Moonlight (2): Los variados tonos de la oscuridad

Aunque en muchos lugares contemporáneos suele pasar desapercibido, el efecto que produce la luz de la luna sobre los objetos es muy particular. No podríamos hablar de luz y sombra propiamente tal, es decir, con un contraste tan concreto. Se trata más bien de dos tonos de oscuridad cuya separación es leve, pero perceptible, ambigua, tambaleante. Entre “lo negro” y “lo menos negro” corre una línea de indefinición, una frontera frágil que no permite separar tajantemente esto de aquello. En este umbral se encuentra Chiron, el protagonista de Luz de luna, la segunda película del director norteamericano Barry Jenkins, recientemente galardonada con los máximos honores en los premios Oscar. El film narra la vida de Chiron, un muchacho de raza negra que vive en la vulnerabilidad del complejo barrio Liberty City, en Miami. Estructurada en tres episodios, que muestran la niñez (Alex Hibbert), adolescencia (Ashton Sanders) y adultez (Trevante Rhodes) del protagonista, la película plantea sutilmente los pormenores de una cuestión tan antigua como contingente, fundamental ahora con un clima social a escala global cada vez más agresivo, donde comienzan a emerger liderazgos nacionales basados en la segregación y la prepotencia. Me refiero a la siempre compleja construcción de la identidad, tanto colectiva como individual.

“A la luz de la luna, los niños negros se ven azules”, plantea Juan (Mahershala Ali), primer tutor de Chiron, un inmigrante cubano y narcotraficante, que asume como figura paterna ausente, ante el problema de adicción al crack de su verdadera madre, Paula (Naomi Harris). ¿Eres negro o eres azul?, ¿quién eres?, una pregunta que atraviesa todo el relato y da sentido al viaje de Chiron. La conjugación no es trivial, ya que no es una pregunta que se haga el chico a sí mismo, no al menos en voz alta. Son los otros, los personajes secundarios, quienes están constantemente demandando, exigiéndole que se defina, y él, tal vez más por inseguridad que por alguna especie de convicción, se resiste. Esa resistencia no es casual ni inocente, sino que acoge el núcleo emotivo de la película, el rechazo a la imposición de un molde y la descarnada búsqueda que ello implica. En ese sentido, es interesante la lectura que explica el origen mitológico del nombre del protagonista[1]: el inmortal minotauro que en español conocemos como Quirón, que opera como metáfora para explicar la suerte de un personaje desadaptado, rechazado en el mundo de los dioses, marginado en el mundo de los condenados a morir. Así, la homosexualidad Chiron, la que en su mundo involucra rechazo y violencia, se transforma en uno de los elementos centrales para edificar esta inadecuación. La disidencia sexual cobra relevancia entonces, como posibilidad de lucha contra las definiciones rígidas y forzadas.

Una decisión fundamental tiene que ver con el tratamiento del tiempo. No hay una obligación narrativa en optar por capítulos, tampoco se observa como imprescindible el utilizar elipsis tan largas entre un episodio y otro. Los realizadores podrían perfectamente haberse quedado solamente con un momento, desarrollarlo más y eventualmente conseguir un resultado similar. No obstante, el rendimiento que obtiene la estructura escogida tiene que ver con la concepción de la vida para un sujeto inmerso en un clima precario como el de Chiron. Una forma de verlo es en el sentido cíclico, es decir, ver cómo la historia se repite y pasa de Juan a Chiron, quien no puede escapar al sino de delincuencia y marginalidad que parece haber estado siempre puesto sobre sus hombros. Otra forma de leerlo tiene que ver con la estasis, con la quietud, donde nada cambia y el paso del tiempo es solo percibido en cómo van envejeciendo los cuerpos, pero donde nada de su realidad ha mutado. Esto se percibe claramente en el uso del lenguaje, con que niños, adolescentes y adultos utilizan una misma jerga, críptica y llena de recovecos. Cuando Chiron conversa con su mejor amigo Kevin, ambos se expresan con iguales códigos en los tres momentos de su historia, evidenciando que siguen donde mismo, más allá de lo que cada uno haya vivido por separado.

moonlight-4Este sentimiento de inmovilidad tiene su correlato en una dimensión puramente visual, reflejado principalmente en el trabajo de fotografía e iluminación. Hay una continuidad a lo largo de la película en lo que respecta a la ausencia de contrastes fuertes, lo que da paso a un prolífico uso de una luz más bien pareja, tanto en exteriores como en interiores, donde particularmente el brillo eléctrico del violeta, el azul o el amarillo otorgan a la imagen una potencia singular. En este mismo horizonte, el valor del primer plano es notable en muchas oportunidades, el que surge a ratos intempestivamente en el montaje, generando una apertura para con los personajes, quienes miran directo a cámara, vinculándose inmediatamente con el espectador en determinada emoción. Por su parte, la construcción de mundo que se genera en la puesta en escena se aleja de un oscurantismo con el que muchas veces se retrata la marginalidad en Estados Unidos. Por el contrario, la luminosidad, lo prístino del colegio a donde asiste Chiron, por ejemplo, apelan a una mirada más sencilla, descargada de condimentos innecesarios, pero reforzada por el encuadre, el ritmo y, por cierto, las actuaciones.

En este páramo algo desolado, donde no parece haber escapatoria posible para estos mortales, retomamos la pregunta inicial, cuya respuesta ofrece al menos una posibilidad. Y es que en el juego por la identidad se ejecuta la oposición, el antagonismo a un sistema cerrado, aunque sea de manera individual. Luz de luna cuenta la historia de un olvidado, un descartable, alguien por quien no deberíamos preguntarnos nada en lo absoluto. Ese personaje, usualmente ausente en los grandes relatos, recibe aquí la posibilidad de expresarse, de ser frágil y, en su particularidad, de ensayar su construcción como sujeto.

Más allá de toda polémica en la entrega de los últimos premios Oscar, no deja de ser relevante su triunfo como Mejor Película. A diferencia de casos recientes que trabajaban sobre conflictos sociales densos (12 Years a Slave en  2013, o Spotlight en 2015), Luz de luna no necesita apuntar a la explícita crueldad o el gran escándalo para proponer un discurso con igual fuerza. En tiempos de crisis para lo políticamente correcto, donde se analiza con sospecha todo propósito y cada discurso suele ser desmenuzado por una suerte de policía ética, puede que sea una buena señal que la cúspide de la industria hollywoodense consagre este tipo de propuestas, con presupuestos modestos y perspectivas nuevas, y que estemos ad-portas de un cambio de paradigma y el reconocimiento de una nueva sensibilidad. Probablemente esté pecando de ingenuo y se trate solamente de una excepción, pero para eso sirven también las fronteras grises y poco delineadas, para dudar, imaginar y resistir.

Nota comentarista: 9/10

Título original: Moonlight. Dirección: Barry Jenkins. Guión: Barry Jenkins. Fotografía: James Laxton. Reparto: Trevante Rhodes, Naomie Harris, Mahershala Ali, Ashton Sanders, André Holland,Alex R. Hibbert, Janelle Monáe, Jharrel Jerome, Shariff Earp, Duan Sanderson,Edson Jean. País: Estados Unidos. Año: 2016. Duración: 111 min.

[1] http://www.vulture.com/2016/10/hidden-significance-of-moonlights-chiron.html