De tal padre, tal hijo (Hirokazu Koreeda, 2013)

La premisa de la nueva cinta de Hirokazu Koreeda resulta familiar pero no necesariamente poco original. Pese a la multitud de ficciones que versan sobre una idea medianamente similar, la cinta japonesa logra ser cercana, por la cualidad casi periodística en cuanto a su anecdótica propuesta, y porque viene a prolongar un debate ontológico que existe desde mucho antes del nacimiento del cine: ¿somos lo que somos por naturaleza o por crianza?

La narración parte mucho antes del primer suceso considerable medianamente como narrativo; Koreeda, consciente de que su película forma parte de la historia de un cine “sobre familias” en Japón, sigue las normas de “género”, absorbiendo toda traza de conflicto o evento que pueda dar una pista de las tramas melodramáticas que sobrevendrán sobre los personajes. Es una cinta en la que durante buena parte de sus primeros 45 minutos no pasa mucho que de inicio a una trama convencional.

He ahí el valor de una película así en nuestra cartelera sobresaturada de narrativas que tienden al conflicto central desde el minuto uno y que parecen requerir una constante lucha entre dos fuerzas. Aquí los padres de una familia con cierto éxito económico reciben la noticia de que tal vez su hijo no sea su hijo, sino que sea el hijo de otra madre que dio a luz el mismo día, habiendo sido intercambiados al nacer. Sin embargo, esta información no causa una acción inmediata de parte de los padres, que sin contarle nada a su hijo no consanguíneo, le dedican una tarde de juegos y afectos.

Esa escena tiene un reflejo ya en la segunda mitad de la película, cuando la misma familia ya tiene bajo su cuidado a su hijo “real”, el cual no logra adecuarse completamente a las normas y a los nuevos sentimientos que tiene que tener a los que, por sangre, son sus padres verdaderos. La escena está construida con la finalidad de provocar el espectador a una reflexión respecto a la necesidad del afecto en general, de todos hacia todos: los padres juegan y bromean con este niño a quien no han conocido por seis años, pero descubren que tienen una deuda por existir una relación sanguínea que les era desconocida. Los juegos terminan de noche, con los tres acostados mirando las estrellas, y cuando pasa una estrella fugaz, el niño desea estar de vuelta con sus otros padres, los que lo criaron con anterioridad durante esos seis años.

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Hay, de seguro, un afán de comentario social en cuanto a la manera en que viven estas dos familias, siendo el sitio de origen del hijo “verdadero” de la familia más acomodada un barrio más popular y bastante alejado del centro de Tokio, marcado silenciosamente por los largos viajes en tren que tienen que hacer ambas familias para poder visitarse. Pero “lo social” que pueda contener, sobre todo en cuanto a las actitudes y formas de enseñar y entregar cariño -que se contrastan constantemente- no llega a ser tan importante como la idea del afecto indeterminado, ese que viene de la nada, ese que viene por instinto, el amor por el amor, y el valor que tiene para nuestra sociedad.

Es hora de apoyar el cine que no viene de Estados Unidos y que logra llegar a nuestra cartelera, sobre todo cuando es de uno de los mejores directores de su país.

Jaime Grijalba