Huérfanos de Brooklyn: La ciudad como espacio político

Como bien dice la compañera activista de Laura, Gabby Horwitz, en un discurso hacia los pobladores de un barrio próximo a ser desechado, “una ciudad es su gente, una ciudad es su comunidad”. Quizás aquí está el sentido de lo que se intenta mostrar en el largometraje. Esta desconexión entre lo que la gente pide y la gente que gobierna, ya sea desde las sombras o en la institucionalidad, es un fiel reflejo del presente tanto nacional como internacional, ya que, antes que todo, Huérfanos de Brooklyn es una película que habla de política y discriminación más que de crímenes y detectives privados.

Sombreros y largos abrigos son la tónica en Huérfanos de Brooklyn, de Edward Norton, quien dirige su segundo largometraje basándose en el libro homónimo de Jonathan Lethem. Esta es una película personal, ya que además de oficiar como productor, guionista, actor principal y director, este un proyecto que Norton tenía en mente desde finales de los 90.

Con una duración de más de dos horas y una puesta en escena que recuerda a los film noir del siglo pasado, pero con matices que lo separan de dicho género -como la ausencia de contrastes lumínicos notorios-, se nos presenta la historia de Lionel Essrog (Edward Norton), un detective con memoria fotográfica y síndrome de Tourette (trastorno que produce tics corporales y sonoros) que investiga la muerte de su jefe, mentor y figura paterna, Frank Minna (Bruce Willis), lo que lo relacionará con una activista contra la gentrificación llamada Laura Rose (Gugu Mbatha-Raw).

Hay que decirlo, Huérfanos de Brooklyn es densa en cuanto a trama se refiere. Esto porque la muerte de Minna se relaciona directamente con el juego político y la planificación urbana de Nueva York, todo ambientado en 1957. Tocando tópicos como la soledad, la gentrificación, el odio racial, el ansia de poder y la pregunta sobre qué es la ciudad, el director y actor nos entrega una película divertida y muy interesante en cuanto al fondo, mas no en la forma. Si bien el diseño de producción está fenomenal y la elección musical destaca constantemente, el mayor problema del film se encuentra en el uso que se le da a la cámara como ojo del espectador. Es increíblemente estática a lo largo de toda la película, y no toma ningún riesgo, además de un cuestionable uso de una cámara subjetiva que poco o nada aporta ni dialoga con el resto de los planos.

Quizás a más de uno le moleste lo enredada que se va tornando la trama a medida que avanzan los minutos. Sin embargo, el largometraje tiene sus méritos en cuanto al tratamiento, en especial en cuanto al apartado sonoro. El jazz es una constante a lo largo de toda la película, ya sea a modo de ambientación o de forma diegética, siendo este último el caso en que más se aprecia, por lo que probablemente los amantes de este género musical disfrutarán especialmente de esta cinta por el contexto en el que se inserta la idea del club de jazz en la trama.

Aquí surge un interesante paralelo con idea del club que se presenta en La La Land, el cual, a pesar de pertenecer a otro género como lo es el musical, si dialoga en cuanto al imaginario romantizado que tenemos del músico. Son conceptos completamente opuestos, de forma casi literal. Musical, costa oeste, “ciudad de los sueños” versus Noir, costa este y “la ciudad que nunca duerme”, como decía Sinatra. Por lo que la representación de la vida misma a través de la música también es la opuesta, siendo en este largometraje una visión mucho mas “realista” (extremadamente entre comillas), que la mostrada en la película de Chazelle.

Siguiendo la misma línea, parece más que acertada la elección de que Thom Yorke sea el encargado de la canción principal de la película, ya que su melancólica voz apoya constantemente una de las ideas centrales, la soledad. Esta se retrata en las vidas de Lionel y Laura, el primero viviendo como huérfano, mientras que ambos pierden a quienes fueron sus protectores. Por eso la conexión entre los dos y luego con la audiencia se hace tan natural. Y a esto hay que sumarle la gran actuación de Norton, quien personifica sin menospreciar ni siendo condescendiente a quien se ve afectado por el síndrome de Tourette, lo que se transforma en algo clave para dejar de lado el asistencialismo comúnmente retratado cuando se llevan a pantallas casos así. Elementos sutiles como lo son la mirada de vergüenza ante tics involuntarios, el enojo cuando lo llaman “fenómeno” y la dignidad con que se retrata al personaje principal.

Uno de los elementos que acercan más a Huérfanos de Brooklyn al noir es la solitaria búsqueda de Lionel para descubrir al asesino de Minna, que pese a recibir ayuda de sus amigos, realiza la mayoría de las acciones en solitario. También está esa borrosa línea entre los “buenos” y los “malos”, ya que el personaje que interpreta Willis finalmente no buscaba realizar una acción caritativa ni mucho menos, lo que buscaba era obtener una buena cantidad de dinero. Incluso el propio Lionel sabe que debe seguir los pasos de su mentor, ya que no siempre se puede obtener una victoria completa. Desde aquí surge la figura de Moses Randolph (Alec Baldwin), antagonista controlador, egoísta y con gran ansia de poder. Mo, como le dicen en la película, es un arquitecto que, en su afán por “hacer progresar” a Nueva York, está dispuesto a todo, lo que incluye dejar sin hogar a miles de familias y gentrificar todos los barrios que interfieran con su plan urbanístico.

Lo que entonces se pone en la palestra es otra de las ideas fundamentales del film, la ciudad no como algo físico, que es como lo entiende Moses, sino, como bien dice la compañera activista de Laura, Gabby Horwitz (Cherry Jones), en un discurso hacia los pobladores de un barrio próximo a ser desechado, “una ciudad es su gente, una ciudad es su comunidad”. Quizás aquí está el sentido de lo que se intenta mostrar en el largometraje. Esta desconexión entre lo que la gente pide y la gente que gobierna, ya sea desde las sombras o en la institucionalidad, es un fiel reflejo del presente tanto nacional como internacional, ya que, antes que todo, Huérfanos de Brooklyn es una película que habla de política y discriminación más que de crímenes y detectives privados.

Pese a que la construcción del largometraje está pensada desde fines del siglo pasado y toda la producción se realizó en Estados Unidos, es inevitable ver el paralelo entre lo que ocurría en la década del 50, lo que pasaba a fines de los 90 y las acciones de Trump y Piñera en la actualidad. Mo Randolph estaría orgulloso.

 

Título original: Motherless Brooklyn. Dirección: Edward Norton. Guion: Edward Norton (Novela: Jonathan Lethem). Fotografía: Dick Pope. Montaje: Joe Klotz. Música: Daniel Pemberton. Reparto: Edward Norton, Bruce Willis, Willem Dafoe, Bobby Cannavale, Alec Baldwin, Leslie Mann, Gugu Mbatha-Raw, Ethan Suplee, Dallas Roberts, Michael Kenneth Williams, Fisher Stevens, Cherry Jones, Josh Pais, Robert Wisdom, Candace Smith, Doris McCarthy, Courtney Gonzalez, Joseph Siravo, Olli Haaskivi, Erica Sweany, Stephen Adly Guirgis, Peter Lewis, Corey Brown, Robert Myers, Julie Hays, Deborah Unger, Ezra Barnes. País: Estados Unidos. Año: 2019. Duración: 144 min.