The Worst Person in the World: La crisis del amor

Con ello, Joachim Trier confirma no sólo la vida sino a cada etapa de esta como un “ciclo perfecto” de inicio y cierre en el que justo en medio de esas dos grandes inminencias acontece para cada ser lo trascendente, lo que da color a ese momento o destino.

La vida cotidiana consta de discontinuidades. La experiencia erótica abre el acceso a la «continuidad del ser», «lo único que establecería la muerte definitiva de los seres discontinuos»

Byung-Chul Han, La agonía del eros

 

El director Joachim Trier, en su distintivo estilo, prioriza la razón y el intelecto en su narrativa y personajes como instrumento dialectico para darle sentido a la vida y resaltar su esencia contradictoria. The Worst Person in the World, como en sus anteriores películas, mantiene como pilares el amor y la muerte. Sin embargo, Julie, la protagonista, a diferencia de sus anteriores personajes, sobresale por ser una persona común, con una biografía rota y sin evidente propósito existencial asemejándose, de manera empática, a la mayoría de nosotros: seres dispersos, confusos e inextricables.

El film, compuesto como un docenario con prólogo y epílogo, es un evidente resumen de la vida contemporánea. Cada capítulo construye un coming of age adulto que brinda una visión calificada e íntima de la sociedad neoliberal actual. Trier aborda con un sentido poético y hedonístico una existencia caracterizada por el deseo repentino e insaciable de acumular experiencias y evadir casi por completo la negatividad de la vida. Esta perspectiva permite al receptor juzgar cómo estas cuestiones ideológicas e inconscientes de Julie fracturan y rompen no sólo sus relaciones amorosas sino profesionales, familiares y otras triviales como su “apariencia”, al punto que el anhelo de búsqueda es lo que podría terminar por definir su identidad desarraigada y variopinta. Además, este rasgo que define a la protagonista define con igual énfasis al grueso de las personas, lo que imposibilita catalogarla a priori como la peor persona del mundo  y, si con mayor rigor renombrarla,  en palabras de Eivinel -su penúltimo amante- como “una maldita buena persona”. Es por ello que, desde la brillantez de su título, Trier comienza un insinuado deseo de introspección que anhela provocar en cada espectador que tenga la fortuna de acercarse a la película.

Su discurso visualmente sutil y sumamente simbólico destaca desde la primera escena, que aparenta ser intrascendente. Con el desarrollo del relato, descubriremos que en realidad es un momento que resulta del todo revelador puesto que es justo en esa secuencia donde Julie decide cruzar el umbral. Cuando a nuestro criterio parece que su vida ha tomado rumbo ella decide abandonar ese camino aparentemente trazado, quizás, porque no concibe el hecho de que esa sencilla rutina y a veces molesta forma de vivir sea la respuesta a sus innumerables deseos y cuestionamientos. Esta ruptura se hace evidente por medio de la hermosa secuencia en la que, después de estar a una altura panorámica, maravillosa y familiar, baja lentamente a la oscuridad y desorden de un apartamento desconocido en el que al encontrar una nueva versión de ella misma comienza a cuestionar lo que ya ha establecido. De manera magistral, sin diálogo alguno, Trier expone los vicios de las nuevas generaciones que deseosas de consumir permanentemente novedades están condenadas a alejarse continuamente del amor y que, a pesar de que a veces pueda parecer que lo tienen todo, se advierten vacías e insatisfechas.

Esta comparación constante entre un mundo que está comenzando a ser y otro que está desapareciendo se presenta como un conflicto persistente en los personajes, que se resalta a través de diálogos inteligentes y puntuales, como cuando Julie expresa que “se siente espectadora de sí misma, como si fuera un personaje secundario de su propia vida” en contraste con la mira retrospectiva  de Aksel que se aferra a “un mundo que ha desaparecido, donde la cultura se transmitía a través de los objetos, se podía vivir entre ellos, recogerlos, sostenerlos en las manos”. Esta disyuntiva en permanente comunicación sobre lo constante y lo errático, lo real y lo ideal se mantiene durante todo el relato. Sin embargo, la escena que sin duda exalta esto con toda precisión es la más artificial y bella, donde Julie detiene su realidad para correr hacia una felicidad que parece ser más una alucinación o espejismo que un hecho.

Un cúmulo de elementos igualmente trascendentes que mal pueden pasar desapercibidos son los tonos puros que abren y cierran la película: el blanco, rojo, amarillo, azul y negro con el que de manera abstracta y muy simbólica; en el capítulo 12: “todo llega a su fin” se unifican de manera conmovedora con la narrativa al dejar de ser un simple fondo para los créditos y convertirse en los recuerdos de la infancia de Eivinel. Con ello, Joachim Trier confirma no sólo la vida sino a cada etapa de esta como un “ciclo perfecto” de inicio y cierre en el que justo en medio de esas dos grandes inminencias acontece para cada ser lo trascendente, lo que da color a ese momento o destino. El trabajo y la productividad que resuenan para la protagonista como aspectos casi banales e insignificantes permiten que cada espectador reflexione sobre cómo a pesar de que la sociedad del consumo repita que son precisamente esos aspectos laborales y económicos los que más importan para vivir “bien”, en realidad son las relaciones las que nos definen, nos impulsan a pensar y a divergir de nosotros mismos; a engendrar estados nuevos para recobrar nuestra propia voz y nuestro propio rostro.

Con The Worst Person in the World, Trier concluye su trilogía de Oslo en la que con una mirada intimista, original y nostálgica resume desde diferentes personalidades y formas de concebir la existencia, un sentido casi pesimista sobre el implacable correr del tiempo que, como diría Gaspar Noé, lo destruye todo. Sin embargo, deja como impresión final, que mejor podría definirse como un ligero aliento, la certeza de que el mundo continuará y que así como el tiempo acaba, permite recomenzar porque en ultimas vivir se concreta en ser la “primera persona en singular” -capítulo 10-, es decir, “ser nosotros mismos”.

Título original: Verdens verste menneske. Dirección: Joachim Trier. Guion: Eskil Vogt, Joachim Trier. Fotografía: Kasper Tuxen. Montaje: Olivier Bugge Coutté. Reparto: Renate Reinsve, Anders Danielsen Lie, Herbert Nordrum. Año: 2021 País: Noruega, Francia, Dinamarca, Suecia. Duración: 128 min.