Muere, Monstruo, Muere: Vas a bailar

¿Se trata de venganza, de clausura, de justicia? En cierto sentido, el movimiento que vuelve fantástica la investigación criminal no provoca un misterio sino más bien una expectativa. Las sombras, la silueta o los ruidos del monstruo depredan la búsqueda que se va armando entre el juego significante del título, las imágenes de las montañas y los dibujos de Cruz (así como la predicción que producen), dado que hacen prever lo que tiene que pasar: ver al monstruo.

Muere, Monstruo, Muere, de Alejandro Fadel, es un drama de terror y misterio que en realidad trata sobre sexo, o sobre la vinculación entre la sexualidad, el hastío y la muerte, que la recorren como temas en una suerte de comentario sobre el desencuentro humano y el modo en que aquel termina solucionándose en la violencia y sus combinaciones monstruosas. 

Cruz (Victor López), un policía en la zona rural de Mendoza, se ve enfrentado a misteriosos asesinatos de mujeres. Estas han sido abusadas sexualmente y decapitadas. El examen de los restos da cuenta de algo extraño, un líquido amarillento chorrea de las piezas y, en la morgue, Cruz va a descubrir un largo colmillo incrustado en una cabeza. Por otra parte, David (Esteban Bigliardi), un lugareño, parece saber sobre lo que está sucediendo, así como su esposa, Francisca (Tania Casciani), quien va a mantener paralelamente una relación con Cruz. Pero el tiempo no será muy largo para ella y su pérdida en manos del Monstruo, en medio de una oscura noche interrumpida por motocicletas, unirá los esfuerzos de Cruz -quien continuará con la investigación- y David, que pasará a ser el principal sospechoso para luego ser abandonado en un manicomio. 

Será una voz que se le impone a David lo que quedará como pista, una pista que le traspasará a Cruz en una suerte de contagio auditivo. Quizás la locura de David resulta excesiva, al punto de parecer más un uso del personaje que pone forzadamente ciertas ideas sobre la mesa (“Eso que la medicina llama cine”, dice David). Pero luego esto es equilibrado con el trabajo sobre los sonidos, el montaje y la música (en ciertas ocasiones no deja de tener reminiscencias de Badalamenti), que se enlazan para armar el componente intuitivo de esta investigación. También el paisaje desolado de la cordillera es puesto a jugar como espejos reflectantes, que producen una visión inquieta, y las sinuosas carreteras por las que se mueve la camioneta de Cruz apoyarán la composición de un clima de búsqueda.

Este tema del misterio que se investiga a través de intuiciones no explicables se enfatiza en la tosquedad de los rostros, notable en Cruz, y en el desencuentro de las conversaciones entre los personajes, que toman una forma interrumpida, cortada. Como unos monólogos fraudulentos, se enuncian cosas como si solo se quisiera decir algo sin dialogar, o se tapan las conversaciones con pastillas, alcohol o posiciones corporales. Este rasgo enfatiza un clima de confusión y soledad, frente al cual el encuentro entre Cruz y Francisca queda como un contraste, un momento honesto de intercambio que el protagonista va a seguir persiguiendo en la película. 

En este sentido, el tono profundo de Muere, Monstruo, Muere es necesariamente la referencia a la sexualidad humana. La relación entre Cruz y Francisca es ese núcleo desde el cual se puede hacer posible una investigación apasionada, loca. Lo enfatiza, como contracara, el monstruo en su literal apariencia genital (que se revela al final), sin mencionar el metafórico castigo que le impondrá a Cruz. No la muerte, por supuesto, pues aquí como anuncia y hace cumplir su compañera policial, Sara, el asesinato les toca solamente a las mujeres. 

Para los hombres, en cambio, una locura iluminadora es el precio de la cercanía al monstruo, una locura bonita y poética, que los engancha en una búsqueda que no podemos adjetivar muy bien. ¿Se trata de venganza, de clausura, de justicia? En cierto sentido, el movimiento que vuelve fantástica la investigación criminal no provoca un misterio sino más bien una expectativa. Las sombras, la silueta o los ruidos del monstruo depredan la búsqueda que se va armando entre el juego significante del título, las imágenes de las montañas y los dibujos de Cruz (así como la predicción que producen), dado que hacen prever lo que tiene que pasar: ver al monstruo.

De alguna manera no hay investigación policial, pero tampoco terror del todo. La melancolía de Cruz no se juega como los apasionamientos detectivescos intuitivos de un Agente Cooper en Twin Peaks o un Rust en la primera temporada de True Detective, sino que parece sumarse a la impenetrabilidad de la naturaleza y de lo bestial que retrata el paisaje y las insinuaciones del filme, escenario de una interrogante que no se esconde en algún rincón de lo familiar sino de la que solo se puede saber de un golpe, en la forma trágica de un destino que se encuentra buscando en lugares alejados. Es decir, si hay un monstruo este tiene que revelarse o -parafraseando a David- hay que pasar directamente del hecho biológico al espiritual. 

Sería injusto no decir que la concreta existencia del Monstruo no es sino un ápice pequeño, pero significativo, del filme y que el uso de las sombras, el contraste y un interesante trabajo de iluminación que colorea los espacios (priman el rojo y el amarillo), le permiten a Fadel establecer una atmosfera maligna que potencia el afecto de las señales de la bestia. Sin embargo, a mi juicio, ambos recursos en simultáneo terminan erosionando la construcción, ya sea del misterio o del terror. El monstruo, por su parte, aunque resulta un ser bien logrado, y con una inevitable referencia a la mitología de la vagina dentata, termina produciendo una incongruencia entre la pasividad de las víctimas y el movimiento de este en cámara.  

Cruz pareciera tratar de escapar a través de la investigación, de la pérdida de una situación sexual idealizada, en un espacio privado y de trasgresión; ese encuentro humano honesto que lo va a dejar ensayando bailes frente a un espejo. En cambio, el monstruo se presenta como el despliegue de una sexualidad agresiva, mortífera y horrible. Es evidente que una lectura de actualidad podría imponerse a este respecto, en torno a la epidemia feminicida o las innumerables generaciones de varones que han compuesto su sexualidad en torno a imágenes que no la separan de la agresión. En una escena, la visión del cadáver decapitado de una mujer con su genitalidad expuesta directamente a la cámara no le ahorra mucho al espectador excepto la escena faltante, el modus operandi del monstruo, gore absoluto del que solo puede hacerse cargo aquel que lo rellena. A David la voz que dice “Muere, monstruo, muere” le provoca vergüenza y no terror, esto producto de la repetición, según él mismo cuenta. Lo que le falla a Muere, Monstruo, Muere también logra poner en juego ciertos dramas más atemorizantes.

Título original: Muere, monstruo, muere. Dirección: Alejandro Fadel. Guion: Alejandro Fadel. Fotografía: Julián Apezteguia, Manuel Rebella. Música: Alex Nante. Reparto: Victor Lopez, Esteban Bigliardi, Francisco Carrasco, Tania Casciani, Romina Iniesta, Sofía Palomino, Jorge Prado, Stéphane Rideau. País: Argentina. Año: 2018. Duración: 109 min.