Lucy (Luc Besson, 2014)

Cuando hablamos del trabajo del director francés  Luc Besson es imposible olvidar películas como Azul Profundo (1988) con Jean Reno, aquella película que, en su momento, llegó a la limitada televisión abierta de los años ’90. O las más conocidas como Léon (1994), con el inolvidable debut de Natalie Portman y El quinto elemento (1997).

Después de la olvidable Malavita (2013) con Robert De Niro, Besson vuelve a la ciencia ficción con Lucy, una superproducción protagonizada por Scarlett Johansson, en donde su personaje, homónimo de la película, es obligada a transportar como mula una droga experimental que su cuerpo absorbe después de una golpiza, sustancia que, en vez de matarla, la lleva a aumentar su capacidad mental del 10% habitual a un 100%  a cada hora que pasa. Paralelamente, buscará la ayuda de un científico interpretado por Morgan Freeman, lo que nos llevara a un frenético viaje de Taiwan a París. La premisa pareciera ser simple, incluso podríamos señalar ciertas similitudes temáticas con otras películas como el reciente bodrio protagonizado por Jonny Depp, Transcendence (2014) que juega con una propuesta parecida, pero de la mano de Besson el viaje se vuelve trepidante y atractivo. Como él mismo lo señala, construye un film bien fundamentado por teorías científicas, lo cual llevo al director a reunirse con una decena de premios nobel, esto para construir una base teórica que sustentara y diera rienda suelta a su propio lenguaje audiovisual, el que ha ido cimentando durante casi tres décadas.

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Estéticamente, Lucy nos plantea mucho más que su premisa. El film es un viaje visual a los orígenes de la humanidad, que nos recuerda el panteísmo visual de El árbol de la vida de Malick y el mismo nombre de la protagonista es una referencia al esqueleto de un homínido encontrado en la década de los ’70, que lleva el nombre en referencia la canción de los Beatles “Lucy in the sky with diamonds”. En este sentido, en cuanto a su forma, está muy cercana a lo propuesto en El quinto elemento,  si bien los dos films están dentro de la ciencia ficción, Lucy está planteada en un presente mucho más cercano que el protagonizado por Milla Jovovich, en una ciudad como Taiwán llena de luces. Aquí es donde quizá Besson se queda a medio camino, y podría haberse esperado algo mucho más rupturista, pero siento que se queda a medio camino y de alguna forma se homogeniza a una puesta en escena mucho más convencional que se asemeja a la mayoría de las superproducciones hollywoodenses del momento. Si bien Besson causó sensación en Cannes con El quinto Elemento, ahora no construye nada nuevo que no se haya visto en los últimos años, aunque el ritmo que nos plantea es trepidante, y de un momento a otro nos sumerge en un argumento que no plantea ningún preámbulo y nos lanza como espectadores a una trama que en ningún momento pierde ritmo o fuerza. Ese es el toque particular que Besson, que con los años y en referencia a sus películas más conocidas, no pierde; al contrario, se fortalece.

En cuanto a la actuación de Scarlett Johansson, que es algo que por obvias razones no se puede dejar obviar, esta resulta totalmente convincente y dentro del universo de Besson esto resulta verosimil y agrega una nueva protagonista femenina a la ya larga filmografía del francés. Una vez más es la fuerza femenina la que se apodera de la pantalla de forma magnética, los movimiento muchas veces monotemáticos y rígidos de Johansson son claramente muy parecidos a los de Jovovich, y no me extrañaría que Besson hubieran construido a Lucy desde la perfecta Leeloo o que hubiera mandado a Johansson a ver “El quinto elemento” varias veces. Lucy evoluciona frente a nuestro ojos como un ser humano hiperconciente de todo lo que ocurre a su alrededor y plantea una visión hacia los orígenes de la humanidad, como si Besson quisiera hacernos partícipes de algo que jamás podremos asimilar, que es nuestro origen como seres que hemos evolucionado, planteándonos hacia dónde llegaremos como humanidad, y más aún, como organismos incapaces  de tener conciencia de nosotros mismos.

En cuanto a la temática, aquí hay algo donde me quiero detener y explorar frente a una premisa que a simple vista podría parecer una más dentro de la filmografía actual, pero donde hay mucho más de lo evidente y que tiene cierta relación con el interés de Besson por ciertos temas que tienen que ver con la toma de conciencia en temas ecológicos. Hilando fino hay ciertos temas que se repiten en la filmografía, como es el tema apocalíptico, o hacia dónde vamos encaminados como humanidad. En este caso, cabe preguntarse ¿Cuál es la función que cumplimos como seres con inteligencia? Pregunta que de alguna forma se busca responder y plantea interrogantes al espectador, quien quizá solo busca un momento de entretención. Es ahí donde Lucy sale del común de películas al tener un discurso bien fundamentado y donde busca plantear ideas que en un presente cercano no necesariamente formularíamos, en el contexto de un diario vivir sumido en lo cotidiano y donde no cabe preguntarse cosas que tienen que ver con la trascendencia humana.

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 Lucy al final resulta un pretexto, como muchas veces es usada la ciencia ficción, para explorar temas éticos o filosóficos y lo que nos queda como espectadores es estar abiertos a formularnos preguntas y discutir qué es lo que queremos como individuos. Un cuestionamiento que me surge es qué es lo que quiero dejar después de pasar por este plano, sin que sea una respuesta obvia. Quizá lo único que tengo, claro, es que no quiero dejar de aprender de todo lo que sea posible. Y usted, ¿qué es lo que espera dejar después de pasar por este lugar?

Raúl Rojas Montalbán