Diálogos exiliados (5): La colonia penal

Para Ruiz, filmar era casi como respirar. Así, no extraña que la aventura gringa de Qué hacer fuera sólo el aperitivo de una compulsiva serie de rodajes efectuados a toda velocidad, con mínimo presupuesto y sobreabundancia de ideas. El primero de ellos fue La colonia penal, fascinante película realizada casi al final de 1970, y que inicia la intensa reflexión de nuestro director en torno al proceso de la Unidad Popular. Eso sí, ojalá hubiera una mejor copia disponible: es un film que necesita ser rescatado. Urgente.

La colonia penal (1970)

Quintín: Quiero empezar protestando. No es posible que la única manera de acceder a La colonia penal sea mediante un video penoso que circula en youtube (y en algunos sitios de descarga), horrible para ver e imposible de escuchar. Hago un llamamiento desde aquí a los parientes, amigos, curadores, restauradores y otras yerbas a que hagan algo para que esta película se pueda ver cómo corresponde. Eso pasa con varias películas de Ruiz, pero en este caso tengo la impresión de que es una obra maestra oculta detrás de un velo y que lo que vimos es una copia destinada a los habitantes de la caverna platónica. Pura sombra.

Pinto: Qué miseria. Se escuchaba horrible. Tengo esa misma impresión. Imagínense que, pese a esa dificultad, uno queda con la sensación de que vio una tremenda película. Sin embargo, soy una ser humana agradecida y mira que cosa es poder verla así, en tu casa, colgada en Youtube.

Ramírez: Te advierto Q que eso nos va a pasar con varias películas de aquí en adelante, sobre todo las de la primera etapa chilena. Y pasa por lo siguiente: salvo Palomita Blanca, casi todo lo que Ruiz filmó entre el 70 y el 73 está conservado a partir de grabaciones de la TV europea subtituladas al inglés, al italiano y al alemán. Se ven atroces porque casi todas fueron copiadas directo de la tele a un beta o un VHS. Ahora, es cosa de recordar un poco cómo veíamos films europeos en los años 80, con imagen descolorida y temblorosa. Esto es como volver a esos días de oscuridad.

Q: Entiendo lo que dicen, pero yo necesitaría al menos una lista de diálogos originales. Solo entendí lo que tenía subtítulos en inglés y algún tramo suelto hablado en chileno. Creo que eso no es tanto pedir. Esos diálogos deben estar en alguna parte o alguien los debería reconstruir. Es muy importante acceder a ellos. Incluso, cuando la película empieza, la pantalla está en negro y se escucha una conversación en off entre la periodista y alguien que parece ser su jefe. No me dio el inglés para entender lo que decían y creo que puede ser una clave para la película. Después, leyendo aquí y allá, descubrí que, al final, se sabe que la isla de Cautiva (donde transcurre la película) vive de inventar y exportar noticias escandalosas para consumo en el exterior. Pero no me di cuenta viendo la película, ¿debería aceptar lo que leí?

R: Ruiz explicó eso en varias entrevistas, pero la película fue realizada a tal velocidad, con tanta urgencia, que a eso se alude sólo en un par de partes. En todo caso, ese parece ser el método básico con que el hombre está operando aquí: dar mucho por entendido, y lo que a uno se le pasa, queda sepultado no más y a lo siguiente. ¿Sabían que Ruiz filmó parte de esto mientras todavía estaban haciendo Qué hacer? Hasta Saul Landau -su codirector en esa cinta- aparece en una secuencia…

P: Nos pasó antes con La maleta, eso de que tenemos registro de las entrevistas a Ruiz hablando de lo que está filmando, y con un resultado que no se ajusta necesariamente a esa descripción. Tal vez tenemos que hacernos de esa idea de ahora y para siempre. Dobles lecturas no más.

R: A propósito, les planteo la siguiente idea: en el papel, el origen de La colonia penal es la narración de Kafka -titulada “En la colonia penitenciaria”-, pero creo que el punto cero de esta película, ese que conecta con lo que Q alude más arriba (la idea de que Cautiva exporta noticias atroces para consumo internacional) tiene al menos otro par de fuentes: los titulares y reportes que Ruiz armaba cada día, durante los meses que trabajó para el Canal 9 chileno, a mediados de los 60, y también esos noticiarios militantes que comienzan a producirse en Cuba, en la segunda mitad de la década (y que tuvieron eco en Chile poco después, a través de los noticiarios de Chile Films en los inicios de la UP). Ese par de cosas parecen haber madurado aquí, pero en clave satírica.

Q: La película se inscribe en un contexto muy específico: la lucha interna de la izquierda chilena, más específicamente el debate en torno a qué cine debe producir el nuevo gobierno socialista. Hay un modelo, que es el que impulsa el Partido Comunista y tiene como ejemplo privilegiado el trabajo de Santiago Álvarez para los cubanos. Ruiz está totalmente en contra de ese cine panfletario, dogmático, destinado a difundir las buenas obras del gobierno, y aboga por un cine de ficción o documental-ficción que dé cuenta de las contradicciones en la sociedad y aun dentro del propio partido. Pero, y esto es lo que vuelve las cosas más complicadas, Ruiz no se asume en esos años como un artista independiente. Todo lo contrario, él se declara militante y quiere que el cine que se produce en Chile tenga una perspectiva revolucionaria. Esto está claro, incluso dicho de un modo tremendamente enfático, en una entrevista que el crítico peruano Federico de Cárdenas le hace en París, para la revista Positif, en 1971: “Justamente al estar trabajando en crear las condiciones nuestras para la militancia y en impedir cualquier tipo de alejamiento del proceso revolucionario…”. Ruiz emplea allí un lenguaje dogmático y habla de “evitar el exceso de un empleo de esfuerzo en demasiadas direcciones”, como diciendo que hay que evitar el pluralismo y hacer un determinado tipo de cine y no otro. Curiosamente, dice coincidir en eso con los comunistas, claro que el cine que quiere él es totalmente distinto. Pero, al mismo tiempo, Ruiz hace La colonia penal, una película completamente hermética, que difícilmente se pueda considerar militante y que no tiene mucho que ver con esa polémica. Por lo menos, es lo que pude adivinar viendo esta copia de mierda...

R: Efectivamente, en términos de su militancia se estaba disparando en el zapato: la pulsión por filmar lo lleva a filmar a toda velocidad La colonia penal y cuando la muestra a la mesa del Partido Socialista parte del ínfimo grupo que la vio durante la UP, porque nunca llegó a estrenarse en cines-, el dirigente Erich Schnake golpeó la mesa pidiendo su inmediata prohibición; claro que en la misma reunión se arrepintió, cuando otros militantes le hicieron ver que eso de censurar se veía un poco mal… Aún así, quedó sepultada.

P: Es que es tremendamente crítico. Asumo que varios ahí se sintieron tocados con las representaciones, partiendo por el lenguaje incomprensible, una forma bien didáctica de hablar sobre esta gente que se mueve en sus propios círculos, que sólo se comunica entre pares. Yo creo que había algo de interés por enrostrarle a esta gente la forma en la que estaban haciendo las cosas.

Q: En Raoul Ruiz, el libro de Christine Buci-Glucksmann y Fabrice Ravault d’Allonnes, publicado en 1987, hay una entrevista en la que esto se aclara un poco (bueno, no sé si no se oscurece más): Ruiz llegó a ser durante un tiempo el responsable del cine del Partido Socialista, es decir un funcionario. En la entrevista declara que nunca tuvo problemas con el gobierno, que nunca le pusieron trabas, pero habla pestes de una figura que es la del “artista-militante”, un intermediario “que no es ni un buen artista ni un buen militante”. Dice que sin ellos, la experiencia de los países socialistas sería mucho mejor. Aparentemente, Ruiz quería ser un militante y, al mismo tiempo, un artista. Pero no quería mezclar las dos cosas. Es una discusión que remonta a los primeros años de la Revolución Rusa. No es fácil saber exactamente en qué pensaba Ruiz, pero es evidente que ronda aquí la discusión en torno a la financiación del cine chileno por parte de Chile Films.

R: Aquí nos estamos adelantando alrededor de un año a lo que ocurriría con el cine de la UP, pero La colonia penal se anticipó a la forma en que fueron filmadas prácticamente todas las películas del período: con recursos privados y no estatales. Parece contradictorio, pero después que las distribuidoras estadounidenses abandonaron Chile tras el ascenso de Allende, Chile Films no tuvo otra opción que llenar el vacío en la cartelera de estrenos y convertirse en distribuidora de películas. Todos los recursos se fueron allí y no hubo plata para hacer ficciones desde el Estado. En lo que a La colonia se refiere, todos los recursos salieron de Darío Pulgar, el amigo de Ruiz que ya había colaborado ampliamente en Qué hacer, y que ahora aportó con los fondos de una herencia familiar e incluso con su cámara Eclair de 16mm y su grabadora Nagra.  

Q: Volviendo a La colonia penal, pero también a esa historia brumosa, me pasé toda la semana intentando entender de qué era una metáfora este régimen imaginario de Cautiva y su presidente-comandante Yáñez (Luis Alarcón), un dictador respaldado por los organismos internacionales, que solo produce simulacros y al que adulan sus guardias armados mientras sus ministros y funcionarios se dedican a robar y a conspirar unos contra otros. ¿De qué habla Ruiz? ¿Del futuro gobierno de la UP, de Cuba, de una dictadura de derecha? O se trata de un ejercicio de la imaginación que lo emparenta con Kafka por esa vía.

R: En el libro de Yenny Cáceres se hace mención a que diversas voces le comentario a Ruiz que La colonia penal se anticipaba la figura de un tipo como Hugo Chávez… Yo creo que todas esas lecturas pueden ser válidas, pero hay algo que sí me cuadra, y es que la periodista llega a Cautiva -esta isla a 200 millas de la costa del Perú o Ecuador, y que desde el final de la guerra entre ambos países en los años 40 se ha vuelto un Estado independiente-, para hacer un clásico del reportero de esa era: la entrevista al presidente latinoamericano. Littin de hecho, filmaría pocos meses después a Regis Debray entrevistando a Allende, y eventualmente el mismísimo Roberto Rossellini haría esa peregrinación a La Moneda. Ruiz, que seguramente ya había visto la entrevista que Landau le había hecho a Fidel, no se aguanta y satiriza esa situación.   

P: Esa idea de dialogar con el poder -pero en realidad no comunicándose en absoluto con éste- está ahí presente de punta a cabo en la figura de este presidente, la relación con sus subordinados, la forma en la que trata a la periodista, pero sobre todo (y esta cosa me llamó mucho la atención) la exótica presencia de lo religioso, o no sé si religioso propiamente tal, más bien como arrebato animista en el relato de esa mujer sale de la nada y canta una extensa letanía, y que está presente también en las numerosas canciones del filme. Algunos parecen cantos de borrachos y otras serenatas, como esos tipos que llegan a cantar a la ventana de la periodista una versión “Adelita” con la letra cambiada... Y claro, no hay que olvidarse que "Adelita" es una canción de revolución.

Q: La música ocupa un lugar importantísimo en la película, tal como en Tres tristes tigres. Todo tiene algo de comedia musical en un país bananero. Por momentos parece también Sopa de ganso, la película de los Hermanos Marx. Cautiva tiene algo de Freedonia, el país que se inventan los Marx.

R: Bueno, el presidente Yáñez, sus canciones, su actitud socarrona, sus lentes oscuros, esos duelos a espada que se transforman en brindis y que revierten a pelea otra vez, tienen algo de Rufus T. Firefly, presidente de ese país alegre y de porquería imaginado por Groucho. Sobre todo en esa escena en que después de comportarse como macho latino y salir persiguiendo a la periodista, el presidente/comandante se devuelve a su banqueta y comienza a llorar desconsolado. Lo terminan sacando a rastras entre varios. 

Q: Es que yo creo que, nuevamente, por culpa de esa copia del demonio, se está privando al mundo de ver un clásico, una película para reír a carcajadas y que, al mismo tiempo, es una anticipación de un futuro siniestro. Entre Sopa de ganso y El gran dictador, aquí hay una película que se me ocurre bellísima en cuanto a las imágenes, imágenes que nos están vedadas. Y, si me permiten, creo que la película tiene una genialidad más: anoche me puse a leer “En la colonia penitenciaria”, que me produjo un espantoso insomnio: es un relato horrendo, de lo más negro y cruel que leí de Kafka y, al mismo tiempo, de un humor negro terrible. La película de Ruiz conjura esas imágenes del libro, las convierte en una farsa y en una alegoría cuyo objeto se nos escapa (como también se nos escapa la metáfora de Kafka, si es que hay alguna). 

P: Tenemos eso en esta película, es muy graciosa pero a la vez bastante angustiosa. Genera esa sensación agridulce, donde uno no sabe bien cómo enfrentar lo que está viendo. Pero de todo, creo que lo que más me gusta es volver a esa obsesión con el lenguaje que vimos antes en otras películas. Hay una línea de diálogo que dice “Esto en realidad no es un idioma, cambia todo el tiempo” y creo que hay ahí muchas ganas de hablar sobre lo frágil que puede ser el lenguaje, como puede ir mutando con las personas. Por lo mismo, tenemos este idioma imposible, pero también tenemos a los músicos de serenata y los poemas del personaje de Aníbal Reyna. Son todas formas de expresar, todas distintas, y me parece que apuntan a esas mutaciones.

R: El idioma cambia de la misma forma en que Cautiva cambia frente a los extranjeros. Su ideología es acomodaticia: seremos lo que ustedes necesitan que seamos. Si quieren que nos parezcamos a Cuba, cubanos seremos… Por lo mismo me hace sentido que el film haya surgido casi paralelo a Qué hacer, otra película obsesionada por la forma en que el cine contempla a los subdesarrollados. Ahí donde la producción gringa buscaba casi desesperada convertirse en una película de género -un thriller político- sin dejar de transmitir un mensaje, La colonia penal ni siquiera se molesta en comunicarnos de qué se trata. Confía en que, tarde o temprano, algo sacaremos en limpio del enigma.   

Q: Volviendo a esa idea del enigma y también a Kafka, hace poco leí un pequeño ensayo de Cynthia Ozick en el que comentaba la monumental biografía de Kafka que escribió Reiner Stach. Dice Ozick que lo extraordinario de la biografía (de una minuciosidad inigualada) es que nunca intentaba interpretar la obra, que se abstiene de hablar de “lo kafkiano”. Y agrega que cuando alguien usa la palabra kafkiano, merecería ser fusilado, porque Kafka trascendió siempre ese cliché al que quedó reducido. Me parece que con Ruiz ocurre algo parecido. Su proceso de monumentalización, al que acaso estemos contribuyendo, es también una manera de estar sepultándolo bajo esa palabra vacía -“ruiciano”- que tal vez deberíamos proscribirnos.

R: El presidente Yáñez la prohibiría, sin duda.