La Quimera: Excavando en la trascendencia

Con una deslumbrante fotografía del arte mortuorio y una puesta en escena influida por el espíritu neorrealista italiano y los personajes de Fellini en los profanadores de tumbas, La Quimera abre las entrañas de la tierra para descubrir sus secretos guardados de otras épocas, en que los familiares les desearon un buen viaje hacia la muerte a quienes partieron, a través de objetos artísticos.

Las tensiones entre tradición y modernidad son un tópico que la directora italiana con ascendencia alemana, Alice Rohrwacher, ha revisado con especial originalidad y deslumbrante sello autoral a lo largo de su filmografía. En su cuarta película, La Quimera (2023), lo hace desde la exploración arqueológica que conecta al mundo de los vivos y los muertos a través del bellísimo y elevado arte funerario de la civilización etrusca.

En su más conocida película Lazzaro Felice (2018) -que ganó el premio al Mejor Guión en el Festival de Cannes y está disponible en Netflix-, dicha tensión se evidencia en la explotación que hace una marquesa a un pueblo rural, cuyos habitantes no saben de derechos ni de salarios ni de que son víctimas de trabajo esclavo. Lazzaro -de nobleza moral y el más explotado de todos- vive en el limbo de la ignorancia y desde su ingenuidad transita entre la vida rural y la ciudad, como en un salto temporal entre la antigua esclavitud en el campo y las nuevas formas que adquiere en la actualidad citadina.

En su ópera prima Corpo Celeste (2011), es la religión la camisa de fuerza que ata a la pequeña Marta (13) a las tradiciones del conservador pueblo al que vuelve junto a su familias tras haber vivido en Suiza, que comienza a detectar las contradicciones de los representantes terrenales de lo divino, mientras va creciendo y aspirando a conocer lo nuevo/moderno al ir conformando su propia identidad en el inicio de la pubertad. La desaparición de formas artesanales de producción (como la apicultura), el trabajo infantil en el campo y el machismo de un padre que mantiene alejada del mundo a su familia y explota laboralmente a su hija mayor adolescente, Gelsomina, aparecen en El país de las maravillas (2014), donde nuevamente se tensionan las creencias arraigadas en el viejo mundo y la intuición de una niña de que esa concepción comienza a desmoronarse.

A la impresionante y conmovedora belleza escondida bajo tierra en ajuares mortuorios de la civilización etrusca, nos conduce la deslumbrante poética de Alice Rohrwacher en La Quimera, que saca a la luz un legado ancestral arqueológico instalando la pregunta si es de todos, de sus dueños en vida o de nadie. Tal como la estación de trenes abandonada del pueblo que adquiere un nuevo uso, como una reivindicación válida frente a la propiedad diluida entre muchos.

La civilización etrusca ya había sido abordada por Rohrwacher en El país de las maravillas, cuando un programa de televisión busca premiar la producción de productos autóctonos del pueblo en una cueva arqueológica. Y en La Quimera, una mujer interesada en el arte señala que los etruscos eran fascinantes, tan “bohemien” y alejados del mito del mundo romano. Recuerda que las mujeres estaban a cargo en esa cultura y, mirando a cámara, afirma que si los etruscos estuvieran aquí, no habría todo este machismo en Italia.

Con una deslumbrante fotografía del arte mortuorio y una puesta en escena influida por el espíritu neorrealista italiano y los personajes de Fellini en los profanadores de tumbas, La Quimera abre las entrañas de la tierra para descubrir sus secretos guardados de otras épocas, en que los familiares les desearon un buen viaje hacia la muerte a quienes partieron, a través de objetos artísticos.

Como en una excavación de arqueología (uno de sus primeros amores de la directora, disciplina que para ella está muy conectada con la memoria y nos permite encontrarnos con nuestro pasado), la guionista y realizadora, que recientemente ha sido halagada por la directora Greta Gerwig, nos encandila con el arte funerario, cerámicas o esculturas que descansan en el mundo de los muertos y que no son dignos de los ojos humanos (esto último se plasmará en una icónica escena que conviene no adelantar). 

Crecida en La Toscana en Italia, Rohrwacher escuchaba de pequeña las historias de las bandas de tombarolis o ladrones de tumbas que alardeaban sobre sus aventuras en los bares del pueblo, y reflexionaba con miedo sobre si esos objetos pertenecían a alguien o no. La directora entra al terreno de la trascendencia al hacer convivir al mundo visible y el invisible, a través de los objetos funerarios descubiertos por el pillaje en las tumbas, en el afán humano de trascender más allá de la propia vida en el plano material. El recuperar esos ajuares mortuorios -tanto por la arqueología para darles valor histórico y situarlos en un museo, como por la banda de profanadores para traficarlos y darles un valor económico-, es un movimiento que vuelve a la vida a sus dueños y, de alguna manera, los hace trascender.

Poseído por el arte mortuorio

Arthur es una zahorí con la facultad de detectar lo que está oculto, que tiene el extraño don de identificar con apenas una rama de un árbol la presencia de ajuares mortuorios que luego vende a Espartaco, un personaje que mantiene en secreto su identidad y que trafica con el arte, cadena del que el pillaje es el más débil eslabón en la Italia de los ochenta. Su sensibilidad para vincularse al mundo de los muertos como si estuviera poseído, se representa magistralmente en fascinantes movimientos de cámara en 360° hacia adelante, vinculando la superficie con lo soterraño como un todo indivisible.

Del melancólico y tímido personaje interpretado por Josh O'Connor (el rey Carlos en la serie The Crown), apenas sabemos que acaba de salir de la cárcel por el robo de objetos arqueológicos que perpetra con su banda de tombarolis. También sabemos que rememora el pasado por la pérdida de su amada Beniamina, la hija de la dueña de una mansión decadente cuyas hijas quieren vender, interpretada por una cómica Isabella Rossellini. La actriz que representa a Beniamina, Yile Vianello, es la misma que siendo niña protagonizó Corpo Celeste, la primera película de Rohrwacher. Asimismo, la actriz y guionista Alba Rohrwacher, hermana de la directora, aparece en esta nueva cinta y en roles secundarios en varias de sus películas, como Lazaro Felice y El país de las maravillas.

Entendemos que Arthur era un “extranjero alto y fascinante”, probablemente de  ascendencia inglesa o irlandesa, enamorado de la arqueología y dedicado al contrabando, por una suerte de cantos a lo humano y lo divino que interpretan cantores populares (como actores no profesionales), que explican en su canto que algunas personas roban tumbas para cumplir el antiguo sueño colectivo de los campesinos pobres (grupo ya representado en Lazzaro Felice) de encontrar un tesoro, como forma de salir de la pobreza.

Si todos buscamos una quimera que no existe, la de Arthur tiene una doble dimensión: la exploración del mundo inmaterial representado materialmente en los descubrimientos arqueológicos; y la búsqueda de su Beniamina, quien permanece siempre presente en su recuerdo y anhelo, vinculándolo al mundo invisible a través de un colorado hilo.

La Quimera de Alice Rohrwacher es una de las más interesantes propuestas fílmicas realizadas en 2023, con una destacada dirección femenina y ya está en salas en todo el país, con Centro Arte Alameda como distribuidor.