Los perros (3): Una mirada a la generación post-dictadura

Marcela Said realiza su segundo largometraje de ficción, esta vez sobre los hijos de la dictadura. Tal como lo ha comenzado a hacer el cine documental chileno -El pacto de Adriana (Lissette Orozco); El color del Camaleón (Andrés Lubbert)- habla desde el lugar de una generación sin las herramientas emocionales para afrontar las heridas de un pasado reciente.

En Los perros la complejidad del silencio de la clase alta toma diversas formas en cada personaje, pero pone el foco en Mariana (Antonia Zegers) y su relación con su entorno familiar. La película retrata crudamente el limbo emocional que vive una mujer que es hija y, por tanto, cómplice sanguíneo de uno de los poderosos criminales que permanecen impunes, en un momento en que las instituciones comienzan a buscar responsables de los abusos a los derechos humanos cometidos en tiempos de Pinochet.

Mariana vive en La Dehesa con su marido argentino, un matrimonio formado por conveniencia, en una moderna casa que sostiene su padre. Desde inicios de la película, Mariana entabla una relación sexual amorosa con su profesor de equitación, El Coronel (Alfredo Castro), quien se encuentra formalizado por haber trabajado en la DINA. Esta atracción hacia su profesor hace que Mariana comience a averiguar más sobre su expediente, bajo una especie de curiosidad interior.

En general, en la película se destaca un trabajo de diálogos que enriquece la condición psicológica de los personajes desde la negación. ”¿Qué sabes tú sobre tu padre?” le pregunta el Carabinero a cargo del expediente del Coronel, a lo que Mariana responde: “Sé que mi padre estaría feliz acá escuchando tangos”. Se siente esa barrera emocional que los personajes no son capaces de cruzar para admitir aspectos de su realidad, y que los vuelve espesos y obscuros. Si bien los protagonistas ganan verosimilitud y personalidad desde sus conversaciones y la contradicción que suscitan al ponerlas en contexto -como la reiterada respuesta del Coronel “yo nunca he tenido miedo” en sus conversaciones con Mariana-, hay una especie de vacío que explicaría su accionar al final de la trama -nunca se visibiliza la culpa que lleva el coronel hasta el momento de su muerte- y es aquí donde el guión pierde un poco de consistencia, pues carece de un progresión dramática a la par de una transformación en los personajes.

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El final de esta historia pareciera decir que Mariana sólo nada en contracorriente para constatar una cosa: a pesar del placer que siente al pensar en la muerte de su padre, a pesar de su ensoñación por escaparse a Mendoza, a pesar de estar con un hombre que no ama y que no la ama y, en definitiva, a pesar de no tener nada que realmente no quiera perder, no dudará en eliminar cualquier indicio de verdad. La anti-heroína es la que, a pesar de cruzar un umbral de ignorancia y de ser consecuente con su necesidad de romper patrones en su mundo cotidiano, no toma una decisión determinante cuando tiene la posibilidad de hacerlo. Por lo tanto, Said quizás intenta subrayar la idea de que la sanación no llegará desde un sacrificio individual ni de clase. La directora, lejos de hacer un retrato de buenos y malos, o del bien y el mal, nos muestra la realidad de una generación deshecha en su totalidad por lo no resuelto. La misoginia, el machismo y los pactos de silencio. Todos caben dentro del cuadro, más allá de su tendencia política o de su quehacer humanitario.

Finalmente, la alegoría de los perros ayuda a fabricar y dar forma a este conjunto de individualidades como una masa humana. Así, la aparición constante de las tétricas obras de arte de Guillermo Lorca, como los perros muertos en la trama, pareciera ser un dispositivo que busca su símil en la obscuridad de toda una generación en tensión con su memoria. Los perros se presentan desde la pintura, como una jauría necesitada y amenazante, y que se parece incluso a quienes claman justicia, como la agrupación de personas que funan al Coronel al llegar a su casa. Pero también se presentan como unas mascotas inofensivas, las asesinadas y víctimas, y sus ladridos constantes desde la banda sonora nos sugieren y recuerdan el trasfondo de esta historia: las voces de los cuerpos desaparecidos.

Estos recursos logran dar con una atmósfera particular que, junto a la banda sonora, los tiempos de montaje y los diálogos, recrean una sutil presencia fantasmagórica y transforman al pasado como un personaje, oscilante y con vida propia en forma de remordimiento, la mayoría del tiempo camuflado, pero que ahí está, flotando suave por cerros, superando toda intención humana por esconderlo.

 

Laura González Márquez

Nota comentarista: 7/10

Título original: Los perros. Dirección: Marcela Said. Casa productora: Cinema Defacto, Jirafa films. Guión: Marcela Said. Fotografía: George Lechaptois. Montaje: Jean de Certeau. Música: Grégoire Auger. Dirección de arte: Pascual Mena, María Eugenia Hederra. Reparto: Antonia Zegers, Alfredo Castro, Rafael Spregelburd, Alejandro Sieveking, Elvis Fuentes. País: Chile. Año: 2017. Duración: 94 min.