El árbol magnético (2013, Isabel de Ayguavives)

Uno de los elementos que más ayuda a El árbol magnético a obtener su público es que logra muy fácilmente el tema de la familiaridad, y lo logra de muchas maneras, haciéndonos sentir cómodos dentro de este mundo representado, de una manera u otra. Una vez terminada la película uno podría empezar a encontrar los rastros de una ideología o superioridad grupal (o personal) respecto a otro tipo de personas que no podrían tener acceso a una vida como esta, pero finalmente eso queda de lado cuando el problema de esta película no es ese, no es la representación de un estilo de vida que la mayoría no puede tener, sino la falta de originalidad o de fuerza a la hora de hacer algo interesante o radical con ese mundo que logra tan fácilmente la familiaridad.

La familia que vemos en esta película corresponde a un arquetipo que se puede definir como “expandida”, es decir, donde todos los hijos de un padre y una madre ya ancianos, se mantienen en constante contacto por una situación o lugar en común, o simplemente porque les gusta estar juntos (claro que en el caso de la película, las motivaciones ulteriores se van revelando poco a poco y se manifiesta un principal interés económico a la hora de vender la casa familiar donde ellos se están juntando). Yo pertenezco a una familia así, donde se repiten siempre la mayoría de los eventos que transcurren en la reunión familiar que viene a ser el eje de la historia protagonizada por Manuela Martelli.

He ahí una forma en que la película logra formar ese aspecto de familiaridad, ya que podemos identificar en los personajes actitudes o roles que juegan personajes que alguna vez formaron parte de esas salidas familiares en nuestra infancia y adolescencia. La otra forma en que lo logra es a través de la precisa selección de actores, los cuales no son necesariamente los mejores, pero de alguna manera el ver a todos esos actores, conocidos y reconocibles principalmente por su trabajo en televisión, da una sensación de encontrarse en el hogar, acompañado por la familia, viendo una serie o programa de TV con uno de esos actores haciendo un papel que nos hacía reír (todos, salvo Martelli, claro).

El mayor descubrimiento de la película es, sin duda, el de Mauricio Robles, considerado hasta ahora un “actor” de comedia para televisión, con unas cuantas apariciones en el cine en personajes principalmente similares al arquetipo pantagruélico que cultivó en la pantalla chica, pero que aquí luce con una variación particular, triste, divertida, llena de una energía interior que lo vuelve tal vez no el personaje más importante, pero el que causa más placer ver debido a sus obsesiones y la misma molestia que produce en el resto. De alguna manera es una movida inteligente de la directora el darle un papel tan paternal a un personaje que siempre ha estado relacionado con ese tipo de personajes dentro de una familia, ya que logra la conexión con quien ha visto su trabajo (pésimo en su mayor parte), pero al mismo tiempo sorprende con el giro actoral que logra.

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Pero, lamentablemente, la trama no gira en torno a él y su actuación, sino del personaje interpretado también estupendamente por Manuela Martelli, quien vive con sus padres y prepara la casa familiar donde llegará la familia para tener la última reunión antes de que vendan la casa, ocasión que también se sirve para recibir y conversar con uno de los primos, que había pasado muchos años viviendo en Europa y que vuelve con un acento español tan fuerte que cualquiera dudaría que alguna vez fue chileno (este primo es interpretado por un actor español, producto de la co-producción que tiene esta cinta con el gobierno español).

Por muchos momentos la trama fluye naturalmente, con una fotografía precisa y una naturalidad que lo hace parecer a veces como si de verdad esta fuera una familia con su historia de años, décadas de juntarse juntos, con historias y códigos precisos, bromas y chistes, una serie de señales internas que la hacen natural. No hay necesidad de exposición, ya que la gente siempre cuando se junta recuerda eventos y personas, tal como se hace en esta película: “Te acordai cuando… Te acordai del…”. Logra orgánicamente formar un relato presente a través de las pitas del relato narrado del pasado, logra darle peso a las relaciones, fortalecer o realizar vínculos que hasta ese momento parecían difusos.

De alguna manera todo ese naturalismo preciso contrasta con el personaje de Martelli, que se siente perdida en medio de esta reunión, sin saber que hacer, con la constante presencia del primo que viene de España como un fantasma al cual ella no sabe responder. Sus emociones están alejadas, ella no sabe cómo reaccionar a las risas, conversaciones y otros frente a la idea de que ella se está separando del lugar donde vivió tantos buenos momentos (asumimos), es una extraña e inexplicada atracción que siente hacia ese lugar, algo que evita que ella pueda aceptar completamente su posible desaparición.

El fenómeno que le da título a la película de alguna manera podría ser usado como metáfora de la inevitabilidad que ella siente respecto a su relación con su familia, a la cual ella parece no querer pertenecer, pero que sigue cayendo en sus juegos constantes (sobre todo con sus primos más grandes), así como con la relación que tiene con el hogar. El árbol magnético es un fenómeno, no sé si creado para la cinta o no, donde si un auto se detiene en un preciso lugar a cierta distancia de un árbol específico, el auto empieza a andar por sí mismo, como si fuera atraído por el árbol. El hecho de que ir donde ese árbol formara parte de un ritual de niñez habla de cómo esa atracción también forma parte de una quimera del personaje de Martelli.

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El mayor problema de la cinta, lo cual vuelve lo que podría haber sido interesante en un bonito intento, es el hecho de que cuando vemos a este joven primo, mayor que Martelli, llegar y tratar de entablar conversación con ella, lo único que no queremos es que sea como en todas las otras películas donde un familiar vuelve después de mucho tiempo: no queremos que haya una atracción irrefrenable entre ellos que los lleva a cometer un acto prohibido; a estas alturas ya es algo trillado, casi cliché, pero finalmente de eso es lo que parece tratarse la relación entre ellos, en esa constante tensión que parece que nunca parece resolverse, pero que finalmente tampoco logra nada.

Es una película donde no pasa nada del otro mundo, donde los posibles misterios son dejados de lado, donde toda posibilidad de formar una trama o conflicto interesante es descartado o es olvidado a los pocos minutos. No hay interés alguno más allá que la representación realista de una situación, y en este caso, ya que ya existen varias películas de este tipo (realizadas en otros países y en Chile también) necesitamos algo más que nos lleve a recomendar o a gustar esta película por sobre el resto, pero lamentablemente no lo hay. Es una historia de un grupo social específico (o así queda gusto al final), pero qué más podemos pedir… si uno no conoce otro mundo, ¿qué quieres que se cuente?

Jaime Grijalba