamos visto tantas estrellas juntas en una película de Ruiz. Los créditos iniciales arrancan con los nombres de Jean-Pierre Léaud, Anna Karina y Martin Landau, rostros absolutamente reconocibles y que, al menos para mí, tienen una presencia potentísima en pantalla. 

R: A esos hay que agregar a Lou Castel —uno de los actores favoritos de Marco Bellocchio—, Jean-François Stevenin y Pedro Armendáriz Jr. De verdad que, hasta ese momento, Ruiz nunca había manejado algo tan estelar. 

P: Léaud, de hecho, tiene un papel muy interesante, porque opera como un escritor tragado por su historia, que parece buscar el relato en sus propios personajes (mis amigos escritores dicen que eso les ocurre de verdad), entonces siempre lo tenemos un poco a medio filo entre los sueños del niño y la realidad. Anna Karina, que interpreta a la madre, tiene una presencia un poco menos impactante, pero en este caso culpo a la costumbre: nunca nadie más se volvió a ver como ella lucía en las películas de Godard. De todas maneras, es emocionante volver a ver esa mirada terrible, observando desde la penumbra. Independiente de ello, y de lo importante de su elenco, Ruiz vuelve a usar estas sombras fantasmales, pero me parece que les da un toque más cercano al gótico, se alargan y se estiran hacia los personajes, como Nosferatu, el de Murnau. Me gusta esta sensación porque, en efecto, hay un momento en la novela de Stevenson en que Jim tiene terrores nocturnos y me da la impresión de que, si hay algo en lo que se está basando Ruiz desde la novela, es en esa presencia permanente, alterada y aterradora.  

R: Me pregunto si esa distancia a la que permanentemente apela Ruiz con sus personajes —ese intento de no vincularlos jamás con la audiencia— no conspira contra ese mega elenco. Se entiende que la película no tenga mucho uso para Anna Karina, o presente a Landau en clave tan excéntrica (años después, le preguntaron qué recuerdos tenía del rodaje, y se prodigó en elogios hacia Ruiz). Finalmente quien parece más libre y dentro del juego es Popaud. Es Jim Hawkins, pero también se refieren a él como Johnny y Jonathan, como si su personalidad estuviese fragmentada. Yo me lo imagino, al mismo tiempo, como otra versión de Manoel.     

Q: Algo así, claro. Y es muy divertida la relación entre Léaud y Poupaud o entre Stevenson y su personaje. En un momento, el escritor dice que no le interesa la fama ni la gloria, que lo único que le importa es asustar a los niños. Y, más tarde, es Jim el que lo asusta a él. Como si todo el cine de Ruiz fuera un intento de vengarse de los autores que lo aterrorizaron cuando niño y lo logra interviniendo sus ficciones, deconstruyendo su leyenda. 

R: Los adapta, pero también los tortura.