Bardo: Narro, luego existo

Iñárritu resalta el hecho de que nos habla desde la memoria no solo mediante la inclusión de un sinnúmero de efectos, coreografías visuales y personajes evidentemente caricaturizados, más que nada lo hace a partir de un protagonista que transita sobre los hechos no de una manera vívida sino como espectador activo de su propia historia. Silverio reconoce nuestra primitiva característica de animal narrans/animal narrador y la transita una y otra vez hasta poder concluir que es justamente ahí, donde las reglas de la realidad se quiebran, que el hombre toma control verdadero de su existencia y, sobre todo, de su propia historia. ¿Acaso no somos solo el cúmulo de historias que nos han contado, o han contado sobre nosotros y hemos permitido contar?

“… estoy cansado de decir lo que pienso y no lo que siento” 

- Silverio Gamba 

 

Alejandro G. Iñárritu sorprende con una película aparentemente apartada de su reconocido estilo. Para quienes estaban compenetrados con su narrativa ordenada, palpitante de causas y consecuencias, así como sobresaliente en “ideas sólidas”, su acercamiento a Bardo puede arribar en una decepción inminente. No obstante, la vida como tragedia y la pugna diaria con la muerte, el arte como prisión/liberación, es decir, las grandes obsesiones de G. Iñárritu, resuenan en su nueva película tanto como en sus anteriores, solo que ahora inspiradas de manera autorreferencial —”cuasi autobiográfica”—, permitiendo a los espectadores dialogar con una nueva faceta de Alejandro, quién ha pasado de ser un narrador descarnado y realista a ser un poeta visual que no deja de juzgar su poética.

Aunque Bardo se desborda en un lenguaje metafórico, surreal, onírico y absurdo, logra entreverse una similitud notoria con Birdman, su obra anterior. Esta conexión comienza desde el primer plano, en el que nos recibe un hombre-sombra que intenta volar fallidamente, pero que no se resigna hasta lograrlo. Quizás desde ese último plano, en el que Riggan Thompson se lanza por la ventana animado por un vuelo liberador o suicida, es desde donde retomamos con Bardo la conversación entre la vida y la muerte. Los dos personajes (Silverio y Riggan) son espejos, dos artistas con una gloria que los define y un fracaso —público en caso de Birdman y personal en Bardo— que los mantiene en un limbo absorbente, enrevesado y desencadenante. Las similitudes se arraigan también desde los monólogos y diálogos intelectuales hasta el protagonismo del alter ego, que en Bardo se extiende más allá de la pantalla, en cuanto el protagonista puede homologarse en gran medida al alter ego de González Iñárritu. 

La estructura narrativa está construida a manera de fractal, su forma inicialmente deslumbra por su dificultad técnica y estética en una línea quebrada de acción que hace las veces de periplo emocional; progresivamente las imágenes desencadenan secuencias más complejas, más surreales y aparentemente menos concatenadas entre sí, hasta que al final, cuando hemos desenmarañado el origen, nos desvelan su cohesión interna y sencillez. Esa apertura gradual a la trama inicia con diálogos mudos o telepáticos que se consolidan en un metaguión mediante un proceso de filtración y adaptación del discurso que hace relucir en el film una voz primaria que atraviesa a múltiples personajes para reflexionar y criticar a Bardo y Alejandro; sus decisiones artísticas, su fin y vida. El ejemplo más diciente es la conversación entre Luis y Silverio en la que Iñarritú revela las dudas y prejuicios acerca de su película en la voz de su pasado amigo, pero en la que también la justifica y remarca en voz de Silverio. Este tipo de secuencias son una constante, en cuanto las escenas y los personajes se citan y responden entre sí hasta articular una voz narradora global, atronadora y fantasiosa que a la postre se percibe evocadora, emotiva y sensorial

Iñárritu resalta el hecho de que nos habla desde la memoria no solo mediante la inclusión de un sinnúmero de efectos, coreografías visuales y personajes evidentemente caricaturizados, más que nada lo hace a partir de un protagonista que transita sobre los hechos no de una manera vívida sino como espectador activo de su propia historia. Silverio reconoce nuestra primitiva característica de animal narrans/animal narrador y la transita una y otra vez hasta poder concluir que es justamente ahí, donde las reglas de la realidad se quiebran, que el hombre toma control verdadero de su existencia y, sobre todo, de su propia historia. ¿Acaso no somos solo el cúmulo de historias que nos han contado, o han contado sobre nosotros y hemos permitido contar?

Un agradecimiento implícito que se evoca a lo largo de la película son las innumerables referencias cinematográficas, pictóricas y musicales que componen algunas de las imágenes más memorables del film, no a manera de un “fraude mal encubierto” sino como un reconocimiento personal a las memorables e irrecordables veces que el lenguaje no se limitó a producir e informar, sino que vislumbró —si no alcanzó— el esplendor de la existencia. Quizás la referencia con la que mantiene un diálogo constante es Fellini 8 ½, no solo en su desfile de simbolismos, sueños e imaginaciones, sino precisamente en su deseo de aferrarse al mundo onírico y a la memoria para sopesar el peso de la vida creativa e íntima. Bardo, con su despliegue técnico y estético, evidencia cómo lo poético, festivo y artístico salva nuestra esencia, llenándola de sentido. Apartando estás cuestiones del éxito, la fama y la responsabilidad, destaca que cuando el arte y la belleza se presentan en la vida a través de la música, la comedia, la familia o la fiesta, se imprime en nosotros la sensación que la vida ha valido la pena, a pesar de su dolor e incongruencia.

En suma, la obra más reciente de Iñárritu, sugiere una contradicción cuando nos recuerda que a pesar de que el cine suele retratar la vida como una sucesión de hechos que tienen significado y propósito, somos parte de una realidad en la que las personas tienen un destino y cada elemento que las rodea configura una parte fundamental de esa historia. La vida no es una cronología ordenada de causas y consecuencias, sino, para decirlo en palabras de Silverio, se parece más a «un tumulto de imágenes, recuerdos, trozos de instantes apachurrados hechos un nudo»; que, como lo memora el padre de Silverio cuando intenta consolarlo: «la vida no es nada más que una pequeña serie de eventos sin sentido» llena de episodios banales, fortuitos, absurdos o apenas “una crónica de incertidumbres”.

 

Título original: Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades. Dirección: Alejandro González Iñárritu. Guion: Alejandro González Iñárritu, Nicolás Giacobone. Fotografía: Darius Khondji. Montaje: Alejandro González Iñárritu. Reparto: Daniel Giménez Cacho, Griselda Siciliani, Ximena Lamadrid, Iker Sanchez Solano. Año: 2022. País: México. Duración: 159 min.