Hasta los huesos (2): Queremos ser felices

Qué sienten los personajes frente a aquellas cosas que hacen, qué es lo que el mundo les exige, o, mejor dicho, qué es lo que nosotros los espectadores esperamos real y profundamente de ellos. O qué queremos de ellos, porque Hasta los huesos opera largamente más en el plano emocional que intelectual, y esa es una de las razones del tipo de enrarecimiento que produce su tour de forcé, su mezcla de géneros y tonos: romance, fábula del crecer (coming of age), canibalismo, thriller, onda retro, etc.       

Termino de ver Hasta los huesos (Bones and all, Italia, 2022) de Luca Guadagnino, y pienso, un rato después, en la moral tras los atroces actos cometidos por los personajes, si se terminará por cobrar factura. Ya se sabe que en la mayoría de las historias de una u otra forma “el que a hierro mata…”, aun siendo esta historia dotada en su imaginería de una libertad muy original. Qué sienten los personajes frente a aquellas cosas que hacen, qué es lo que el mundo les exige, o, mejor dicho, qué es lo que nosotros los espectadores esperamos real y profundamente de ellos. O qué queremos de ellos, porque Hasta los huesos opera largamente más en el plano emocional que intelectual, y esa es una de las razones del tipo de enrarecimiento que produce su tour de forcé, su mezcla de géneros y tonos: romance, fábula del crecer (coming of age), canibalismo, thriller, onda retro, etc.       

La película muestra en sus primeros minutos una brevísima historia de amistad entre dos adolescentes a medio camino de convertirse en mujeres. El corte abrupto de la relación se da por un suceso inesperado y desconcertante, la revelación de una condición de la protagonista que la ha apartado del mundo desde que nació, y que ahora la lanza a la carretera, o dicho con más exactitud, al mundo mismo, de una vez, y sola. De ahí en más solo le queda el dato incierto y vago de una madre que no recuerda y que puede que esté viva por ahí, la carta grabada en un casete (estamos a principios de los ochenta), que le ha dejado su padre junto a unos pocos, realmente pocos dólares, tras escabullirse y despedirse de ella para siempre. Maren (Taylor Russell), es afroamericana (la única que aparecerá en todo el metraje), y mientras oye, fragmentariamente, el relato revelador de su padre en los audífonos se acompaña de la lectura de un libro de JRR Tolkien. Esta última cita no es casual para una adolescente acostumbrada a la lectura como refugio de su soledad. El viaje que emprende Maren ya no tiene vuelta, porque además tampoco goza de un origen muy claro. Su naturaleza comedora es tan brutal y a la vez tan frágil (intenta infructuosamente evitarlo) que la tierra de Mordor (la del malvado Señor de los anillos) es la del mundo que irá descubriendo, primero con un extrañísimo hombre ya mayor que puede oler a los de su misma especie. Alguien que habla de sí mismo en tercera persona, como un gollum llamado Sully (Mark Ryalance), un padre imposible para ella (para nadie), en las antípodas de Lee (Timothee Chalamet), adolescente maldecido con la misma “enfermedad” y que emprenderá junto a Maren un viaje por los vastos caminos de América.

Uno de los primeros planos del filme, cuando Maren huye por una ventana para poder asistir a la fatídica reunión de amigas, me recuerda a Thriller de Michael Jackson, la luz azul, las sombras movedizas de los árboles (independiente de si en Thriller hay o no árboles, que no lo recuerdo ahora). Guadagnino juega con referentes pop. No seré culpable, pienso, si en mi memoria ha quedado muy grabada la obsesiva historia de desamor y psicopatía del viejo Gollum comedor obsesivo Sully, infinitamente necesitado de amor (o de amistad). Me pregunto si esta bizarra y desesperada aproximación al horror en el ritmo de lo cotidiano o asumido como tal para él, podría haber dominado el relato. Sería, claro, otra película, y para ser justos tampoco la precisa actitud de Timothée Chalamet puede competir con el engendro recreado por el extraordinario Mark Ryalance. El viaje es desde la noche hacia el día, aunque la sangre (y la carne) sean siempre parte y desafío en ese descubrimiento del amor.

Y vuelvo a la moral para intentar ensamblar este tour de géneros. O me pregunto, quizá ingenuamente, qué hay detrás de todo: ¿una metáfora sobre la inmadurez y el miedo de hacerse adultos, eso de preferir comerse a otros a que observarse largamente en el espejo? ¿O es una forma sangrienta de mandar a los otros al carajo? Qué miedo sobrevuela muy indirectamente al relato, ¿la ironía tristísima de vivir toda una vida para al final ser, literalmente devorado por otros humanos?, porque algunos espacios vacíos, salones solitarios, fotografías de una vida sobre una mesa, sugieren fragmentaria, inconclusamente esta última idea, sin mucho énfasis, porque los protagonistas son los que comen, y comen porque sí. Sin culpa inmediata al menos, con éxtasis o algún fulgor, pero siempre por pura necesidad (salvo algún breve monstruo que aparecerá espeluznantemente por ahí en una de las escenas más notables del filme). Si lo emocional domina la visualidad y el horizonte del relato se disuelven o posponen las preguntas. Es como si susurraran: solo repara en los caminos, las vastedades y los miedos de los lugares abandonados o tristes o antiguos, la maravillosa juventud frágil, inerme, de Chalamet y más aún de una brillante Taylor Russell, la sangre y el hambre de una soledad sin más castigos. El amor a los veinte años (a los 18 en verdad).

Las road movies corren muy cerca de sus personajes, como si el género quisiera todo el tiempo comprenderlos, sin lograrlo nunca del todo. Podría decirse que lo fundamental en estas historias, es la amistad, que puede ser romántica, o no. O mantenerlo en tensión, misteriosa, con una amenaza constante. El metal en que se fragua esa amistad suele ser el desprecio a las reglas establecidas y a veces incluso al mismo sentido común, como si el mundo más auténtico consistiera, paradójicamente, en burlarse del mundo. Hasta que el viaje termine, porque ese viaje siempre termina.      

¿Y qué tal este viajecito? intenso, romántico, hasta entretenido y cómo no, asombroso, chocante, y bello. Es solo que son caníbales, pero también son humanos, y el mundo, aun comiéndose hacia el final ya empieza a cubrirse de luz. Pienso que, si en ese mundo hubiera más fotografías del racismo, de lo egoístas que podemos ser, de Ronald Reagan, del fin del mundo (del siglo veinte) y el inicio de un nuevo fin del mundo, de la tristeza de todos y no solo de la de estos muy humanos caníbales, podría haberse tratado de un poema mayor. O tal vez hubiera querido ambigüedad moral (director ¿qué harás si no te deshaces de nadie?) hasta más allá del final, hasta más allá de los huesos. 

Título original: Bones and all. Dirección: Luca Guadagnino. Guion: David Kajganich. Fotografía: Arseni Khachaturan Montaje: Marco Costa. Música: Trent Reznor, Atticus Ross. Elenco: Taylor Russel, Timothée Chalamet, Mark Rylance, Kendle Coffey, André Holland, Ellie Parker. País: Italia. Año: 2022. Duración: 131 min.