327 cuadernos (3): El arte de narrar por otro

En un momento de la película, quizá la mitad, la cámara de Andrés Di Tella recorre los pasillos subterráneos de la Nueve de julio filmados hace 20 años junto a Ricardo Piglia, también, persiguiendo juntos la vida y figura de Macedonio Fernández, maestro indiscutible de la trama ficción y vida. Piglia y Di Tella se juntaban entonces para contar la historia de otro, y ahora esas mismas imágenes vuelven para contar la historia del propio Piglia como si fuera otro, Emilio Renzi, o tal vez Argentina. “La literatura es el lugar donde siempre es otro el que habla”, se oye decir a Piglia con la voz cálida y rasposa del que piensa una vez más en sus manías. Para no ir demasiado rápido, sigo el paneo de la cámara al interior de uno de estos pasajes subterráneos cerca de la mitad de la película, decía, y me detengo con ella uno o dos segundos en la portada de uno de los diarios que cuelgan de las contrapuertas de un quiosco. Se alcanza a leer allí: “Diarios de antaño. Realizamos su diario personalizado (destacada esa palabra, personalizado, en color azul), un recuerdo hecho a su medida. Pregunte aquí”, y abajo se ven reproducidas dos portadas, una de El Clarín, otra de El Mundo, cuyos titulares -que no se leen- se acompañan de fotografías personales: un grupo de muchachas en la escuela, un bebé, un niño. El lapsus de la cámara de entonces parece retornar ahora como una suerte de pie forzado, pensé. La película se piensa ella misma como el diario de la lectura de un diario, el de Ricardo Piglia, contenido en los incontables 327 cuadernos que dan título al proyecto. Pero al mismo tiempo que reconstruye el diario de ese diario, del cual el mismo Piglia ha hecho ya dos entregas imprescindibles, la película desentierra otro diario, el diario de lo que no está escrito, el diario de una memoria muda e impersonal que reconoce Piglia al leer los suyos después de tantos años, y que Di Tella acierta en reconstruir acudiendo a otra figura del diario: la del que cuelga día a día en los quioscos de la ciudad, trazando el mapa siempre fragmentario y disperso de los acontecimientos que acaso definen el carácter, como también el destino de un país, Argentina.

El tránsito de un registro a otro se vuelve imperceptible, los pasajes de la memoria se confunden. “¿Cuál es el momento en que la historia entra en la vida?”, se pregunta el narrador. Entonces los pasillos subterráneos de la Nueve de julio riman con un túnel cercano a la casa actual de Piglia, uno que recorre junto a Di Tella y su cámara para alumbrar con una linterna una caída de agua y una hoja flotando en otoño. Primeros planos al rostro de Piglia revelan surcos y manchas que lo incriminan, del mismo modo en que una mancha en la cara incriminara años atrás a una muchacha revolucionaria cuyo nombre verdadero nunca supo, a pesar su paradero. Jóvenes trabajadores celebran el retorno de Perón lanzando papeles por la ventana de la oficina hacia la calle mientras que Piglia, tembloroso, se decide a quemar los suyos. La lluvia y la niebla el día de la muerte del Che Guevara; la niebla camino a Mar del Plata en una cita al recorrido que Piglia hizo junto a sus padres el año 57; la reflexión sobre la nitidez del recuerdo.

Los pasajes del diario van apareciendo como los restos aislados de un naufragio, descartes de una vida que Di Tella traduce a los descartes de prensa pero también de archivos familiares, imágenes fílmicas de unas muchachas bañándose en una piscina, por ejemplo, de un joven haciendo pruebas de fuerza o de otro que doma a sus caballos. Y así los recuerdos que Piglia revisita a la luz de su diario se materializan en la película como “esquirlas luminosas perfectas, sin ilación”, siguiendo al pie de la letra una de las tantas metáforas que el escritor desliza a propósito de las imágenes que allí no están. Pero entre las que sí están, Di Tella escoge, para comenzar, una frase en la que Piglia, refiriéndose a su padre, recuerda cómo “de pronto la historia de Argentina le pareció un complot tramado para destruirlo”. Como queriendo volver a ella en el momento de enfrentar a Piglia, hacia el final de la película, al archivo de imágenes que el documental contrapuntea con su trabajo de revisión, transcripción y más tarde dictado de sus cuadernos (la enfermedad de Piglia avanza de manera progresiva), Di Tella invita a pensar la historia de Argentina como un complot también contra la suya.

“Soy el que mira la escena”, dice Piglia a propósito del día a día registrado en sus cuadernos. Puesto en el lugar efectivo del que mira, como nosotros, la película redobla y profundiza la ya profunda reflexión que ha llevado a cabo Piglia en torno a la relación del narrador con la historia que cuenta, de la historia con lo que cuenta un escritor, del arte de narrar por otro -Emilio Renzi o Argentina- incluso los recuerdos propios.

Macarena García

Nota comentarista: 10/10

Título: 327 cuadernos. Dirección: Andrés Di Tella. Guión: Andrés Di Tella. Fotografía: Gastón Girod, Guillermo Ueno. Edición: Felipe Guerrero, Valeria Racioppi. País: Argentina, Chile. Año: 2015. Duración: 79 mins.