Araña (2): La bisagra entre dos mundos

Más allá de lo anecdótico que presupone el retorno de Andrés Wood a la gran pantalla luego de incursionar en televisión (Ecos del desierto, 2013; Ramona, 2017) y de haber estrenado por última vez una cinta  hace exactamente ocho años (Violeta se fue a los cielos, 2011), su reingreso a la contingencia cinematográfica nacional con una obra como Araña constituye, en esencia, una novedad temática dentro de lo que estamos habituados a ver cuando nuestros cineastas se retrotraen (y no sin razón, más allá de los resultados) a los tres años de aquel experimento político llamado “vía chilena al socialismo”. Y preciso aquello pues estamos ante un título que encuadra a uno de los actores en disputa cruciales de la época y que, por motivos que forman parte de mis especulaciones personales, jamás había sido enfocado más allá de ciertas referencias breves, lejanas y casi caricaturescas (el corto Aseo general [2008] de Paulina Costa y Machuca [2004] del mismo Andrés Wood). Tuvo que ser un cubano, el notable Santiago Álvarez, quien les diera cobertura en ¿Cómo, por qué y para qué se asesina a un general? (1971), y los alemanes Walter Heynowski y Gerhard Scheumann en Con el signo de la araña (1973), esta última citada y recreada libremente en el título que estoy reseñando.

Esta ausencia tiene que ver con un cierto ánimo nacional, una cierta lectura excesivamente binaria sobre la lucha política de los tiempo de la UP, como también por lo poco que conocemos del Frente Nacionalista Patria y Libertad (FNPL a partir de aquí), colectividad que es el verdadero protagonista de Araña y animal de estudio del director. 

La cobertura que da Wood a esta fuerza política resulta ser reveladora para los que nos interesan las múltiples dimensiones del pasado en concomitancia con el presente, sobre todo dentro de una cinematografía oficial (me refiero a los títulos que sí cuentan con distribución) tendiente a una hegemónica reticencia con la historia política nacional, y con la política en sí. Incluso, hay una virulenta fascinación que inspira a Araña al volvernos testigos de situaciones que, como público y ciudadanos de un país que se sirve de un modelo historiográfico gatillador de olvidos, resultan novedosas e indignantes al mismo tiempo. 

Novedosas por que ver en cine los mítines y reuniones del FNPL, en dónde la adaptación de época y la construcción de los espacios de militancia están ejecutados con el profesionalismo que siempre ha definido al equipo artístico de Wood, nos abastece, al menos en superficie y no sin insuficiencias, de aquella información que nos omite la reflexión y el debate histórico oficialista acerca de este actor político obligatorio para entender la lucha de clases del periodo 70-73; e indignantes por razones prácticamente obvias para los que no adherimos a la contra revolución neoliberal ayudada por los aportes que el FNPL hizo para crear las condiciones objetivas y subjetivas que decantan en el golpe de Estado. 

Actos terroristas, magnicidios, delirios de redención y fetiches belicistas cargados de violencia política, que pueden prestarse para banales estereotipaciones sin duda, pero atraen por ser un primer esbozo de lo que el cine chileno es capaz de realizar al abarcar al FNPL como actor socio-político de su tiempo. El mismo Wood precisa que para él, durante los tiempos de la gestación de Machuca, veía a esta agrupación neo-fascista como “cuatro pitucos locos”. En Araña se aleja de dicha óptica y se encarga de rescatarlos de esas chapas simplistas, que a la final es una forma de olvido y de inmadurez ciudadana. Wood se anota un punto por la seriedad cívica que lo tiende ha caracterizar a la hora de filmar. 

No obstante, sorprende con otra novedad, pues las escenas localizadas en los mil días del experimento nacional popular del Presidente Allende componen solo un cúmulo de flashbacks fragmentados y breves, que rotativamente arrancan y retornan a las entrañas del Chile resultante de la contra revolución que el FNPL ayudó a gestar, es decir, del Chile de la noche neoliberal. Contexto actual, y  que Wood había tocado levemente y sin una relación tan evidente y brutal con el pasado político nacional como lo fue La buena vida (2008). En este aspecto, su iniciativa es positiva y marca una cierta distancia formal y sustancial con sus tres producciones históricas anteriores, pues aquí ya no se enfoca en los desposeídos y en las víctimas de la noche dictatorial, sino que en aquellos que son amparados por el Poder dominante y van de impunes victimarios por la vida. Un giro relevante, pues en Araña ya no solamente ejerce revisiones a lo ya consumado en nuestra historia nacional, sino que su directa relación con el aquí y el ahora. 

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La trama parte con Gerardo, nuestro protagonista (Marcelo Alonso, cuya actuación no ayuda mucho), quien vive su día a día deambulando en un Chevy destartalado entre medio de las mezquindades que propicia el neoliberalismo chileno. Contemplando con aversión lo que lo rodea y armado hasta los dientes. Algo así como un Travis Bickle criollo, e igual de perturbado y con enemigos comunes. En paralelo, Inés (María Valverde), epítome en carne y hueso de lo que esperamos de nuestra rancia elite nacional, es una ex militante del FNPL y actualmente una mujer exitosa que vive en su burbuja personal. Pagada de sí hasta el hastío (típico de nuestra elite), y con problemas personales que intenta camuflar por medio de la imagen que proyecta; está casada con Justo (Felipe Armas), un alcohólico, violento y demente ex miembro de la agrupación con signo arácnido, cuyo presente no nos sorprende si nos fijamos con atención en sus desquiciados comportamientos de juventud. 

La vida de ambos es relativamente normal, hasta que Gerardo, otrora militante del FNPL hecho desaparecer en un montaje que culpaba a supuestos guerrilleros de extrema-izquierda, reaparece en el vox populi luego de frustrar violentamente un asalto y ser confinado en un hospital psiquiátrico; como figura pública y columnista de un periódico, Inés entra en alerta por la emergencia de quien puede desmontar aquella versión elaborada por ellos para culpar a la UP de promover la lucha armada. Por nada del mundo permitirá que su pulcro presente con olor a caviar se manche con el barro y la sangre de un pasado neo-fascista. 

Esta dialéctica entre tiempos distintos pero definidos por una linealidad histórica política, en dónde Wood denota una postura correcta acerca del hoy como resultado directo del ayer, sirve de sustancia para dotar de contenidos subjetivos a los personajes principales como hijos de su tiempo, en donde el escenario del periodo 70-73 se convierte en un teatro de conflictos que hacen aflorar bajas pasiones, ímpetus poderosos (aunque ideológicamente difusos) y posteriores decepciones, pero con un hilo común que es la violencia y el Poder. Sin embargo y pese a lo valioso de su afán, Araña no está exenta de grietas que empantanan pretensiones que, al no ser aprovechadas, quedan a medio camino. 

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En el FNPL, en tanto fascistas, es decir portadores de una serie de rasgos ideológicos muy interesantes como reprochables, a su vez esencialmente modernos y, por lo tanto, batiéndose entre dicotomías, contaban en su seno con una serie de sensibilidades que coexistían simultáneamente volviéndolo, como toda organización fascista, inaprensible políticamente. Esto va más allá de su odio a Allende incluso, pues hay que agregar que su columna vertebral ideológica era el odio hacia el capitalismo y hacia el marxismo en general (no solo a su versión soviética-estaliniana). Peculiaridad que siempre hizo de ellos una organización inconsistente, por lo tanto un peón estratégico y fácil de emplear  por los poderes oligárquicos y financieros enemigos del Presidente Allende. Dinámica de fuerzas totalmente a contrapelo de la claridad que pregonaban acerca de liberar “al hombre honesto de las garras de la dominación capitalista y marxista”; este contradictorio esquema poliédrico entre ser una orgánica de quiebre con lo viejo (el capitalismo) pero al mismo tiempo ser reaccionario con lo nuevo (el socialismo), siempre le ha pesado al fascismo como ideología, y la vida de Inés en el neoliberalismo, que es tan distinta a la de Gerardo en el mismo Orden social, refleja esa contradicción irresuelta por el fascismo y todas sus versiones. 

Ella se mueve por la codicia, el estatus y los privilegios que le otorga un sistema que nunca entendió bien, pero que de joven creyó combatir solo para dejarse instrumentalizar por la misma oligarquía con la que ahora se codea. Inés encarna esa dimensión ideológicamente difusa con la que cuenta la doctrina fascista. En cambio, Gerardo, encarna la parte más nítida, filosófica, crítica, militante y modernizadora, pese a lo espuria que es dicha ideología; aquella que lo mantiene perturbado por los resultados de la contra-revolución que apoyó pensando que sería para “liberar al hombre honesto”.

No hay que olvidar que entre las filas del FNPL había nacional-conservadores católicos y corporativistas radicales, estos últimos fueron los que acabaron desvinculándose de la dictadura y la desindutrialización posterior, caldo de cultivo para el neoliberalismo actual. En palabras simples, fueron relegados y víctimas de una traición política. Es esa traición política la que asedia a Gerardo como el paria que es, haciéndolo funcionar como bisagra crítica entre el Chile nacional-popular y el Chile neoliberal, entre el viejo mundo y el nuevo mundo. Iniciativa fascinante que nos recuerda (no solo por el look) a El Chivo de Amores perros (2000) de Alejandro González Iñárritu, ambos como fracasos históricos de proyectos interrumpidos, solo que desde veredas ideológicas opuestas. Lamentablemente, aquel empeño no acaba de cuajar o quizás no quiso ser cuajado. 

Gerardo encarna esa posibilidad en forma y fondo, dramática y políticamente, en cierto momento del metraje. Posibilidad que otras películas como Carne de perro (2012) de Fernando Guzzoni, ya había decidido ignorar mediocremente pese a los premios y el humo que eso genera; la posibilidad de que el cuestionamiento de nuestro presente sea más sustantivo, efectivo y problemático se diluye por una serie de caminos que toma el montaje en dónde el Gerardo del presente va quedando en segundo plano, y el presente prioriza la vida de Inés, sobre todo su estrés frente a la aparición del personaje de Alonso (que culmina en un clímax descafeinado) y su anómala relación matrimonial con Justo. Esto último está muy bien logrado, no solo por la notable química entre Morán y Armas y el correlato actoral con sus versiones de antaño, sino porque son una pareja de ex terroristas devenidos a modelos de portada de Revista Cosas. Al menos hacia fuera, porque hacia adentro su nivel de decadencia parece extraído de un texto de Tennessee Williams. 

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Estas grietas se van dilatando cada vez más a medida que transcurre el metraje, en dónde al ayer se le otorga una relevancia mayor que al hoy. El resultado es una cámara que prioriza a los jóvenes militantes de los setentas y al viejo mundo que los rodea. Añosos recuerdos que dejan entrever la sana obsesión que Wood mantiene con el pasado cual sello autoral, en dónde se mueve y ha movido cómodamente casi siempre. De eso no cabe ninguna duda, pero en desmedro en cáscara y sustancia del retrato de un presente distinto pero igual de conflictivo, que de a poco va perdiendo aire a medida que se le descuida. 

Obviamente, hay tópicos de contingencia que Wood no elude, como lo es el racismo contra los inmigrantes, la violencia entre subalternos y el poderío de ciertos grupos, pero no era a lo que nos aprontaba en los inicios cuando por medio de una cámara subjetiva vemos la realidad del Chile resultante del golpe de Estado y luego vamos a los años previos a este acontecimiento. Esta desproporción se refleja en que Andrés Wood habla de los conflictos políticos del pasado casi sin pelos en la lengua (e incluso arriesgando el típico pataleo de nuestra derecha), pero los del presente los omite y los reduce a acciones individuales. ¿Problemas de prioridades? ¿Constricciones por parte de los productores? ¿Desconocimiento de las conflictividades actuales? ¿Quién sabe? Es cierto que en una película hay que seleccionar, pues abarcarlo todo es prácticamente imposible y siempre habrá un margen de inconsistencias y vacíos. Pero en Araña esas prioridades y lo que se tiende a sacrificar, resultan ser muy evidentes, y un momento eclipsa al otro. No logra ser algo nocivo que arruine la película en su totalidad, y no tan solo porque Wood es un cineasta serio y respetable, sino por que el pasado funciona muchas veces como tabla de salvación frente al modo inconsistente y por momentos tedioso en que se trata al presente. Wood intentó bucear lejos de su, por así decirlo, zona de confort. Llegando al Chile de las AFP, las autopistas concesionadas, la educación mercantilizada y los linchamientos ciudadanos, mas no logró la solidez de otras cintas como el biopic de Violeta Parra. 

De todos modos, la virtud de Araña se concentra en su iniciativa de conocer al  extinto FNPL y posicionarlo en los debates, lo cuál dota al título de cierta relevancia innegable (tal y como hizo con la folclorista), y que debió haber sido realizada mucho antes. Empero, no cumple algunas expectativas generadas por las desproporciones expuestas, sin embargo el darle voz a esa otredad olvidada y que existió en los fríos setenta, es destacable. 

Más de alguna persona sabrá de la existencia y relevancia del FNPL gracias a Araña, y espero que entre ese lote de espectadores haya más de algún cineasta que se inyecte de ganas por querer continuar esta senda que Wood deja abierta en el desmemoriado cine nacional. No solo sería un aporte para nuestra cinematografía, también lo sería para el debate, pero ojala con miras para problematizar el presente y no quedarse en una mera revisión de archivismo. 

Nota comentarista: 6/10

Título original: Araña. Dirección: Andrés Wood. Producción: Alejandra García. Guion: Andrés Wood, Guillermo Calderón. Fotografía: Miguel Littin-Menz. Montaje: Andrea Chignoli. Dirección de arte: Rodrigo Bazaes Nieto. Música: Antonio Pinto. Reparto: Mercedes Morán, María Valverde, Marcelo Alonso, Pedro Fontaine, Felipe Armas, Gabriel Urzúa, Caio Blat, María Gracia Omegna, Mario Horton, Jaime Vadell. País: Chile, Argentina, Brasil. Año: 2019. Duración: 105 min.